¿Sabéis contar?

Por Daniel Seixo

Trajes EPI en las mesas electorales, La Sexta entrevistando en riguroso directo a una joven positivo por coronavirus que se había acercado a ejercitar su derecho al voto y una surrealista calma que ponía fin a una década de desafíos performativos entre la Generalitat y el gobierno de España. Así se vivieron en gran medida las elecciones en Catalunya, como el último asalto de un triste espectáculo en el que dos púgiles demasiado cansados buscaban una victoria por pírrica que esta pudiese resultar.

Resulta lógico por tanto comenzar este breve análisis electoral por el protagonista: con apenas un 53 % de participación, la abstención, el hastío, la decepción y el desencanto, resultaron de nuevo claramente los vencedores tras una jornada electoral en el seno de una democracia burguesa. Pese a ser este un sistema político presentado desde el occidente capitalista de forma habitual como el culmen de la participación popular en la toma de decisiones, la conclusión a la que nos abocan estos elocuentes datos es que apenas uno de cada dos ciudadanos se ha dignado en Catalunya a formar parte de un ritual demasiado manido, en el que cada vez un porcentaje mayor de la población tiene la percepción de estar eligiendo únicamente caras que tarde o temprano rematan por recaer en las mismas políticas. Al menos en lo que al pueblo trabajador respecta, esto tiene visos de realidad irrefutable.

Contar, simplemente el futuro es nuestro si es cierto que sabemos contar el descontento creciente en nuestra sociedad,

Llegábamos de nuevo a las urnas con dos ejes claramente enfrentados, pero con diferentes interconexiones que complicaban sobremedida el tablero de los posibles pactos en el que hoy nos encontramos inmersos. Sin duda, la clave nacional volvía a suponer en Catalunya un eje primordial, con presos políticos todavía en las cárceles del estado español –únicamente liberados para dotar de mayor credibilidad al juego democrático– y frente a la incapacidad del la política centralista para rebajar a la realidad mundana las fantasías estructuradas por diferentes formaciones en torno a ese mismo hecho, el miedo a la ruptura de España, el procés y los reclamos a la independencia han sobrevolado todo este proceso electoral sin que pudiesen suponer sus críticas y loas algo más detallado y concreto que la mera apelación al sentimentalismo. Se basase este en el orgullo nacional frente a la injerencia política de Madrid o en el temor ante el precipicio de un desafío incierto, pero en apariencia firme.

Por su parte, el otro gran eje que completa este puzzle lo encontramos en la tradicional oposición entre izquierda y derecha. Un eje de clase, quizás demasiado clásico para algunos, demasiado depauperado por otros, alejado del rap o las modas electoralistas que pretender alienar en la absoluta candidez a la población, pero que en gran medida no deja de suponer un instrumento indispensable de cara a afinar nuestros análisis electorales y con ello lograr alcanzar la base con la que poder poner un pie en los barrios sin dejarnos llevar por ensoñaciones o por el simple ruido efectistas cada cuatro años.

No debemos olvidar que si bien el independentismo logra superar el 50% de los votos emitidos (74 escaños), la izquierda en estas elecciones ha logrado rozar el 58% (83 escaños), con lo que a todas luces esto supone una brecha mayor desde la que construir un nuevo relato alejado del callejón sin salida en el que se ha transformado la política catalana. Cierto es que para lograr un ejercicio político semejante deberíamos comprar pulpo como animal de compañía y con ello volver a considerar al PSC parte de la izquierda tras la “revolución electoral” de los indignados y el 15M, pero no menos cierto es que ese mismo esfuerzo imaginativo se debe realizar en la bancada independentista, para poder llegar a considerar como fuerzas soberanistas a formaciones que como Junts per Catalunya, han dado sobradas muestras de estar dispuestas a malvender la propia estrelada a la agenda neoliberal si esto resultase preciso para poder alcanzar el poder y un mayor acceso a los dividendos del mismo.

Llegábamos de nuevo a las urnas con dos ejes claramente enfrentados, pero con diferentes interconexiones que complicaban sobremedida el tablero de los posibles pactos en el que hoy nos encontramos inmersos

Nos encontramos pues con la fuerte impronta de dos ejes etéreos, incapaces por tanto de constituir una alternativa política real y únicamente presentes socialmente como opciones líquidas e indefinidas en una sociedad abocada al mero identitario sin mayor recorrido real que el abandono a la frustración y la radicalización de las posturas de cada bloque tome sin base real alguna para la esperanza en un futuro más digno. No existe un proceso político transformador en Catalunya, no existe algo así como un soberanismo activo capaz de construir una nación catalana dueña de su destino, ni existe tampoco una alternativa capaz desde la izquierda de garantizar esa misma soberanía al conjunto del proletariado catalán, sea bajo la bandera española o la suya propia. El procés y las diferentes citas electorales surgidas a raíz de su desafío inicial al régimen del 78, únicamente han valido para constatar las dependencias y la incapacidad política de ambos bloques y con ello profundizar en el desencanto y el abstencionismo como única salida viable. No perdamos de vista que uno de cada dos catalanes se ha quedado en su casa durante estas elecciones, han decidido no participar de un proceso que a todas luces han considerado innecesario o superfluo. Especialmente llamativa resulta la abstención en los entornos proletarios en los que Vox no ha supuesto una alternativa al descontento, pero en los que tampoco llegado a suponer ya una amenaza contra la que movilizarse.

Quizás solo quede ahora la tensa espera hasta la formación de gobierno, la legislatura y la decepción. Ni independentistas ni “constitucionalistas”, tienen entre sus planes retomar una verdadera soberanía sobre las finanzas, la política de vivienda, los servicios públicos, las infraestructuras o el mercado de trabajo. Ninguno de estos dos bloques camina de cara a poner en cuestión no solo la agenda neoliberal que impregna nuestras vidas, sino la propia concepción de la holística estructura capitalista responsable directa de la depauperación acelerada de las condiciones de vida del proletariado y la pérdida de soberanía efectiva de las naciones. Sea ERC y su imposibilidad/voluntad manifiesta de cara a lograr desarrollar una república catalana que rompa con el estado español o el PSC y su más que previsible traición al trabajador que le ha confiado su voto, lo cierto es que la única apuesta segura de cara al futuro se dibuja de nuevo en la actualidad el desencanto y el aumento de la abstención. Por el camino sin duda alguna se habrán desangrado definitivamente alternativas que como En Común o Ciudadanos se han mostrado incapaces de compaginar su crítica al eje nacional con una estructura sensata en clave de clase, puede que simplemente por manifiesta incompetencia o precisamente por haber nacido fruto de la indefinición política más absoluta adscrita a la política posmoderna. Mientras tanto, la ultraderecha representada por Vox, seguirá creciendo e imponiendo su impronta de radicalismo en un espectro político cada vez mayor en Catalunya y en el resto del estado, sin la necesidad de penetrar de forma firme en los barrios obreros. Les bastará con su desencanto, su renuncia a la participación y los cálculos electorales para seguir suponiendo una amenaza real y nada desdeñable para la convivencia de la sociedad. Al fin y al cabo, el fascismo crece y se reproduce entre las contradicciones y las tensiones del sistema capitalista.

Y ante esto, ¿qué hacer?

Pues yo os digo que contar, el futuro es nuestro si es cierto que sabemos contar el descontento creciente en nuestra sociedad, sumar su potencialidad de cambio y apostar por organizar una alternativa real, soberana en la única acepción del término y capaz de aunar en sus filas una concepción amplia de la izquierda, sin llegar por ello a desdibujar sus límites.

 

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