Iván Batista Hernández, militante de IU en Lepizig
«Nadie se va de casa salvo que la casa sea la boca de un tiburón». Esta desgarradora frase del poema Casa, de Warsan Shire, poeta y activista migrante nacida en Kenia y residente Londres, ilustra con rotundidad el trauma que puede llegar a suponer la emigración, así como sus motivos. Esta cita en particular se ha convertido en uno de los eslóganes más populares en el activismo por los derechos de migrantes económicos y refugiados alrededor del mundo anglosajón, similar al No nos vamos, nos echan usado por las y los emigrantes españoles.
Hay muchos mitos romantizados sobre las personas migrantes, a la vez que estigmas asociados a su condición en nuestro propio país. Se tiende a ver al emigrante como una especie de héroe moderno, un Ulises del siglo XXI dispuesto a correr todo tipo de riesgos por una aventura. Irónicamente se usa el término síndrome de Ulises para hablar del duelo migratorio, es decir, las dificultades y adversidades tanto personales como profesionales que experimentan la mayoría de las personas emigradas. Todo ello, sumado a las particularidades que se pueden dar si esta persona es mujer, racializada, refugiada o todas las anteriores.
El duelo migratorio se caracteriza por una serie de pérdidas que pueden llegar a crear un vacío en la propia persona, como bien ilustró el escultor Bruno Catalana en sus ya populares esculturas Les Voyageurs expuestas por las calles de la ciudad francesa de Marsella. Cuando una persona emigra deja mucho atrás. Esto supone una pérdida de lo que inconscientemente nos hace ser quienes somos: idioma, cultura, amistades o familia, además de un choque cultural nacido del hecho de encontrarse en un nuevo país con culturas y sistemas diferentes. Como explicó recientemente en un tuit el pianista y activista James Rhodes, quien emigró a España en 2017, uno se siente como «un pulpo en un garaje la mayoría del tiempo»; poco puede importar el tiempo que la persona lleve en su país de acogida, al igual que si sus condiciones vitales son mejores que de donde uno viene.
En muchos casos, todo esto fuerza la vuelta al país de origen. Se estima que un tercio de las inmigrantes retornan al punto de partida en algún momento de sus vidas, según un estudio de la Universidad de Washington. No es sólo el duelo migratorio o síndrome de Ulises el que hace que las personas decidan retornar: existen factores de gran importancia como lo son la xenofobia, la dificultad de aprender el idioma del país de acogida o la falta de oportunidades laborales, ya sea por raza u origen.
Sea cual sea el motivo, se llegan a dar casos en los que estas personas refugiadas vuelven a países en los que aún se está en guerra, sabiendo que las condiciones que les esperan serán más extremas a las que se han tenido que enfrentar. Un artículo publicado por el New York Times, cuyo desafortunado título habla sobre «inmigrantes que se rinden», narra casos de diversas personas que han tomado la decisión de volver y lo que esta acción les supone. Avisan de una realidad aplicable a emigrantes económicos: «volver a integrarse a su país de origen casi nunca es fácil».
La salud mental en las personas migrantes y retornadas es muchas veces pasada por alto, hasta el punto de existir pocos estudios a nivel global sobre el tema. Ello, a pesar de tratarse de una parte de la población particularmente propensa a sufrir de diferentes aflicciones de este tipo. En el caso de los refugiados es especialmente alarmante. Según estudios de la Fundación de la Salud Mental del Reino Unido, estas personas son cinco veces más propensas a sufrir diferentes tipos de problemas de salud mental que la población general, y que un 61% experimentarán en algún momento este tipo de problemas, ya sea por condiciones previas o posteriores al momento en el que emigraron.
En Estados Unidos, la investigadora Cindy Sangalang analizó las condiciones mentales de inmigrantes asiáticos y latinos, tanto económicos como refugiados, y concluyó que ambos grupos presentaban un mayor riesgo de trastornos del estado de ánimo, como la depresión, en comparación con el resto de la población, debido a problemas ligados a la llegada a un país desconocido. Las personas refugiadas tenían el doble de posibilidades de experimentar estas enfermedades que los inmigrantes económicos.
Pasados unos años, cuando la persona vuelve a su país de origen de visita o de manera definitiva, se puede experimentar un choque cultural inverso. Es decir, una sensación de sentirse como un extranjero también en tu país de origen. Esto genera una serie de contradicciones en el estado emocional del migrante o retornado, más aún si esta misma persona vuelve con problemas psicológicos.
El estado psicológico de las personas emigradas ha de tenerse en cuenta a la hora de acogerlas en su país de llegada y a la hora de recibirlas en caso de que decidan retornar. Cabe recordar, que en muchos casos la persona retornada puede sentir su regreso como «volver atrás», como escribe Jaime Martínez en su artículo Volver al pueblo no es ningún fracaso. No son solo las personas retornadas las que sienten esto: es cierto que hay un estigma entorno al regreso, ya sea en pueblos o barrios, donde se dan casos en las que el propio entorno de la persona no comprende las razones de su vuelta, lo que estigmatizan aún más al que fue migrante.
Para evitar este tipo de problemas, se debe cuidar la salud mental tanto del emigrado como del retornado, a través de apoyo psicológico y medidas que favorezcan la adaptación de estas personas en sus países de acogida o en sus países de origen.
Con este fin se han creado varias iniciativas, de entre las cuales una de las más llamativas es la propuesta por IU Exterior, la federación de Izquierda Unida para la población española emigrada, que elaboró el documento Retorno: Una perspectiva desde la emigración y que ha sido acogido en forma de mociones en diversas localidades del país. En el mismo se insiste, además de en la necesidad del cambio de modelo productivo del país y de sus condiciones laborales, en la necesidad de creación de oficinas autonómicas para las personas emigradas y retornadas.
Estas oficinas, entre otras competencias, asesorarían en cuestiones burocráticas y emocionales a las personas retornadas y crearían canales abiertos entre emigrantes y retornados, necesidades imperantes para evitar el choque cultural inverso dada la falta de información accesible y apoyo para propiciar una readaptación a su país de origen.
A su vez, para evitar el duelo migratorio de la persona ya emigrada, este plan propone medidas como el «Proyecto Embajadoras» que se formaría de manera voluntaria por personas y colectivos sociales interesados en ayudar a la integración al emigrado en su nuevo país de residencia, así como fomentar que dichas personas no pierdan el contacto con sus culturas locales.
El gobierno actual de coalición de Unidas Podemos y PSOE prometió recientemente que continuará con la actualización de la denominada <<Estrategia de Salud Mental>>, la cual tomará una serie de medidas en colaboración con las comunidades autónomas para combatir problemas derivados de trastornos depresivos; un avance sin duda acertado. Sumar dicha estrategia al plan propuesto por IU Exterior crearía un marco en el cual la emigración pudiera sentirse amparada por el Estado en esta materia.
En cualquier caso, falta un diálogo a nivel nacional sobre el estado mental de las personas emigradas y retornadas al igual que estudios sobre los trastornos del estado de ánimo de estas. Ambos factores son indispensables para poder cumplir con los objetivos del nuevo Gobierno e incluir a la diáspora en las medidas ya expuestas.
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