Silencio

«Intentó defenderse como pudo de las patadas que le llovían mientras intentaba levantarse, ni siquiera vio como le sacudían a Pedro que se llevó la peor parte».

Jaume Mayor Salvi

Cuando cerró la puerta sintió el alivio del silencio. Atrás quedaban los reproches, los gritos y esa rutina que los estaba matando. Mientras bajaba en el ascensor hacía balance de las veces que se había callado para evitar discusiones estériles, de las veces que había pensado en irse y no volver, de las veces que debería haberle cerrado la boca con un beso y no lo hizo, de las veces que se le fueron las ganas de decirle –te quiero.

En la fábrica, jornadas monótonas e interminables, ambiente hostil, contratos temporales y un chico nuevo en la sección, joven, muy joven, seguramente no habrá cumplido los veinte. Contento el chaval con su primer trabajo, una alegría que le durará pocas semanas y que se irá pudriendo poco a poco, aunque él todavía no lo sabe. Un trabajo para llenar la nevera que apenas permite llenar la nevera. A Joan le persigue un poema de León Felipe, sacado del libro que Pedro le regaló la primera noche que pasaron juntos:

No es lo que me trae cansado

este camino de ahora

No cansa

una vuelta sola.

Cansa el estar todo un día,

hora tras hora,

y día tras día un año

y año tras año una vida

dando vueltas a la noria.

La vuelta a casa es un viaje en círculo que a Joan le hace sentirse triste, lejos quedan los días en los que Pedro le esperaba en algún bar cerca de casa, se comían a besos cuando nadie miraba y cenaban cualquier cosa entre risas y ruido. Ese ruido que es vida que te atraviesa, que te desnuda, que te abriga. Todo aquello queda lejos, muy lejos, demasiado lejos.

Han pasado ocho meses de aquella noche que lo cambió todo. Volvían a casa y fueron atacados por un grupo de chicos algo más jóvenes que ellos. Joan oyó “a por los maricones” casi al mismo tiempo que un golpe en la espalda le hizo tragarse la pared que tenía al lado. Intentó defenderse como pudo de las patadas que le llovían mientras intentaba levantarse. Ni siquiera vio como le sacudían a Pedro que se llevó la peor parte. En el hospital Pedro le pidió a Joan que dijese que les habían robado, que se habían resistido, que no contase los insultos.

Desde el principio Pedro había ocultado a sus padres que salía con un chico. Joan siempre le había animado a contarlo, pero Pedro siempre contestaba lo mismo, “no conoces a mi padre”. Antes de la agresión, a Joan le divertía hacer rabiar a Pedro diciendo que iba a llamar a su suegro y quedar para hablar con él, Pedro le contestaba que si quería suicidarse esa era la forma más segura para conseguirlo. Se reían mientras se desnudaban. Dormían abrazados, desnudos y abrazados.

Tu madre ya lo sabe, le decía Joan constantemente. Seguramente sí, contestaba Pedro, pero ella es de las que se han acostumbrado a no hablar, así que mejor dejémosle que lo siga pensando. Aquello a Joan le dolía, él nunca había sido de entregar las armas antes de dar la batalla. En la misma medida que ese tema se iba convirtiendo en el único tema, las conversaciones se fueron convirtiendo en discusiones y los silencios en renuncias y a Joan las renuncias y los silencios se le clavaban en el estómago como se clavan en los pies los cristales de una botella de vino que se estrella contra el suelo. Y así fue como el silencio fue manchando los días y el miedo a no reencontrarse fue apagando las noches.

En la fábrica las cosas no van mucho mejor. Ocho horas al día para pagar el alquiler y llenar la despensa y una más para pagar los caprichos del jefe. A Joan le duele la indiferencia de sus compañeros, su incapacidad para ir más allá del lamento, su negativa a organizarse para exigir lo que es suyo. -Hay trabajo, mucho, hay que hacer horas que no se pagan, el jefe cada día gana más dinero y ellos apenas llegan a fin de mes. Alguien debería hacer algo, dicen sus compañeros, como si ese alguien no fueran ellos mismos.

Joan reserva una habitación en un hotel rural, quiere que sea una sorpresa, dos noches fuera de casa, lejos de todo y de todos, ellos dos solos. Es consciente del riesgo, pero no pueden seguir cayendo por la pendiente sin intentarlo. Busca un lugar nuevo para los dos, quiere decirle que le  quiere, que no pueden seguir así, que deben decidir si ese fin de semana es el principio o el final de algo. Quiere mirarle a los ojos mientras cenan, mientras follan, mientras el ruido se come los silencios. 

Es viernes, Pedro pasará a buscarle a la salida del trabajo, todavía no sabe dónde van, quizás a cenar, o al cine, antes lo hacían mucho. Joan sustituye en su puesto a un compañero que está enfermo, alguna vez se han quejado de la máquina con la que tiene que trabajar hoy, es peligrosa, el jefe le quitó los sistemas de seguridad para ganar producción. Poco antes de las dos del mediodía se oye un ruido seco, Joan se desploma, Pedro cierra la puerta de casa, nunca sabrá que Joan había reservado dos noches en un hotel rural.

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