La comunidad sami, que ocupa gran parte del territorio del norte de Escandinavia, es un pueblo cuya cultura y lengua ha sido, en diferente medida, perseguida, cuando no prohibida.
Por Angelo Nero | 6/12/2023
“Sameblod”, la ópera prima de la escritora sueca de étnica sami Amanda Kernell, que utiliza para su primer largometraje los diez primeros minutos, y también parte del final, de su cortometraje “Soerre Vaerie”, nos ofrece una desgarradora historia en la que una adolescente debe enfrentar sus miedos, y explorar, como cualquier adolescente, las fronteras que sus mayores y la sociedad le imponen, y que propia naturaleza le empuja a desafiar, pero en un contexto especifico, y poco conocido, el de la opresión colonial del estado sueco sobre el pueblo sami. Elle-Marja (interpretado de forma magistral por Lene Cecilia Sparrok) es una adolescente sami, que vive en una pequeña comunidad al norte de Suecia, en la época de 1930, que se rebela contra el sistema educativo que segrega a los indígenas, y contra la propia familia, que quiere que continúe con la tradición de cuidar rebaños de renos y seguir las costumbres de sus ancestros.
La comunidad sami, que ocupa gran parte del territorio del norte de Escandinavia, con gran parte de su población diseminada por Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia, en el territorio que ellos llaman Sàpmi, es un pueblo anterior a que se forjaran las fronteras de estos estados, y en cada uno de ellos la cultura y la lengua sami ha sido, en diferente medida, perseguida, cuando no prohibida. Aunque el hecho de que esta película haya sido posible gracias a una coproducción entre Suecia, Dinamarca y Noruega muestra que en las últimas décadas se ha revertido esta tendencia negativa, y se han empezado a reconocer los derechos culturales, lingüísticos y políticos del pueblo sami.
Aunque, en la época en la que se sitúa el filme de Amanda Kernell, que se inspiró en la historia de su abuela, el racismo era una política de estado en Suecia, que incluso enviaba misiones biológicas para realizar estudios pseudo-cientificos que nos recuerdan mucho a los que después emularon en la Alemania nazi con los judíos. Para los suecos, entonces, los samis eran ciudadanos de segunda, y no solo eso, eran considerados seres humanos que no estaban aptos para realizar estudios superiores, como los que desea completar la protagonista, con una inteligencia notable, que anhela convertirse en maestra.
La historia comienza con el viaje de la anciana Christina (Mayor Doris Rimpi), que viaja a Lappland, a la Laponia sueca, para asistir al entierro de su hermana, en compañía de su nieta, y mientras ellos están encantados con conectar con las tradiciones samis, la nonagenaria se encierra en el hotel, para hacer un flash-back de ochenta años, cuando era una curiosa Elle-Marja, a la que acompañaba su dócil hermana pequeña Njenna (interpretada por Mia Erika, la hermana real de la protagonista), cuyo sueño era convertirse en una maestra, en la ciudad de Uppsala, situada en el centro de Suecia. A pesar de las advertencias de la rígida profesora de su escuela, que le advierte de que los samis no son aptos para vivir en las ciudades, ella se obstina en escribir su propio destino, aunque eso signifique sacrificar a su familia, a su cultura, a su comunidad.
“Sameblod” es una historia de descubrimientos adolescentes, el primer baile, el primer beso, pero también de lo que esto supone cuando perteneces a una minoría étnica que sufre el racismo institucional, pero también la de alguien que, al rebelarse contra esto, decide abrazar al opresor, buscar la asimilación individual y renegar de su propia cultura, de su propio pueblo. Así, la historia de Elle-Marja es una historia de ida y vuelta, desde su origen hasta un mundo exterior hostil, pero en el que aprende a camuflarse para sobrevivir, y desde este mundo, que ya es el suyo, hasta sus raíces.
La escritora y activista sami Elin Anna Labba, que publicó en español su libro “Los señores nos mandaron aquí. Voces de un destierro olvidado”, preguntada por el diario Público si seguía habiendo racismo contra los samis, respondía: “Sí, lo hay. Pasa que ahora mismo no está bien visto tener actitudes racistas, así que quien piensa de esa forma debe ampararse en el anonimato. Y allí entra internet. Quiero pensar que el futuro será un poco más amigable”.
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