En España, a día de hoy, los vientres de alquiler no son legales, pero desde hace unos años han ido proliferando las agencias que gestionan desde aquí el alquiler en terceros países.
Por Aida Maguregui
Vivimos en un sistema en el que todo lo que puede ser comprado y vendido, todo lo susceptible de convertirse en mercancía, lo hace. Por lo tanto, aunque sea una de las mayores aberraciones, no debe de extrañarnos que quienes no tienen ningún tipo de remordimiento en que miles de los nuestros mueran en el puesto de trabajo, quienes prostituyen ya sea legal o ilegalmente a miles de mujeres, se estén frotando las manos con un nicho de mercado que genera ya miles de millones y que va en aumento, el de la explotación reproductiva.
Un negocio que solo es posible por la desigualdad entre quienes tiene la capacidad de costearse todos sus deseos o caprichos, haciéndolos ver como derechos, y quienes no tienen garantizados sus derechos más básicos, en este caso, las mujeres más vulnerables.
En España a día de hoy los vientres de alquiler no son legales, pero desde hace unos años han ido proliferando las agencias que gestionan desde aquí el alquiler en terceros países, con boyantes anuncios como si de paquetes de vacaciones en un crucero se tratase.
Parece que a nuestro gobierno más feminista no le molesta demasiado y el único pronunciamiento por su parte fueron unas declaraciones en las que el ministerio de justicia instaba a la fiscalía a investigarlas en 2019 y de lo que nunca más se ha vuelto a hablar.
Son cada vez más los países que avanzan en la regularización, en normalizar y hacer legal esta violencia hacia las mujeres trabajadoras. Como con cada ataque, en los países que se consideran abanderados de los derechos humanos, de la lucha contra la violencia, necesitan construir un relato que camufle o maquille sus retorcidas intenciones. Así, a algo con lo que cualquiera clamaría al cielo, el negocio con bebés y el cuerpo de la mujer lo revisten de altruismo y ¡voila! qué cosa más bonita la solidaridad, hacer feliz a quien sufre, porque las mujeres debemos de nacer con un gen que nos impulsa a hacer feliz al prójimo. Solo es necesario un poco de propaganda, es fácil para cualquiera a quien le inquiete o le huela raro encontrar artículos y reportajes en los que nos muestran mujeres felices por ayudar a los demás, historias de parejas o solteros conocidos contando su feliz experiencia.
Pero si rascamos un poco y nos ceñimos a los pocos datos que se encuentran, el envoltorio de felicidad se empieza a hacer añicos y encontramos la cruda realidad, solo en torno al 2% de la gestación subrogada es altruista. En países como Canadá o Reino Unido dónde la legislación permite desde hace ya tiempo la gestación subrogada altruista, similar a lo aprobado en nuestro país vecino Portugal, que recoge que no puede haber ninguna compensación económica (exceptuando los gastos ocasionados por el embarazo), nos encontramos con que la mayoría de los casos de bebés nacidos de la explotación reproductiva registrados en estos países provienen de madres explotadas en terceros países dónde se permite el negocio abiertamente.
Por lo tanto, estas leyes lo que hacen en primer lugar es amparar el gran negocio en el que la imagen vendida tiene poco que ver con la realidad, una realidad que va desde mujeres que se ven empujadas por la necesidad económica hasta la trata con fines de explotación reproductiva. Si bien está clara la diferencia entre consentir y ser engañada y forzada de forma violenta, hablar de libertad no es posible en ninguno de los dos casos.
Veamos por ejemplo lo que ocurre en Ucrania, uno de los destinos de compra de bebés más conocido, aunque desde luego no el único ni el peor. En primer lugar, las mujeres a las que la necesidad de sacar adelante a sus hijos y familias, la necesidad de sobrevivir, las aboca a alquilar su cuerpo y a renunciar a sus hijos con las consecuencias físicas y psicológicas que conlleva, firman un contrato que de incumplir las dejará con deudas inasumibles. Este contrato, legal, hace que durante el embarazo estén obligadas a informar de sus movimientos a los compradores, los cuales deciden su alimentación y su intimidad. Este contrato obligaría a abortar en muchos casos simplemente por no casar con las expectativas de los compradores. Cuando quedan pocos meses para que nazca el niño están obligadas a separarse de su familia yendo a pisos donde se las almacena con otras mujeres en su misma situación.
Ahora volvamos a la supuesta gestación “altruista”… ¿Es realmente así? Pues desde luego, no lo parece. En Canadá, por ejemplo, las empresas cobran en torno a los 100.000€ y aunque hasta ahora sea como gastos ocasionados por el embarazo justificados, el pago a la mujer puede ascender hasta los 22.000 dólares canadienses, en un país dónde el embarazo lo cubre el sistema público de salud. De hecho, desde hace un año está abierto el debate de recoger abiertamente la gestación con fines comerciales.
En Reino unido no se especifica límite, sino que la ley recoge el pago por “gastos razonables”. El formato de Grecia es más llamativo porque quienes lo aprobaron tenían menos vergüenza aún si cabe, ya que recoge directamente el pago por las molestias de la gestación altruista hasta de 10.000€.
Como dicen, cuando el río suena, agua lleva, y la cantinela del altruismo cada día suena más. Tarde o temprano aquí también nos tocará, resoluciones a favor las hay en varios ayuntamientos con el apoyo de partidos de todos los colores, por lo que solo seremos capaces de pararles organizando la lucha con las nuestras.
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