Shlomo Sand: ‘El empleo de la fuerza no crea mundos libres, sino más opresión’

Entrevistamos al historiador israelí Shlomo Sand, cuya obra cuestiona los pilares fundacionales del nacionalismo judío y desmantela mitologías identitarias.

Por David Valiente | 10/05/2025

Quizá muy pocos intelectuales aún vivos encarnen mejor que Shlomo Sand el apelativo de ‘hereje’. El historiador israelí, formado en la tradición crítica europea, ha dejado la huella de su disidencia en ensayos ya tan icónicos a la par que polémicos como La invención del pueblo judío o La invención de la Tierra de Israel. Sus obras han sido traducidas a varios idiomas, pero fue en Israel donde despertaron más rechazo. Algo nada extraño cuando se descubre que su obra académica cuestiona los pilares fundacionales del nacionalismo judío, desmantela mitologías identitarias y abre espacios para nuevas ideas antes impensables. En definitiva, Shlomo Sand combate el sionismo y la narrativa que busca borrar al pueblo palestino asentado en la amada Gran Israel.

Shlomo Sand no escribe para agradar a nadie, y su nuevo ensayo, Una raza imaginaria: breve historia de la judeofobia (Akal), bucea por la historia para rastrear el origen y el desarrollo del antisemitismo visceral que ha convertido a las sociedades europeas en ‘odiadoras profesionales’ de una minoría religiosa, sobre la que se vuelve a cernir un nubarrón negro de desconfianza y desdén.

‘La invención del pueblo judío’ y ‘La invención de la Tierra de Israel’ recibieron duras críticas. ¿Cómo ha sido la acogida de su nuevo trabajo?

En este libro reitero lo dicho en los anteriores: los israelíes no somos ni un pueblo ni una raza. Sin embargo, este se diferencia en mostrar que la judeofobia es el origen e impulsora de la idea de los judíos como raza y pueblo. Cualquier persona que lea el libro comprenderá que no soy antijudío.

Precisamente, muchas voces críticas con su trabajo le acusan de antisemita.

Desde luego, no lo soy. En Israel, a todas las personas que niegan la existencia del pueblo judío se las tacha sistemáticamente de antijudío. Con este libro, pretendo demostrar que un intelectual puede posicionarse contra esa idea sin ser necesariamente antisemita. Detesto todo lo que implique racismo y, huelga decirlo, no siento menos repulsa por quienes recelan de los judíos.

¿Entonces, este libro es una forma de defenderse y justificar sus anteriores publicaciones?

Efectivamente. Quiero dejar constancia de que no pueden acusarme de judeófobo. Al igual que muchos acusadores, también me considero descendiente de Sem, pero no por pertenecer al pueblo judío, sino por hablar hebreo, una lengua de origen semita. Semitismo es un término relacionado con la lingüística y no con la biología. Desde mi punto de vista, un judío español que no hable hebreo no pertenece al grupo semita.

¿Mientras escribía el libro se topó con alguna realidad que le impresionara?

En el libro explico que las sociedades son ahora menos antijudías de lo que fueron en el pasado. Es verdad que todavía hay lugares en el mundo donde se odia a los judíos, y existen también nuevas estructuras del odio, pero por lo general, desde los años sesenta, especialmente en Europa y Estados Unidos, se percibe menos recelo hacia ellos.

Sin embargo, desde la invasión de Gaza se han documentado hasta el triple de casos de antisemitismo en Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y Austria, y solo le estoy poniendo ejemplos de algunos países. Si la memoria no me falla, ‘Una raza imaginaria’ se publicó en francés hace cinco años. ¿Han cambiado en algo los argumentos expuestos?

En este sentido, dudo mucho que el libro haya quedado desfasado, aunque se aprecia un fenómeno, de especial arraigo en la izquierda europea: políticos tontos e ignorantes que incluyen en sus discursos una terminología antijudía. En Francia, una parte de la izquierda emplea lo que, a mi juicio, es una terminología muy genérica e incorrecta para describir los crímenes que Israel comete contra la población gazatí: ‘genocidio’. Por supuesto, es innegable que el Estado israelí perpetra crímenes de guerra, pero hasta la fecha, no se ha demostrado que lleve a cabo un genocidio. Esto no quiere decir que en un futuro no pueda llegar a hacerlo. Un amigo francés emplea la palabra genocidio para hablar de Gaza, pero no la utiliza al referirse a la masacre de 700 000 argelinos del Ejército francés durante la guerra de Argelia, ni tampoco lo aplica a los asesinatos de trescientos manifestantes argelinos pacíficos en París a manos de policías galos.

¿Por qué uno sí es un genocidio y los otros no? ¿Qué los diferencia? Al menos, en Haifa y Tel Aviv, los israelíes (incluidos los árabes) hemos podido manifestarnos sin miedo a que las fuerzas estatales nos disparen. La palabra ‘genocidio’, al ser tan poderosa emocionalmente, se utiliza con frecuencia sin la precisión que exige. Aun así, quiero recalcar que, aunque no creo que sea correcto que lo califiquen de genocidio, el Estado de Israel está cometiendo actos terribles contra los palestinos.

Comprendo su crítica…

Mi situación es muy complicada: quiero manifestarme contra la guerra en Gaza, pero sin emplear esa terminología que contribuye a generar una atmósfera malsana. Sin duda, esta guerra cruel debe terminar ya: hay demasiados inocentes muriendo. Asimismo, estamos contemplando la última guerra colonial de nuestro siglo… o eso espero.

Profundicemos un poco en el libro. ¿De dónde nace la judeofobia?

La civilización cristiana se cimenta sobre los escombros del judaísmo. Es decir, la fe judía no fue la progenitora del cristianismo; más bien, fue el cristianismo circundante el que forjó el carácter y la actitud de la minoría judía. Tras el Renacimiento, el mundo se transformó, pero el odio hacia los judíos permaneció. Incluso en las obras de los grandes pensadores de la Ilustración se percibe ese desprecio. El mismísimo Erasmo de Róterdam, a quien yo admiraba en mi juventud, tampoco escapó de las tendencias antijudías. La estupidez forma parte de la naturaleza humana, así como el antisemitismo de la necedad europea.

Acaba de citar movimientos culturales europeos y de raíz cristiana. Por eso quiero saber si en la esfera musulmana también proliferó el antijudaísmo al que usted se refiere.

Como no soy especialista en el mundo islámico, he tenido cuidado a la hora de tratar el asunto. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que, entre los fieles de Alá, el rechazo hacia los judíos se manifiesta en menor grado. La historia de España nos da un ejemplo magnífico de lo que digo. Durante el Califato, la cultura judía vivió una etapa de esplendor. Los judíos eran miembros activos y respetados de la comunidad, aunque también sufrieron actitudes negativas, estas no eran resultado de un odio sistemático, sino que respondían a los estándares sociales de la época.

¡Cómo ha cambiado la cosa!

No creo que el islam sea una amenaza para los judíos ni para nadie. Sin embargo, el nacionalismo islamista, eso que tan claramente encarna Hamás, sí me da mucho miedo, porque ha abierto las puertas al extremismo más absoluto, desatando el odio hacia los judíos e Israel. Por desgracia, la guerra en Gaza continúa por motivos como este. En mis libros, reconozco que el colonialismo sionista creó dos entidades que no se toleran mutuamente: el pueblo palestino y el judío. Me da pena pensar que nuestras diferencias no pueden resolverse a través del diálogo. No es un odio sin motivo, sino que está arraigado en las personas que buscan recuperar los hogares que perdieron en la Nakba. Por supuesto, no vamos a llegar a un entendimiento si antes no reconocemos los derechos de estas personas. De hecho, todos los miembros de Hamás, sin excepción, son descendientes de los refugiados de 1948.

Es un odio diferente…

¡Exacto! No es equiparable al antisemitismo tradicional europeo, sino que tiene su origen en un momento concreto de la historia y se ha ido retroalimentando con los acontecimientos posteriores. Deseo que cada vez más árabes reconozcan la existencia del Estado de Israel, porque hasta que ambos pueblos no se reconozcan mutuamente, no se solucionará el conflicto originado por el colonialismo sionista.

Según he leído en algunas entrevistas que ha concedido, ya no está tan convencido de que la solución de los dos Estados vaya a resolver el conflicto.

Obviamente no estoy en contra de esta solución, pero no creo que tenga mucho recorrido ni vaya a conseguir acercar las dos posturas. Muchas personas sueñan con un Estado palestino similar a los bantustanes de Sudáfrica— territorios designados por el gobierno sudafricano como hogar de grupos étnicos africanos específicos. Sin embargo, en Israel y Palestina, las poblaciones están demasiado cerca entre sí, y la convivencia seguiría siendo imposible si antes no se reconoce que esa tierra también es el hogar de los palestinos.

Entonces, ¿es partidario de un Estado binacional?

Ahora mismo tampoco creo que esto pueda poner fin al conflicto. Sin embargo, como historiador que soy, mi postura política sobre la solución del conflicto apuesta por un Estado binacional, al estilo suizo o belga. Este hipotético Estado binacional pertenecería tanto a palestinos como a israelíes, aunque también estoy abierto a otras alternativas.

La historia nos enseña que los momentos de crisis también son momentos de oportunidad. ¿Este es el momento propicio para un cambio político y jurídico en Israel, tal y como usted defiende en sus publicaciones?

Mi labor es comprender el pasado en un mundo lleno de gente que habla constantemente del futuro. La situación política actual es muy grave: el Gobierno israelí lo conforman políticos de ultraderecha y ultrarreligiosos, con claros sesgos nacionalistas. Pero sus adversarios palestinos están pintados con la misma brocha. Ahora voy a decir algo triste: cuando los mitos del futuro (socialismo, internacionalismo) se debilitan, los mitos del pasado se vuelven más fuertes. Me considero discípulo de Georges Sorel, un pensador francés de comienzos del siglo XX, conocido en el mundo académico por su análisis de los mitos movilizadores como motores de acción política. Su pensamiento me ha influido en mi visión crítica sobre cómo operan las ideologías en el presente.

En la actualidad, el debilitamiento de la simbiosis entre socialismo y nacionalismo, ha dado paso a una nueva alianza entre nacionalismo y religión. Esta situación afecta de manera catastrófica a los países en vías de desarrollo y, en Palestina especialmente, ha causado verdaderos estragos. Desde el principio me he negado a comparar a Hamás con el ISIS o Al-Qaeda, ya que la organización palestina se caracteriza por su esencia popular y nacional, aunque su programa es verdaderamente catastrófico. Y aquí se presenta la mayor de las encrucijadas: Hamás no podrá vencer a Israel, pero Israel sí podría destruir a Hamás, aunque a costa de arrasar con los palestinos. La capacidad de Israel de destruir todo el Oriente Próximo lo convierte en un Estado peligroso.

¡Qué visión más pesimista!

De mi padre aprendí a no rendirme nunca, aunque la edad empiece a pesar y mis fuerzas ya no sean las de antes. No debo ni puedo rendirme. Harro Schulze-Boysen fue uno de mis héroes de infancia. Era un oficial alemán que, horrorizado por las acciones del régimen nazi, fundó junto a su esposa un grupo de resistencia llamado la Orquesta Roja. No eran músicos, sino una red clandestina formada por intelectuales, artistas y militares que enviaban información a Moscú o difundían propaganda antinazi en el Tercer Reich. Por desgracia, la Gestapo los descubrió y fueron fusilados. Sin embargo, por su ímpetu y sus acciones Schulze-Boysen, su esposa y la Orquesta Roja fueron quienes más contribuyeron a terminar con el régimen del terror de Hitler. A veces, el pesimismo me derrota, pero siempre recuerdo a este héroe y me obligo a seguir luchando contra el sionismo, el actual gobierno de Benjamín Netanyahu y, ahora, también contra Hamás.

Ya que estamos, y a modo de conclusión, analicemos críticamente el gobierno de Israel. Me gustaría saber qué opina de las afirmaciones de quienes aseguran que es la única democracia del Oriente Próximo.

No resulta fácil responder a esta pregunta. Partamos de la base de que Israel no es una democracia real. El Estado de Israel se define a sí mismo como un Estado judío. De esta manera, como he reiterado a lo largo de la entrevista, excluye a ciertos sectores de la sociedad: todos los israelíes que no profesan la religión de Abraham. Un Estado de verdad democrático pertenece y responde a los intereses de todos los ciudadanos, sin excepciones. No obstante, Israel es un país relativamente liberal. Al menos, no me han despedido de mi puesto de profesor en la Universidad de Tel Aviv por mis ideas. Me odian, pero no me echan del trabajo. Por lo tanto, tampoco se puede negar un cierto pluralismo, aunque esté lejos de una democracia plena.

Ahora voy a decir algo que seguramente ofenda a los miembros de la izquierda: ¿por qué no han sido capaces de construir regímenes democráticos liberales en el mundo árabe y acabar, de una vez por todas, con el sistema poscolonial heredado tras el final de la Segunda Guerra Mundial? En mi juventud, pensaba que el movimiento nasserista traería la libertad y la democracia a los nacientes
países poscoloniales. Sin embargo, la mayoría de ellos no ha desarrollado sistemas pluralistas; ni siquiera se les puede aplicar el adjetivo ‘liberal’. Tanto Jean-Paul Sartre como Frantz Fanon creían que la violencia permitiría a los pueblos oprimidos liberarse y construir los cimientos de un mundo nuevo. Yo he sido crítico con esta idea, pero mi generación pensó que, con las revoluciones y el final del colonialismo, florecerían las democracias. Hoy el mundo árabe atraviesa una situación muy delicada. En La invención del intelectual, publicado en 1998, sostengo que el empleo de la violencia por parte de los pueblos oprimidos solo generará nuevas fuerzas autoritarias. Por lo tanto, el uso de la fuerza, aunque esté justificada— como en el caso de los palestinos en Gaza—, no crea mundos libres, sino más opresión.

1 Comment

  1. Solo quisiera dejar aquí, si se me permite, una precisión sobre la reticencia de Shlomo Sand a aplicar el término «genocidio» a lo que está perpetrando últimamente Israel en Palestina. En efecto, no es palabra que haya que usar a tontas y a locas. Afortunadamente basta atenerse a la definición de la Convención de la ONU de 1948 en su artículo II. Para abreviar remito al capítulo «Ejecutores y víctimas» del libro de Enzo Traverso, ‘Gaza ante la historia’ (Akal). O al artículo de Raz Segal, «A Textbook Case of Genocide», en la revista ‘Jewish Currents’ (13 de octubre de 2023); pero hay muchas más referencias, algunas meramente técnicas, para decretar de manera inapelable que «genocidio» es exactamente lo que está cometiendo Israel en Gaza en estos momentos.

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