Sin ton ni son

Daniel Seixo


«¡Qué trabajo nos cuesta

traspasar los umbrales

de todas la puertas!».

Federico García Lorca

"Los políticos siempre hacen lo mismo: prometen construir un puente aunque no haya río." 

Nikita Jruschov

"En España de cada diez cabezas una piensa y nueve embisten"

Antonio Machado

En un estado medianamente cuerdo, las páginas de los periódicos de esta mañana hablarían poco más que de la designación de la diputada del PSC Meritxell Batet como presidenta del Congreso o de los aires del septuagenario diputado Agustín Javier Zamarrón con Valle Inclán, pero hace mucho que el estado español ha perdido la cordura, hace demasiado tiempo que el esperpento más absoluto logra superarse día a día en nuestra vida política, inaugurando con cada legislatura un nuevo circo de los horrores que por activa o por pasiva terminamos pagando los de siempre: los españoles.

Comienza la XIII Legislatura tal y como se despidió la temporada anterior, con los dragones de la derecha arrasando las buenas maneras del congreso, los independentistas norteños vendiendo habitualmente caro su apoyo y una izquierda perpetuamente a la gresca que aunque todavía no lo sabe, terminará decidiendo como siempre en apenas cinco minutos de estupor, una trama que sin saber muy bien como, todos estamos seguros dará para numerosos capítulos de un mal culebrón que siempre nos ha garantizado numerosas víctimas políticas, jugosos rumores periodísticos y una infinidad de momentos parlamentarios esperpénticamente memorables.

El parlamentarismo español hace ya tiempo que dio por perdida la estrategia política o el uso responsable de las sumas parlamentarias, para abandonarse definitivamente a un conflicto de trincheras y simbolismo, un espacio en el que las frases grandilocuentes y el cinismo parlamentario resultan más valiosos que la visión templada de un hombre de estado o la capacidad persuasiva de quienes quieren cambiar las cosas.

Madrugaban en esta primera jornada parlamentaria los presos políticos catalanes Oriol Junqueras, Jordi Sánchez, Josep Rull y Jordi Turull para acudir al Congreso de cara a formalizar su condición de diputados y lo que es más sorprendente, lo hacían también Abascal y los suyos, para en un intento de atraer desde el inicio los focos mediáticos, situarse en los escaños que habitualmente ocupa la bancada socialista. Desconozco si como un acto de mera pataleta infantil o si como un acto que pretendiese trasladas algún mensaje concreto, reconozco que en caso de ser esta su última intención, se me ha escapado totalmente el sentido oculto de la misma, pero bueno, no nos paremos en las primeras gamberradas de los de Santiago Abascal, ya que algo me dice, superarán con creces a lo largo de la legislatura sus aportaciones serias al debate parlamentario.

Con los diputados independentistas ya en sus asientos entre los aplausos de sus compañeros de escaño y proyecto, los ultraderechistas absortos entre la variedad y riqueza de la democracia y los ya veteranos poniéndose al día y algunos casos preparándose para el esperpento más absoluto, las rutinas del primer día de colegio fueron sucediéndose poco a poco sin ninguna anomalía –incluso la anomalía de no garantizar un acceso adecuado a diputados con alguna discapacidad como es el caso del diputado de Unidas Podemos Pablo Echenique–  hasta que llegado el momento de proceder al acatamiento de la Constitución, nuestros representantes electos decidieron recordarnos una vez más que esto es España y en España la normalidad llega hasta donde llega.

En un parlamento con bastantes fascistas declarados e identificados y no pocos fascistas reprimidos y cobardemente ocultos entre variopintas siglas aparentemente mesuradas, pareció molestar especialmente no solo la presencia de un grupo de presos políticos ocupando sus escaños por designación popular, sino también el hecho de que estos decidiesen aprovechar la fórmula de acatamiento de la Constitución para expresar un mensaje político que por decisión judicial, no podían lanzar en ningún otro ámbito.

Y con eso bastó para perder las formas. Entre los diputados fascistas golpeando sus escaños cada vez que un representante de los partidos que formaron parte activa del procés intentaban acatar a su modo y forma la Constitución y personajes políticos como Albert Rivera, más preocupados por arañar un par de votos que por garantizar el decoro y la dignidad en un parlamento que debiese representar a esa España que el asegura amar, la XIII Legislatura arrancaba con una muestra de lo que probablemente nos espere a lo largo de lo que a todas luces parece ser una de las travesías por el desierto más largas que la política española ha atravesado en las últimas décadas. Si nada cambia, con un gobierno indeciso y más débil de lo que las elecciones a priori parecieron dibujar y una oposición indigna a la derecha y especialmente correosa a la izquierda y en la «periferia», el actual ciclo político se presenta como una eterna disputa insustancial, una especie de guirigay parlamentario a modo y forma del plató de La Sexta Noche que nuestro estado no se puede permitir en un mundo que avanza y evoluciona mientras nuestro día a día se ocupa y pierde entre las payasadas de los de Abascal, los justos reproches de un independentismo todavía con presos en sus filas y los vaivenes de un gobierno que dispuesto a contentarlos a todos, habitualmente termina por no contentar a nadie.

No le faltaba razón a Rodríguez Zapatero cuando en noviembre de 2004 aseguraba que «La nación española es un concepto discutido y discutible«, le falto añadir al expresidente socialista que esto será únicamente posible siempre y cuando quienes deben hacerlo, intenten al menos ser capaces de no perder ni el respeto, ni las formas. Debieran sus señorías tomar nota de alguna de las frases del señor Zamarrón y con ello mejorar el flujo del debate político cuanto antes, ya que actualmente estamos propensos a la trombosis.

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