Por Daniel Seixo
«Pero después, cuando estoy en sus brazos, como ahora mismo, es como si estuviera atrapado en un torno. Tengo ganas de levantarme y salir a dar una vuelta. «Qué impaciente eres, Mark», me dice ella. «¿Por qué no te relajas nunca?» «Es que me apetece dar un paseíto.» «Pero si fuera hace un frío que pela.» «Aun así. Igual compro algo para hacer un revuelto luego.» «Pues vete tú», dice ella, medio soñando; afloja el abrazo, da media vuelta y procura volver a conciliar el sueño. Y yo me visto y salgo por la puerta. ¿Cómo le explicas a alguien a quien quieres que, a pesar de todo, necesitas más? ¿Cómo? Se supone que el amor contiene todas las respuestas, y que nos lo da todo. All you need is love. Pero eso es una puta mentira: yo necesito algo, pero no es amor.»
Irvine Welsh
«Cualquier cosa que puedas adquirir será otra cosa que acabarás perdiendo.»
Chuck Palahniuk
14 de febrero, viernes. A estas horas muchos de ustedes estarán en sus oficinas, en el coche atrapados en algún maldito atasco o soportando la última regañina del encargado antes de abandonar esa dichosa fábrica hasta un nuevo lunes. Algunos llegarán a casa y se alimentarán como todos los días, hartos de festividades consumistas y fechas marcadas en el calendario que poco a poco, ante la acumulación de recordatorios de nuestro día a día, han ido perdiendo cualquier tipo de significado para nosotros. Otros, sin embargo, más ilusos o con quizás con mayor ilusión en sus cavidades, tendrán a esta hora una ligera sonrisa dibujada en sus caras esperando el momento en el que su pareja abra algún, en mayor o en menor medida, dispendio económico en forma de demostración de afectividad o interés. En realidad, una idea para nada descabellada, incluso los primates o las aves tienen la costumbre de seguir ritos para agradar a sus compañeros/as de cópula. En todo caso, lo único raro en todo esto, sería la necesidad de marcar tal acto en nuestro calendario.
Amar en el capitalismo resulta ciertamente complicado, cual mansos seres alienados, incluso en nuestras necesidades más elementales, como lo son la de amar y ser amados, han terminado sucumbiendo a una de las premisas más básicas del sistema en el que por suerte o por desgracia nos ha tocado vivir: la del máximo beneficio.
Somos una suerte de animales caprichosos, evolucionados a base de recompensas y sensaciones estimuladas por una campanilla que cuando remata por sonar sin acción directa alguna, no puede sino provocar en nosotros una inexistente, pero real sensación de desasosiego, una perdida de interés e identidad propia y compartida que inevitablemente nos lleva directamente al desastre y al abandono. Somos meros niños caprichosos, proyectos de adultos eternamente inacabados. Un insulto a todos los amantes y humanos que decepcionantemente han tenido que precedernos en el tiempo para llegar a este desalmado estadio del capitalismo.
Con total seguridad, cuando el economista y filósofo escocés Adam Smith escribió «La riqueza de las naciones», el amor no se encontraba entre sus principales fuentes de inspiración. Quizás en atención a esa falta de consideración por el que sin duda alguna es el mayor capital de la humanidad, el resultado de su obra podría definirse como una muestra sui géneris de egoísmo y necedad absoluta, aderezada con luces de neón y estridentes cantos de sirena al consumo de vacuos productos en ingente variedad de colores, sabores y todo tipo de sensaciones.
A día de hoy, cuando tras finalizar la jornada laboral, la mayor parte de la humanidad arrastra sus cansadas piernas directamente al hogar para abotargarse en el sofá frente algún «entretenido» tipo de telebasura, reflexionar sobre el amor puede parecer delirante, innecesario incluso. En una sociedad avanzada, en la que las primeras relaciones sexuales con penetración se dan antes de que legalmente se pueda conducir un coche y el acceso al porno está totalmente generalizado, las dudas sobre las relaciones interpersonales se dan totalmente por solventadas y si no para algo avanza imparable la amalgama de traumas nacionalcatólicos englobados bajo la marca «pin parental». Después de todo, follar siempre ha sido más complicado que amar, ¿no?
La respuesta correcta sería algo así como que follamos tan mal como amamos o al menos una y otra cosa la hacemos tan inconscientemente influenciados por el sistema, que apenas dejamos algo de espacio para la reflexión y el disfrute. Vivimos inmersos en el mundo de la inmediatez, una realidad en la que las primeras relaciones «amorosas» se dan cuando apenas sabemos que es eso del amor y ni mucho menos tenemos garantizado un acceso seguro a algún tipo de foro en el que descubrirlo. Tal y como también sucede con el sexo. Nos desarrollamos social y «eomocionalmente» asimilando el sentimiento amoroso con una especie de sentimiento de propiedad: nos encontramos enamorados porque queremos a esa otra persona y esa otra persona nos quiere a nosotros. Nos pertenecemos. Nos comprometemos a querernos y sellamos en esa relación un contrato de pertenencia que nos obliga a responder ante la otra persona. Nuestras primeras experiencias amorosas se desarrollan por tanto asimiladas al sistema capitalista y al modelo de consumo. No resulta a día de hoy necesario un anillo o un proyecto de vida para tener acceso al amor o al sexo, pero las ataduras no han variado tanto, no han desaparecido. No existe rastro alguno del tan cacareado amor o sexo libre, a no ser que nos permitamos y nos autoconvenzamos de que la libertad reside en la variedad o en la cotidianidad. Algo por otra parte toralmente absurdo.
El modelo de amor romántico que a día de hoy todavía pervive en nuestro subconsciente pese a nuestros torpes intentos por finiquitarlo, sustenta sus bases en una pertenencia establecida bajo unos códigos de honor y respeto que impiden de forma alguna la vivencia de un amor realmente libre. Y no confundan esto con liberal, calmen por un momento a sus genitales. Hoy el amor no se trata de confiar en la otra persona y aprender conjuntamente de los errores, sino de atar ética y estéticamente a la otra persona a unos valores sociales que en caso de ser incumplidos de una forma ostentosa, puede terminar por poner fin a una relación. En época de mercados alienados bajo la obsolescencia programada, el amor no consigue escapar de esta elaborada telaraña. Continuamos adentrándonos en la concepción de un amor puro y abnegado totalmente malinterpretado bajo el contexto de una sociedad hipersexualizada y adicta a la novedad y la variedad. Los estímulos, las tentaciones, los parámetros de éxito social, todo nos empuja a en el mejor de los casos vivir relaciones efímeras y a disfrutar de una sexualidad diversa y desenfrenada. Pero la soledad, tarde o temprano nos invade en esta jungla, atrayendo irremediablemente con ello a nuestras vidas al Prozac de la insulsa compañía. Sin educación emocional alguna y con la adicción a la novedad presente en nuestras dinámicas de goce, la solución pasa por el engaño. El engaño a las otras personas y el autoengaño, basado en relaciones que parten de la premisa del desinterés y la caducidad. Nada resulta real, si no puede verse. Ni el amor, ni el engaño.
Y aquí llegamos a la función social de una fecha como la de hoy: la necesidad de materializar el amor, para poder cuantificar su valía y la nuestra propia como seres con la capacidad de amar y especialmente con la necesidad y la capacidad para ser amados, validados, ¿y que mejor forma de hacerlo en una sociedad con una clara concepción materialista del amor, que mediante el consumo?
Da igual si lo tuyo es un amor Disney o un amor Woodstock, no importa si has sido infiel, si eres un cerdo machista, un jodido cero a la izquierda el resto del año o si tras desenvolver con apatía su regalo y entregar el tuyo, decides irte de putas para celebrarlo. No es amor, solo sexo. Lo verdaderamente importante, la clave de amar en tiempos revueltos, es que en un día como el de hoy, honres a la verdadera religión del consumo. Al verdadero significado y significante de todo este maravillosamente psicótico show y te dejes con ello parte de tu miserable sueldo para engrasar en engranaje del sistema, para hacer mediante el consumo, visible tu amor por tu pareja. Todo para no comenzar a firmar una carta de despido en una sociedad más agradecida por un encuadre correcto que poder colgar en Instagram o un brillo metálico, acompañado por una piedra preciosa o de imitación con el que deslumbrar a las amistades, que por un sentimiento verdadero o una apuesta por el compañerismo, única forma real de amor verdadero.
Siempre nos quedarán otras opciones, otras formas y otros amores, pero hasta el día de hoy y bajo este sistema que nos engulle, no existe un día para ellos, ¿pero resulta acaso necesario en nuestro el calendario?
«El revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad.»
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