Só o pobo salva ao pobo!

Por Daniel Seijo

Los numerosos incendios que la pasada semana arrasaron Galicia dejando tras de sí más de 35.000 hectáreas de bosque totalmente calcinadas y que se cobraron la vida de cuatro personas, han demostrado una vez más que solo el pueblo puede salvar al pueblo.

La contrastada ineficiencia del gobierno de la Xunta en la coordinación de las labores de extinción, sumada a las desastrosas políticas de ordenación forestal apenas modificadas durante años, dieron como resultado una tragedia de dimensiones nunca antes vistas en el territorio gallego. Las llamas se abrieron paso a través de nuestros montes hiriendo de nuevo su paisaje, rasgando vidas que nunca debieron perderse y amenazando durante horas a poblaciones que ante la descoordinación de los distintos miembros del operativo de extinción de incendios de Galicia, volvieron a encontrar en sus vecinos la mejor defensa posible ante la tragedia y la sin razón provocada por el hombre.

Al igual que sucediera hace casi veinte años con la tragedia del Prestige, en la que tras seis días en manos de la inepta política española el buque accidentado terminó esparciendo por las costas de Galicia cerca de 60.000 toneladas de chapapote (lo que nuestro actual presidente del gobierno consideró pequeños hilitos de plastilina) los vecinos y vecinas de Galicia, fueron una vez más los que organizados en cadenas humanas se apresuraron para cubrir las deficiencias propias de sus políticos a la hora de afrontar las grandes tragedias.

En última instancia en Galicia, la gestión de las tragedias no es un asunto parlamentario sino popular, el fiel reflejo de la solidaridad en su estado más puro y escaso

En Galicia se conoce bien lo que significa el abandono de los políticos, su dejadez, las oscuras prioridades que siempre se anteponen a las de la ciudadanía y los efectos perniciosos de los despachos que normalmente terminan recayendo sobre el pueblo. A nadie le sorprendió la inexistencia de un puesto de mando sobre el terreno durante los incendios, el baile de cifras en el número de efectivos desplegados o las numerosas mentiras de nuestros gobernantes. No sorprendió porque hace ya tiempo que nadie espera nada de ellos.

En los peores momentos del incendio en Chandebrito, al igual que en las rías gallegas durante los numerosos vertidos de chapapote, todos sabían que cada metro que se le pudiese ganar a la tragedia no iba a resolverse desde los despachos de Santiago, ni con las directrices del gobierno de Feijóo. Cuando las llamas amenazaron las casas y las vidas corrieron serio riesgo, la vista de cada uno de los afectados por las llamas se tornó hacia sus vecinos, esos mismos que expulsaron el chapapote de sus playas y finalmente lograron sofocar el fuego pese a la falta de medios.  En última instancia en Galicia, la gestión de las tragedias no es un asunto parlamentario sino popular, el fiel reflejo de la solidaridad en su estado más puro y escaso.

Ante el abandono de sus dirigentes y todavía con el olor a ceniza sobre sus cuerpos, Bomberos, brigadistas, agentes forestales, vecinos de las zonas afectadas por los incendios y miles de gallegos hartos de una tragedia que en mayor o menor medida se viene repitiendo cada año, se manifestaron el pasado domingo en Santiago de Compostela bajo el lema  Lume, nunca máis (Fuego, nunca más) para exigir responsabilidades al gobierno de la Xunta por la inexistente gestión política del desastre vivido apenas unos días antes. Una petición de responsabilidades realmente moderada que sin embargo ha servido a Luis Ojea, jefe de redacción de la Radio Galega, para tildar a los que allí se congregaron como “carroñeros” y “gentuza”,

Puede que espoleados ante los tics autoritarios propios del artículo 155, quienes dejaron una factura pendiente por el desastre ecológico del Prestige cercana a los 4.400 millones de euros, aquellos que se desentendieron del ‘caso Alvia’ y han gestionado durante décadas los recursos públicos para tejer una red clientelar propia del más oscuro caciquismo, han utilizado a sus lacayos más torpes y parcos en palabras, para en un demostración indigna del oficio de periodista atacar indiscriminadamente a un pueblo que todavía llora la pérdida de sus vecinos.

Los vecinos y vecinas de Galicia fueron una vez más, los que organizados en cadenas humanas se apresuraron para cubrir las deficiencias propias de sus políticos a la hora de afrontar las grandes tragedias

El vil intento “periodístico” por desacreditar con el insulto a esos mismos vecinos y vecinas que lograron salvarse de la tragedia pese al abandono político con una simple cadena humana, supone sin lugar a dudas un ataque político premeditado contra todos aquellos que han osado buscar explicaciones más allá de la versión judeo-masónica de la Xunta. Una nueva muestra de que no sólo los cínicos, sino también los mercaderes de la palabra se han apoderado de nuestros medios para loar sin miramientos a quienes en demasiadas ocasiones dictan la editorial de un medio sin ni siquiera tener la necesidad de pisar su redacción.

Una vez más ante la tragedia, el pueblo gallego llega a la conclusión de que tan solo el pueblo puede salvar al pueblo.

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