El sexo “verdadero” o la invención de la homofobia en Occidente

Por Juan Pedro Navarro

En el año 1578 los órganos de justicia de la ciudad de Roma desvelaron una red de pactos de unión entre varones. En la Iglesia de San Giovanni de Porta Latina estos hombres utilizaban rituales similares a los desposorios cristianos para iniciar una convivencia en común. A nadie se le escapaba que estos hombres mantenían relaciones sexuales entre sí y desarrollaban jerarquías similares a las que existieron en los matrimonios normativos. Ese mismo año, los once sodomitas que habían osado profanar el santo sacramento ardieron en la plaza pública, para el disfrute de buena parte de la sociedad romana. Conocemos esta historia gracias a los diarios del celebérrimo Michael Montaigne. Aunque este tipo de relatos no se estudian en las facultades de Historia, la relectura del pensador francés parece recordarnos la suerte que tenemos las personas LGTBI de haber nacido en sociedades tolerantes con la orientación afectivo-sexual. A pesar de que el final de la historia de estos recién casados no es muy feliz, permite mostrar que, frente a antiguas creencias, la atracción sexual hacia personas del mismo sexo no es una construcción contemporánea. “Maricones ha habido toda la vida” se puede escuchar en las acaloradas tertulias de terraza en los pueblos. En otro registro, quizá menos popular y más políticamente correcto, también se escucha en las aulas de Antropología.

La no-homosexualidad de los griegos y romanos

Si la homosexualidad un hecho universal y eterno, ¿en qué momento comienza a ser rechazada explícitamente por la sociedad? Cada sociedad ha entendido la sexualidad de sus individuos de forma diferente, y en cada una de ellas, ha jugado un papel determinante el concepto de lo “natural”. Si comenzamos por las primeras sociedades históricas –con conocimiento de la escritura, y por tanto, con capacidad para dejar plasmada una mentalidad- los pueblos del mediterráneo antiguo no concebían la dicotomía del ethos sexual que aplicamos en el tiempo presente (homo/hetero). Tal como señalan el historiador David Halperin, en la Atenas Clásica el sexo servía para formular escalas entre los actores sociales en virtud de su posición política. El sexo aquí es el acto simbólico que lleva a cabo un ser superior –social, política o económicamente- sobre alguien inferior, creando una jerarquía.  Y bajo esta perspectiva, para el ciudadano varón no era tan importante fijar el  objeto de deseo, que podía ser una mujer de cualquier edad, un joven en proceso educativo, un extranjero o extranjera o un esclavo o esclava, como el acto de dominación masculina en sí. Así, las relaciones sexuales de dominación varón adulto/efebo fueron habituales en el mundo clásico y no se concibieron como una identidad sexual diferenciada. En otras palabras, los antiguos no concebían una orientación homosexual, sino más bien una heterosexualidad flexible o incluso una bisexualidad “natural” que no debía entrar en conflicto con los parámetros del género.

El problema llegaba cuando esta sexualidad subvertía ciertas normas y alteraba las jerarquías normativas. Pongamos como ejemplo la sexualidad desaforada entre varones. Según deja escrito el médico romano Celio Aureliano (s.V) no era extraño que un hombre que padeciera satiriasis –la versión masculina y nada conocida de la ninfomanía- o incluso un hombre sano, se dejase llevar por la pasión y se saciase sexualmente con una mujer o con un joven de inferior rango social. Al actuar como parte activa, perpetuaba su masculinidad y poder. Lo que resultaba nocivo era la existencia de los Malthakoi, los hombres blandos que servían como mujeres en los actos sexuales. Según el autor, al igual que las tríbades –mujeres que practicaban sexo con otras mujeres- padecían una enfermedad mental que les pervertía el deseo sexual. Porque un hombre en su sano juicio jamás abandonaría la cómoda senda de la identidad masculina. Dentro de este juego corporativo, los penetrados sí que sufrieron discriminación social y legal, como se observa en la lex Iulia que condenaba a los pathicus, los hombres que permitían ser sodomizados.

Los sodomitas en la Edad Media y Moderna

No obstante no hay en el mundo antiguo un rechazo explícito al acto sexual en sí, sino a los comportamientos afeminados que adoptaban los varones que participaban en él. Según el medievalista John Boswell, la Alta Edad Media abrió un periodo de marcada tolerancia sexual. Su teoría señala que, no solo existió de manera irrefutable una actitud más laxa frente a las prácticas sexuales transgresoras, sino que además se forjaron las primeras ceremonias de unión entre varones de condición social similar, las adelphopoiesis. La diferencia de estas uniones y las que se dan en la Roma del siglo XVII será el carácter vasallático gracias al cual, como sucedía en el mundo clásico, se construían unas inviolables –permítanme la metáfora- jerarquías de poder. Sin embargo, la idílica estampa que dibuja Boswell solo encaja en ambientes de élite intelectual. La realidad social de la época seguía siendo represiva para las actitudes queer. Auspiciados por los nacientes estados confesionalmente cristianos, los moralistas y teólogos de toda Europa comienzan a elaborar corpus verdaderamente represivos para atacar la diferencia sexual. Sobre todo a partir del siglo XII, se rescatan los textos del Levítico que condenaban a los hombres que yacían con otros hombres, y especialmente del Génesis donde se explica el pasaje de la destrucción de Sodoma. Aquí se narra el acoso -¿Sexual? La biblia no lo especifica- que sufrieron dos ángeles frente al libidinoso pueblo de Sodoma. La historia de Lot y sus hijas fue básica para la constitución de un cuerpo moral y legal represivo que se materializó en época moderna. Desde el casi clásico San Agustín hasta el casi moderno Santo Tomás, cientos de padres de la Iglesia clamaron contra aquellos que mantenían relaciones sexuales no naturales, ya que era “comparable a comer carne humana o a tener relación con los animales”. En el Reino de Castilla, a razón de la VII Partida del Rey Alfonso X, los hombres y mujeres que consentían el  pecado de luxuria contra naturam fueron condenados a muerte.

La Edad Moderna se inaugura con nuevas leyes que condenaban a los transgresores sexuales. Las Ordenaçoes alfonsinas (1446) en Portugal o la Pragmática de Medina del Campo (1497) son ejemplos claros del problema que suponía para el Estado Moderno algo tan vergonzante como el nefando pecado “contranatura”. Por otra parte, en este periodo histórico comienza a ser más nebulosa la distinción entre sujeto activo y sujeto pasivo. El afeminamiento de las formas y de los actos entre los varones continuó siendo una preocupación esencial para los moralistas modernos, tal como se observa en la Instrucción y guía para la juventud christiana del Padre Astete (1592). En su manual de enseñanza de la virtud, el fraile pedía a los jóvenes varones que no dejaran crecer mucho el cabello como las mujeres, ya que «traerlo enriçado o hecho el copete, quién dirá que no es más de mugerzillas liviana que de manzevos honestos y vergonçosos» y no ser demasiado ostentosos en la indumentaria que «hace a los hombres de ánimos muelles y afeminados». Las precepciones del clérigo no atienen a ningún acto sexual, sin embargo, y haciendo analogía con la obra del jesuita Pedro de León (1619), «si no sois uno de ellos (los sodomitas), no os vistáis como ellos». Pero también se criminalizó la figura del sodomita activo. Desde antiguo se entendía que el semen masculino era un material generador de vida, pero limitado biológicamente. Esto resultaba problemático en la construcción de las Monarquías, en las que se  requería una demografía al alza. Por ello se debía castigar igualmente a los sátiros que desperdiciaban su semilla en las matrices erróneas, como aquellos molles que, habiendo perdido la razón, servían ellos mismos como matrices.

¿Y las mujeres?

Bien, no es mi intención elaborar un discurso misógino en el que el centro del análisis sea el hombre homosexual. Pero atendiendo a las fuentes con las que contamos los historiadores e historiadoras, resulta más difícil escribir una historia de las butch y las femmes premodernas. Las mujeres que desarrollaron atracciones diversas, viéndose relegadas a la esfera de lo privado, a la crianza y al hogar, supieron elaborar un programa de disimulo que les permitió evadirse del escarnio público que sufrieron sus homónimos varones. Eso no significa que algunas no se visibilizasen. Según el autor Queer Arthur Evans, la butch más icónica de la historia podría ser Juana de Arco, que no solo tuvo relaciones abiertamente lésbicas sino que subvirtió su propio género para convertirse en un “héroe” medieval, y fue judicializada por ello. También las hubo anónimas, como observamos en el procedimiento contra las vallisoletanas Inés Santa Cruz y Catalina Ledesma (s. XVII).

A razón del machismo latente en las sociedades antiguorregimentales, la concepción de una relación sexual entre dos mujeres resultaba impensable. De hecho, en los ambientes cortesanos y burgueses de toda Europa durante el siglo XVII y XVIII fueron idealizadas las amistades amorosas femeninas. Se caracterizaban por sus actitudes desaforadas, relaciones epistolares muy intensas, y la construcción –de nuevo- de jerarquías socio-económicas o intelectuales. Tal es el caso de las escritoras María de Zayas y Ana Caro o el más famoso de la poetisa Sor Juana Inés y las virreinas de la Nueva España. Mientras los ambientes elevados entendían estas amistades como un ensayo a un matrimonio normativo o como una alternativa al propio matrimonio, lo cierto es estas relaciones no eran diferentes a las uniones entre iguales que se daban entre varones. Fuera de las élites económicas, las mujeres de los bajos estamentos que “corrompían sexualmente a las mujeres de bien” recibieron en nombre clásico de tríbade. También se debe añadir que la mayor parte de acusaciones por brujería escondían en realidad relaciones homoeróticas entre mujeres, que podían reunirse en pareja o en grupo para socializar. Probablemente Zugarramurdi fue eso, una suerte de asamblea no-mixta que acabó mal. Aunque estas reuniones fueron igual de frecuentes y castigadas que las de los varones, han tenido una visibilidad social e histórica mucho menor. Qué sorpresa.

La medicalización y la etiqueta contemporánea

Desde inicios del XIX empiezan a surgir varios grupos culturales denominados queer que por vez primera se autoidentificaban como diferentes. Desde los gentleman británicos encabezados por Wilde hasta los cuarenta y un maricones mexicanos del Porfiriato, estos individuos no reniegan de su condición y comienzan a utilizarla como herramienta contrahegemónica. A medida que la sodomía dejaba de estar presente en los códigos penales, las  primeras reacciones psiquiátricas-sexológicas inventaron la homosexualidad como patología, y del mismo modo, también inventaron colateralmente la identidad homosexual. Me explico. Los griegos y romanos ni siquiera concebían que hubiera personas que se sintieran atraídas únicamente por personas de su mismo sexo. De hecho, en el juego clásico, la sexualidad es una herramienta del poder, pero no una constructora de identidad. Si continuamos nuestra cronología, la perspectiva cambia poco. Para un teólogo del siglo XVI resultaba terrible que un individuo decidiera libremente cometer el pecado nefando porque en su mentalidad estaba poniendo en peligro su salvación divina, la de todos los que le rodeaban y porque con su pecado innombrable mancillaba la tierra donde se había cometido el acto. Para un jurista del mismo tiempo a todo lo anterior debemos sumar que con el acto criminal este individuo estaba poniendo en duda la bondad de la nación católica, la disciplina social propuesta por la monarquía, y en último término, estaba jugando a ser algo que realmente no era. Pero no había en ninguna de estas acusaciones rechazo a ninguna identidad.

La sociedad burguesa termina naturalizando las relaciones heterosexuales como la sexualidad “verdadera”. Michel Foucault

En estos términos podemos decir que la homofobia, entendida como el rechazo a la identidad homosexual, nace en la época contemporánea. Es aquí donde, en términos del filósofo e historiador francés Michel Foucault la sociedad burguesa termina naturalizando las relaciones heterosexuales como la sexualidad “verdadera”. A ojo de burgués, todo aquello que se escapara del sexo vaginal con intención procreadora, no era sexo o no era “el buen sexo”. Como contraparte, surge una otredad, un contra-sexo, que es homosexual, pero también es bisexual y afecta a los cuerpos sexuados.  Es una idea que han perpetuado diferentes ámbitos de la construcción ciudadana como la justicia, medicina, religión. Si pensamos en los grandes hitos de la Historia LGTBI, como son las movilizaciones de las Daughters of Bilitis y de la Mattachine Society, los disturbios de Stonewall, el activismo de Kathy Kozachenko o Harvey Milk, del profesor Acanfora,  los actos performativos de Ocaña y Nazario o  la huelga de Shangay Lily contra el PP observamos que todos ellos han sido precedidos por un acto homofóbico. No importa tanto si fue una brutal paliza, un despido indebido, un acoso violento o la negación de derechos fundamentales como la reacción represiva de la sociedad y la actitud menefreguista de los Estados. Desgraciadamente, el año 2018 tampoco será el año de la desaparición de esta lacra.

No obstante, aquí seguimos.  Frente a la homofobia nos hemos empoderado.

 

Fuentes:

-Boswell, J. (1993). Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad: los gays en   Europa occidental desde el comienzo de la Era Cristiana hasta el siglo XIV.     Barcelona: Muchnik.

-Foucault, M. (1976). Histoire de la sexualité. París: Gallimard.

-Garza Carvajal, F. (2013). Las Cañitas. Un proceso por lesbianismo a principios del XVII. Madrid: Makeando.

-Halperin, D.M. (2000). “¿Hay una historia de la sexualidad?”, Grafías de Eros. Historia, Género e Identidades Sexuales. Buenos Aires: Edelp, pp.21-53.

-Navarro Martínez, J.P. (2017). “La Primera Dama era Hombre perfecto: Masculinidades disidentes en el Madrid del siglo XVIII”, Investigación joven con perspectiva de género. Getafe: Instituto Universitario de Estudios de Género-Universidad Carlos III.

-(2017). “Represión y uso socio-político de la sodomía en la Corona de Aragón en el siglo XVI” Mundo Histórico. Revista de Investigación. Nº1, pp. 133-171.

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