El 31 de marzo, miles de personas alzaron la voz en Madrid ante una de las crisis territoriales más graves que está padeciendo España: la despoblación de amplios territorios, especialmente los localizados en el interior de la península (las dos Castillas, Extremadura, Aragón o La Rioja). Este proceso, que no es nuevo, no es casual ni un fenómeno meteorológico, sino producto de un diseño planificado de movimiento de poblaciones, tanto dentro de España como a nivel europeo.
Nuestro continente tiene una distribución de la población muy desigual que las políticas de la Unión Europea no pretenden cambiar. Si observamos la densidad de población en Europa, se ve claramente como una franja que recorre desde Inglaterra hasta el Norte de Italia está ampliamente poblada, con densidades que superan los 300 habs/km2 e incluso en algunas zonas como el área de Rotterdam-La Haya los 1.000 habs/km2. Esa área es la denominada «Banana azul europea» (así llamada por Roger Brunet en 1989) y en la que se concentra gran parte de la industria (el área del Rin y el Ruhr), la logística (puertos de Amberes o Rotterdam) y el poder financiero (la City de Londres o Frankfurt del Meno).
No obstante, estas no son las únicas zonas dénsamente pobladas: un arco mediterráneo que recorre desde la costa del Tirreno italiana hasta el levante español también tiene una alta densidad. Es la llamada «Banana dorada» o «cinturón del Sol», un nombre que ya dice mucho de hacia dónde queda orientada la economía en esta área: el turismo, la playa de Europa. A estas zonas se sumarían finalmente las grandes capitales: Madrid, París, Berlín o Lisboa, donde además de tener una alta densidad de población, su población sigue creciendo al ser centros administrativos y de servicios de los respectivos Estados. No obstante, su población no ha crecido en los últimos años, sino la de los áreas periféricas, debido al «Commuter Belt Effect» o migración pendular de los/as trabajadores/as que se desplazan desde las periferias donde viven a los centros de las ciudades a trabajar.
Frente a estas áreas, una de las zonas más castigadas por una baja densidad y en donde sigue bajando debido a una fuerte emigración, bien hacia las capitales de servicios, bien hacia otras áreas industriales, es la «Diagonal continental» que abarca desde el Alentejo portugués hasta las Ardenas en Francia, cruzando por el centro de la Península (salvo Madrid). Un área que se caracteriza por un escaso desarrollo industrial, una falta de servicios e infraestructuras básicas, así como un peso alto relativo del sector primario.
La cuestión es: ¿quiere la UE cambiar el diseño de Europa y equilibrar la demografía? No lo parece. Según el informe «ET2050 Territorial Scenarios and Visions for Europe«, uno de los objetivos es seguir creando polos de desarrollo urbano como centros dinamizadores (puntos 43 a 47 del informe), una estrategia que en España se ha demostrado fallida para combatir la despoblación. Así, el movimiento migratorio de las últimas décadas ha pasado desde los pueblos más pequeños a las cabeceras de comarca, desde las cabeceras de comarca a las capitales provinciales y de ahí a las ciudades medianas y grandes.
Este modelo no es otra cosa que la aplicación del sistema capitalista a la gestión de la demografía, pues solo se piensa en modelos de rentabilidad económica en los que los servicios públicos se puedan recortar y concentrar en espacios muy definidos. Bajando a la concreto, es el modelo que defienden por ejemplo los empresariosy los partidos que están a su servicioen Castilla y León: un medio rural en el que unos pocos empresarios del sector primario concentren todas las tierras y no tengan necesariamente que vivir allí, mientras el resto de la población emigra a las áreas urbanas.
Esta despoblación no se ve necesariamente como algo malo por la Unión Europea. En el citado informe, se dice literalmente: «La mayoría de las ciudades europeas deben crecer evitando ampliarse en extensión y facilitando la alta densidad de población en torno a nudos estratégicos y medios de transporte público. La tierra es un recurso escaso en muchas partes de Europa, el continente más urbanizado. Hay una necesidad de proteger la tierra de la urbanización, por motivos estratégicos y ecológicos, induciendo a crear asentamientos urbanos compactos y promoviendo la restauración ecológica de áreas residenciales derivadas de la expansión urbana del s. XX».
Aunque la música puede no sonar mal, en tanto que habla de la protección ecológica, lo cierto es que el modelo planteado es un riesgo para los ecosistemas. Al hacer emigrar a la población desde las áreas rurales a las grandes ciudades, se está expulsando a quienes son los mejores guardianes de los ecosistemas: los vecinos y las vecinas de los pueblos. Este abandono ya ha causado estragos al medioambiente. Por ejemplo, los macroincendios cada vez más frecuentes, además de ser producto del cambio climático y la desertificación, tienen un vínculo directo con la despoblación, ya que tareas como mantener los montes limpios era algo inherente a la población residente en los pueblos. Es más, eran tareas colectivas y de refuerzo de la comunidad donde la población tenía una responsabilidad con el entorno. De ahí, por ejemplo, las tradicionales llamadas «A huebra».
Pero no solo los incendios amenazan un medio rural despoblado. El abandono del campo va aparejado también del riesgo de que ese territorio se convierta en el «vertedero de Europa». Los procesos de desindustrialización y descarbonización han dejado tras de sí un resto de residuos tales como aguas contaminadas, balsas de productos altamente contaminantes o cenizas relacionadas con la quema de carbón, a la vez que se busca situar en estos lugares, por ejemplo, nuevos cementerios nucleares. En definitiva, aunque la música de la UE pueda sonar bien, la realidad es completamente diferente.
El modelo demográfico planteado para Europa hace aguas por varios motivos. Por una lado, se propone despoblar amplias regiones para concentrarlas en grandes capitales, dándose además la paradoja de que las grandes capitales en torno a las regiones despobladas son incapaces de absorber esa población. Aquí es donde volvemos a la Banana Azul y la Banana Dorada. Lo que realmente se está fraguando desde hace décadas es el vaciamiento del sur de Europa para trabajar en las amplias zonas industriales alemanas o los puertos del Benelux. Las capitales medias y grandes españolas o portuguesas son incapaces de ofrecer un futuro vital y laboral a su población. No es casual quemuchosy muchas españolas hayan acabado trabajando en ETTs de logística holandesas, del mismo modo que en los años 60 y 70 los Gastarbeiterde España o Italia (trabajadores invitados) llenaran la cuenca del Ruhr. De ahí el titular «si naciste en Castilla o Extremadura, la UE quiere que emigres a Centroeuropa».
Frente a este modelo de concentración de la población en grandes áreas urbanas y metropolitanas que favorece el desarrollo centroeuropeo y condena al sur de Europa a ser un destino turístico (la «Banana Dorada»), hay alternativas si hay voluntad política. Por un lado, la tecnología es una aliada para fijar población en el medio rural: la conectividad 4G, así como la banda ancha son fundamentales para crear empleo en los pueblos (teletrabajo o telecomercio, en auge en los últimos años), así como para facilitar los trámites administrativos y el acceso a la cultura y ocio de su población. Es precisamente esto lo que se planteó para repoblar las Tierras Altas e Islas de Escociay hasta ahora se ha realizado con cierto éxito. Por otro lado, es fundamental mantener unas infraestructuras que vertebren el territorio. El modelo de AVE entre grandes núcleos no está al servicio de las necesidades diarias de la mayoría trabajadora, que se mueve escasos kilómetros para trabajar, ir al hospital o llegar al colegio. Por eso, una red de Cercanías y Media Distancia completa es fundamental para fijar población.
Lo mismo sucede con los servicios públicos: el desmantelamiento planificado de la sanidad rural es la condena de las comarcas a la despoblación, un modelo rechazado ampliamente por ejemplo en Castilla y León, donde algunas comarcas carecen de servicios básicos como UVI móvil, pediatras o centros de salud en un radio de 50 km. Finalmente, es necesario auditar todas las ayudas destinadas, por ejemplo, a reconvertir las comarcas afectadas por la descarbonización: los conocidos fondos MINER, que hasta ahora han servido poco más que para enriquecer a unos pocos empresarios del carbón relacionados con el poder político, en lugar de crear empleos relacionados con energías renovables, como era el objetivo inicial.
En conclusión, para combatir la despoblación hay que combatir el diseño capitalista de gestión demográfica, un diseño gestado a todos los niveles. A nivel regional, los empresarios y sus políticos afines quieren crear capitales regionales como polos dinamizadores, dejando el campo a grandes empresarios agrarios y desmantelando los servicios públicos en los pueblos para aumentar la rentabilidad (cuando los servicios públicos no tienen que medirse jamás por rentabilidad). A nivel estatal, se favorece por ejemplo un modelo de transporte centralista y radial que solo conecta grandes núcleos. Por el contrario, se cierran líneas de Cercanías y Media Distancia y se complica la vida a los vecinos y vecinas de los pueblos. A nivel europeo se plantea la necesidad de crear grandes conurbaciones y favorecer la migración desde áreas rurales a las grandes capitales europeas, la mayoría situadas en Centroeuropa. Todo ello, para alegar además una protección del medioambiente que no es tal, pues el abandono de los pueblos es el escenario perfecto para grandes incendios y la creación de enormes vertederos que recojan los residuos de esas grandes conurbaciones. En nuestras manos y en la capacidad de organizarnos para evitar que ello pase está el futuro de las generaciones venideras.
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