Ser atea por respeto

Por Iria Bouzas | Ilustraciones:  MA-HI-NA

¡Qué difíciles nos están poniendo las cosas a aquellos que dedicamos parte de nuestras vidas a transformar en palabras los pensamientos que cada día se dedican a rebotar una y otra vez por las paredes internas de nuestros cráneos!

Llevo mucho tiempo, casi podría decir que muchísimo tiempo, dándole vueltas a la idea de escribir un artículo acerca de mis ideas sobre la religión pero cada vez que escribo uno, termina guardado y olvidado en alguna carpeta del ordenador.

¿cómo es posible que tenga tanto miedo a escribir sobre temas religiosos por si algunos de esos creyentes no respetan mi ateísmo y le piden a juez que me condenen por ello?

Perdonen que durante solo unos segundos me permita una pequeña digresión para reivindicar los buenos tiempos en los que, lejos de tanta tecnología, los artículos se quedaban guardados en un cajón. El romanticismo del papel no lo alcanzará jamás ningún cacharro que necesite ser conectado a la red eléctrica.

Retomando mi argumentación inicial, debo confesar que yo me crie en un hogar rojo-católico. Suena bastante difícil de comprender, pero es que si la realidad fuese algo sencillo de digerir no sería la realidad, sería una telecomedia en horario de máxima audiencia.

En mi casa convivían dos corrientes de pensamiento que al chocar, creaban unas “tensiones ideológicas” que desde siempre me resultaron de lo más estimulante. Por un lado, el bloque católico intentaba hacerme creer que existía un Dios todopoderoso que era el responsable último de velar por nosotros al que debíamos rezarle con una total fe y devoción para que nos protegiese, nos cuidase y nos bendijese con todo lo bueno que esta vida puede otorgarnos.

Por otro lado, el bloque izquierdista me hablaba de un mundo lleno de desigualdades y de terribles injusticias. Un mundo en el que unos seres humanos hacían prevalecer su fuerza sobre otros para enriquecerse. Un mundo donde unos pocos ejercían un inmenso poder en beneficio propio, ignorando el sufrimiento o la devastación que con ello pudieran producir entre el resto de los seres vivos que les rodeaban.

Ilustración de MA-HI-NA

Unos me decían que rezase a un Dios bueno para que ayudase a aquellos seres humanos que sufrían, sufrimiento que en muchas ocasiones, era provocado por otros seres humanos.

Y como yo era pequeña, rezaba y soñaba con hacer cosas para cambiar el mundo. Todo al mismo tiempo. Hasta que un día ambos conceptos colisionaron dentro de mi cerebro produciendo una especie de terremoto mental. Si Dios era todopoderoso ¿por qué tenía que pedirle yo que hiciera su trabajo? Aún más, si Dios era bueno, ¿cómo consentía que unos seres humanos hiciesen sufrir así a otros sin utilizar sus superpoderes para darles su merecido?

Ya saben lo que pasa cuando eres pequeña y les preguntas a los adultos sobre temas que les arrancan de golpe de su zona de confort intelectual, te repiten una y otra vez el único argumento que ya te han dado antes intentando convencerte, sin más, de algo en lo que ellos creen esperando, e incluso exigiendo, que lo aceptes como dogma de fe.

Si Dios era todopoderoso ¿por qué tenía que pedirle yo que hiciera su trabajo? Aún más, si Dios era bueno, ¿cómo consentía que unos seres humanos hiciesen sufrir así a otros sin utilizar sus superpoderes para darles su merecido?

Así que después de mucho preguntar, tuve que tomar una decisión y dejé de creer en Dios.

Cuando vi que había niños en el mundo muriendo de enfermedades incurables.

Cuando descubrí que existían niños de los que se abusaba de mil formas a cada cual más indigna, indecente y asquerosa.

Cuando supe que se torturaban a pobres animales inocentes.

Cuando me encontré con familias marginales, abandonadas a su suerte, cuando me llegaron todas las imágenes de esos países donde la vida de un ser humano vale menos que lo que nos cuesta un café en un bar en el Primer Mundo.

Cuando entendí toda la miseria, la injusticia, el dolor, la tortura, y el sufrimiento con el que se despierta y se acuesta cada noche este planeta, entonces dejé de creer en Dios. Y dejé de creer porque le tenía mucho cariño a aquella figura paternal que me habían transmitido de un ser noble y generoso que se preocupa por las personas buenas.

Dios no pasaba mi análisis de la realidad y la lista de reproches que tenía que hacerle me producía un gran odio y enfado. Yo con aquellos poderes que él atesoraba, le habría dado un vuelco a la humanidad ya en el principio de los tiempos. Él no lo hacía, así que me pareció mentalmente más sano pensar que ese ser al que no comprendía no existía, a tener que pensar que los horrores que la humanidad padecía no le importaban lo suficiente como para intervenir o que había planes más importantes a los que dedicarse.

Me niego a pensar que existe plan en el universo más importante que evitar a un niño inocente de todo cualquier tipo de sufrimiento, ¡ninguno!

«La religión es el opio del pueblo» Karl Marx.

Pero además de por mi enfado, decidí que Dios no existía por respeto a quienes todavía se refugiaban en él. Siempre me ha parecido maravilloso el consuelo que la fe produce en aquellos que la practican. Si Dios, o la idea de la existencia de Dios, es capaz de hacer más feliz o de minimizar el sufrimiento de un solo ser humano, ¿quién soy yo para estar criticándolo todo el día trasladándole así mi enfado? ¡Ojalá yo pudiese tener un consuelo mínimamente parecido!

Así que aquí estoy yo. Convertida en una atea convencida para respetar a un Dios en el que no creo mientras me pregunto, ¿cómo es posible que tenga tanto miedo a escribir sobre temas religiosos por si algunos de esos creyentes no respetan mi ateísmo y le piden a juez que me condenen por ello?

A veces esta realidad, además de complicada, es tan absurda que me da por pensar que no somos más que una telecomedia hecha para entretener a algunos dioses aburridos que pululan por el universo.

4 Comments

  1. Cuando era preadoleacente, hace mas de 30 años, recuerdo resumir mi transición al ateismo con la afirmación: «dios no existe, y si creyera lo odiaria».

  2. Coincido bastante con vos. También fui educada en el cristianismo y en mi adolescencia comencé a cuestionarme todo lo que me habían enseñado. Y hasta el día de hoy no he necesitado crear un dios para ser feliz…

  3. Buen día por el día Iria.. Bien por la deducción de embudo lógico… Para mí, Dios es el Amor incondicional, que está conectado a la Inteligencia Holística, la que produce la interpretación individual unida a la fuerza-energía colectiva de Todo ser Vivo, desde el átomo hasta la infinita espiral del Universo. Y el reencuentro en vida, con esa filosofía de Amor, nos equilibrará al manifestar en pensamientos, la construcción de valores acordes a la Felicidad y la Libertad.
    (Re Evolucionando la Educación para transformar la realidad, con la evolución de la humanidad que escribe el guion, del nuevo cuento a contar…)

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