Rusia: el futuro y la historia

Foto: Mikhail Klimentyev / Sputnik.

La guerra que tiene como escenario a Ucrania implica una puja entre Rusia y sus demandas de ser reconocida como potencia, y un Occidente que se niega a aceptar competidores.

Por  @FioreViani / La tinta

Todo parece indicar que Rusia está negociando desde una posición de clara superioridad militar. Esa fortaleza se traduce en que las demandas solicitadas son muchas y prácticamente imposibles de cumplir para Kiev: el reconocimiento de la independencia de las repúblicas de Donesk y Lugansk, la cesión de Crimea a Moscú y la sanción de una nueva Constitución Nacional ucraniana que prohíba expresamente la adhesión futura tanto a la OTAN como a la Unión Europea (UE).

Sin embargo, las intenciones de Vladimir Putin no parecen estar aún del todo claras: ¿qué quiere, exactamente, Moscú? ¿Integrar definitivamente a Ucrania a su territorio? ¿Imponer a un nuevo gobierno títere o a una especie de Yanukovich 2.0? ¿Avanzar más sobre las ex repúblicas soviéticas que aún no son miembros de la OTAN? Si uno se atiene a las declaraciones de Putin, o de altos funcionarios del Kremlin, es aventurado afirmar que Rusia se detendrá en Ucrania.

Alexander Dugin, el intelectual ruso a quien muchos ven como una suerte de pensador oficial del gobierno ruso, e incluso han nombrado como el “Rasputín de Putin”, publicó el pasado fin de semana un extenso artículo donde deja en claro lo que él pretende de Ucrania y cuál es su visión respecto del futuro de Rusia. No está para nada claro que, efectivamente, Putin piense como el académico; no obstante, su artículo puede echar cierta luz sobre qué es lo que estaría en la cabeza de las élites rusas por estos momentos.

Imagen: Alexander Dugin, filósofo e intelectual ruso

Dugin sugiere crear una “Unión de los Estados Eslavos” que incluya, por supuesto, a Rusia, pero que integre además a Ucrania y a Bielorrusia, al menos en principio: “Si los ucranianos y, en parte, los bielorrusos se niegan a llamarse a sí mismos ‘rusos’, ya que piensan que es un nombre que solo designa a los grandes rusos (‘moscovitas’), entonces será necesario usar un término mucho más amplio”.

El intelectual ruso está convencido de que la avanzada de su país fue tan grande que ya no hay vuelta atrás: “Derrotar a Ucrania y dejar que siga existiendo es una contradicción lógica y geopolítica, lo cual no impide que debamos debilitar su capacidad militar y castigar a los nacionalistas que han cometido crímenes. El problema radica en que dejamos que Ucrania siga existiendo, incluso bajo el control de un gobierno pro-ruso. Si esto sucede, todo volverá, tarde o temprano, a la misma situación”.


Para Dugin, la guerra no es “contra Ucrania”, sino “contra el globalismo”: “Esta guerra no tiene como objetivo destruir a Ucrania, es una guerra en contra del globalismo como fenómeno planetario. Rusia rechaza el globalismo tanto a nivel geopolítico (unipolaridad, atlantismo) como ideológico (liberalismo, anti-tradicionalismo, tecnocracia, Great Reset). Ahora ha quedado claro que todos los líderes de Europa hacen parte del atlantismo. Como Rusia está en guerra con ellos, reaccionan de forma agresiva”. 


Dugin es uno de los considerados ideólogos de la llamada ola “anti-globalista” que reúne a distintos movimientos de extrema derecha alrededor del mundo. Declarado enemigo de los organismos de integración regional y de la UE, el filósofo ve en esta situación una oportunidad histórica para que Rusia retome el rol que, al igual que Putin, está convencido que le corresponde.

Además, Dugin es un ferviente opositor a la democracia liberal, como se la entiende en Occidente, e incluso va más allá definiendo lo que considera una imagen “diferente” del ser humano: “Para nosotros, los rusos, ser humano es sinónimo de pertenecer al conjunto. Para nosotros, el hombre no es un individuo”.

Para el filósofo -algo que también parece compartir con Putin-, Ucrania es una pieza clave del “renacimiento del Imperio Ruso”. El problema, para Dugin -algo que también parece compartir el presidente ruso-, es Occidente: “El Occidente actual no tiene nada que ver con la cultura mediterránea grecorromana ni tampoco con la Edad Media cristiana o el Occidente violento y caótico del siglo XX. Nos estamos enfrentando a una anti-civilización llena de residuos tóxicos que envenenan al planeta”.

En el discurso del lunes previo a la invasión de Ucrania, Putin estuvo en línea con este pensamiento, recordando la desintegración de la Unión Soviética (URSS), donde el país, por aquel entonces, se había dividido en 11 repúblicas independientes. Para el presidente ruso, esto se trató de “una locura”, ya que Moscú “les dio el derecho de salir de la Unión sin términos ni condiciones”. Luego fue un paso más allá, definiendo a Ucrania como una parte más de Rusia: “Permítanme enfatizar una vez más que Ucrania, para nosotros, no es solo un país vecino. Es una parte integral de nuestra propia historia, cultura, espacio espiritual”.

Durante el discurso de Putin, se pudo ver la paradoja de reivindicar el legado soviético mientras lo criticaba en los términos más duros. Putin definió a Lenin como “autor y arquitecto” del Estado ucraniano, para después afirmar que desde Kiev se intentó eliminar el legado comunista, pero quedaron a medio camino: “¿Entonces quieres la descomunización? Eso nos conviene. Pero no nos detengamos a mitad de camino. Estamos preparados para mostrarte cómo es la verdadera descomunización”.

Por lo pronto, la invasión de Rusia a Ucrania transformó el mundo de una manera que no imaginábamos hace apenas algunos meses. El gasto militar de las grandes potencias ha comenzado a escalar, inclusive el de países con tradiciones pacíficas como China. Alemania piensa en reinstaurar el servicio militar obligatorio, al mismo tiempo que incrementa su gasto militar al igual que Francia. Lo que les pedía Donald Trump para sostener la OTAN, sin lograrlo, irónicamente lo ha hecho ahora Putin.

Las sanciones, prácticamente inéditas de Occidente contra Rusia, han acorralado al Kremlin a una posición tan compleja como incómoda. Para Putin, es difícil retroceder sin mostrar una debilidad inusitada. Por otro lado, la decisión de la OTAN de no establecer bloqueos aéreos ni colaborar con sus bases para las tropas ucranianas fueron un claro signo de una desescalada militar que no se sabe hasta cuándo puede durar.

Moscú, más allá de una victoria militar sobre Ucrania, quedará tan debilitado y aislado debido a las sanciones que es difícil observar un escenario donde, efectivamente, el Kremlin “triunfe”. El desprestigio en lo que respecta a su softpower en la arena internacional se encuentra en su punto histórico más bajo, en décadas. Por ello, quizás el mayor beneficiado de todo esto podría ser Beijing. China puede aprovechar para consolidarse como un actor de paz en el escenario global; a su vez, sumar influencia geopolítica, y, sobre todo, económica, sobre un alicaído Moscú, más necesitado que nunca de un salvavidas.

Para Dugin y Putin, es el momento de la hegemonía “euroasiática” y el ocaso de Occidente. A mediados del siglo XX, Henry Kissinger decía que había que hacer todo lo posible para alejar a Moscú de Beijing. Hoy, por impericia o por decisión, Washington los está uniendo más que nunca.

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