Primer fragmento del diario de Senlúa Arraiana: AL SOL DEL ESTE
Por Cristóbal López Pazo
Me llamo Senlúa y soy miembro de la resistencia arraiana. Hoy la alegría y la esperanza se refleja en los ojos de los arraianos. Hoy, en el avance matinal cara el este encontramos en un refugio a cuatro mujeres disidentes de la Colmena y tres de ellas están embarazadas en estado avanzado, pasmoso!. Si el silencio se impone a la algarabía es porque todos comprendemos la gran responsabilidad de conseguir que por fin nazcan arraianos. Las extremas condiciones climáticas de la raya hacen, por algún efecto desconocido, imposible la concepción de vida dentro de este área donde sobrevivimos.
Cuando la estela de fragmentos de la extinta luna ilumina el firmamento de Mortefría nuestro pueblo se recoge buscando reposo en los refugios bajo tierra, pero a mí cuando estoy contenta, como hoy, me gusta perder unos instantes contemplando el fragmento mayor. Me imagino que es la antigua luna y que estoy en el planeta azul y verde de mis abuelos. Cierre los ojos y mi mente me lleva a los montes de Tameiga de los que eran comuneros los miembros de mi familia. Aguzo el oído y puedo escuchar el rumor de un riachuelo entre los trinos de los pájaros. Todo huele la verde y dejo que su frescor enjuague mi aridez interior. Alzo la vista para deleitarme con el cielo azul dominado por un sol pletórico pero condescendiente con la vida del planeta. Aunque todo es una ilusión me horroriza aguantarle la mirada al astro rey, mi subconsciente no olvida al sanguinario implacable en el que se convirtió.
Mi fantasía desaparece y en su lugar surge el encono contra todos aquellos que permitieron que sucediera el desastre ecológico, todo mi cuerpo se tensa lleno de ira contra los que dejaron que su avaricia y ambición llevara al planeta a la fatídica cuenta atrás. Abro los ojos, contemplo la desolada tierra en la que sobrevivimos y siento uno poso de resentimiento contra los que no supieron defender un planeta que desbordaba vida. Sé que es injusto este rencor contra gente que como mis abuelos consagraron su vida a la defensa de los Montes, pero no lo puedo evitar cuando la amargura se apodera de mí. Soy conocedora de la lucha desigual que libraron los defensores de la vida en una sociedad que prefería comprar las mentiras hechas a la medida de su comodidad que las incómodas verdades que reconcomían sus conciencias recordándoles el inasumible coste ecológico de su lujoso confort y de su avidez consumista.
Mi abuelo me contó cómo los políticos corruptos usaban lo que él llamaba «las cloacas del estado» para que una gran parte de la sociedad respirara sus mentiras Me explicó cómo con la complicidad de la prensa mercenaria conseguían desprestigiar a quién defendía el bien común para que así la comunidad perdiera sus referentes y entre la confusión reinara la avaricia y ambición sin oposición.
Reconozco que sentirme en ese mundo donde imperaba la mentira me supera, no comprendo cómo las personas podían permanecer indiferentes ante tanta miseria. En mi mundo, entre los arraianos, la mentira es castigada sin paliativos con el suplicio del sol del oeste. La mentira no tiene cabida aquí donde para sobrevivir los unos dependemos de los otros. Nuestra vida solo esta al resguardo por el recto y estrecho camino de la verdad, por eso se me entrecorta la respiración cuando pienso en el autoengaño narcisista en el que escogió vivir las generaciones que nos llevaron al borde de la extinción.
Agótame controlar toda esta ira que me produce recordar el pasado. Mejor bajo y me recojo para descansar. Además a partir de ahora vamos a tener que hacer un esfuerzo mayor, necesitamos reducir los días de descanso entre avances para mantenernos siempre por debajo de los 50 grados celsius y cuidar así de que la vida que anida en los vientres de las tres disidentes embarazadas vea la luz. Con sus nacimientos mi pueblo podrá pensar en un futuro más allá de sobrevivir el día de mañana. Sus frágiles cuerpos serán portadores de la fortaleza de un pueblo que recupera la esperanza en el porvenir.
Una esperanza engrosada además por los síntomas de debilidad del control totalitario de la Colmena. Algún día podremos disputarles la franja del este donde la vida florece fácilmente. Necesitamos más información. En cuanto se repongan y se hagan a nosotros las cuatro mujeres rescatadas deberán comparecer ante la asamblea arraiana y contarnos todos los detalles que recuerden de su vida en la Colmena.
Por lo que sabemos, en la Colmena, las mujeres fértiles son convertidas en vientres de alquiler esclavos, suelen estar sometidas a una vigilancia intensiva y a un régimen muy severo de castigos ante lo más leve indicio de desacato. Por eso, que un grupo tan numeroso había conseguido huir avituallado con el necesario para sobrevivir semanas en la gélida Mortefría evidencia que la Colmena se está rompiendo, ya no tiene el férreo control jerárquico que la caracterizaba.
Tenemos que infiltrar gente en la Colmena que aceleren el proceso de desmoronamiento jerárquico. Seguro que las cuatro mujeres acogidas pueden facilitarnos contactos de la disidencia interna que garanticen una rápida integración de nuestros infiltrados. Me voy a proponer como voluntaria para esa misión. Voy a tener que esforzarme para convencer a la asamblea de que soy yo la idónea. Todos me tratan como si yo fuera la líder de la resistencia y no me dejan arriesgarme nunca. Yo me niego a ser algo más que un simple miembro del pueblo arraiano. Pero lo más difícil va ser obtener el beneplácito de mi madre, integrante destacada del Consejo de Ancianos. Difícil pero no imposible. Lo lograré, sé que sí. Vamos a ser legión, va a nacer un pueblo libre y vamos a cambiar las cosas.
Tercer fragmento de diario de Senlúa Arraiana: los parásitos del patriotismo
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