Domingo Sanz
Politólogo
Resiste aún, desde las posiciones conquistadas a lo bestia y legalizadas después sin que les tocaran ni una peseta. Ahí están los herederos del abuso, un hatajo riéndose de todos. Y enfrente, miles, los expropiados tras la guerra, siempre bajo amenaza.
Resiste, porque la luz del primer instante de libertad nos deslumbró tanto que hasta olvidamos que, para ser verdad, solo podía llamarse república.
Resiste gracias a obispos como Cañizares o Reig Plá, que cada día queman en su infierno imaginario unos miles de los que no les gustamos. Desde los mismos púlpitos donde justifican sus pederastias y las ocultan de la Justicia.
Resiste con jueces que les compran poder a políticos cobardes a cambio de las sentencias que saben que desean.
Jueces que tratan las leyes de las libertades grandes como si fueran reglamentos de Romanones pequeños. Jueces capaces de reconocer hoy a Franco cuando solo lo reconocían los otros asesinos, los fascistas italianos y los nazis germanos.
¿Es necesaria mayor prueba de franquismo para iniciar contra esos jueces expediente inmediato de expulsión de una Justicia que tiene que responder ante la de Europa?
Resiste desde el miedo colectivo a lo desconocido, el número de franquistas que se ocultan por los rincones de las fuerzas que manejan armas.
Resiste incluso huyendo, como siempre cobarde, borrando de los archivos públicos los nombres de los cómplices que asesinaron a nuestros mejores, como Miguel Hernández. Destruyendo memoria en pleno siglo XXI, y desde los templos de la educación superior.
Resiste desde el rey ex, un delincuente blindado que, en lugar de ayudar a limpiar de franquistas las cúpulas armadas, como jefe que era de todas ellas, no dudó en hacer lo que fuera necesario para robarle, a la sociedad que le paga un sueldo millonario, la voluntad de decidir sobre la forma de Estado.
Que Juan Carlos I, gracias a que fue nombrado por Franco, podía haber cesado a muchos altos mandos, lo demostraron los propios golpistas del 23F durante el juicio, que se habrían dejado cortar en pedazos finos y en vivo antes de confesar sus intrigas en las cercanías del monarca.
Pero precisamente no lo hizo por eso. Porque todo sucesor nombrado por Franco sabe muy bien que su verdadero poder consiste en poder activar la amenaza. Lo de las urnas ya, tal. Y según.
Resiste el franquismo en un rey Felipe VI borbón y asustado que, tras la valentía catalana, no quiere ver la lluvia fina de urnas rebeldes que van regando la geografía de ganas de libertad en versión republicana, mientras sus fuerzas del orden esta vez solo callan.
Nunca fue ni será legal apalear votantes. Las sentencias que prohíben urnas solo pueden estar escritas por manos franquistas.
Felipe VI debe atreverse a lo único que le hará digno: ser el último rey de España por su propia voluntad. Solo lo necesitamos para sentirnos amenazados, y de eso tenemos de sobra. Descompuesto por el miedo a terminar siendo el rey al que se le rompió España, es incapaz de darse cuenta de que, desde que le colocaron la corona, solo manda el desconcierto.
Resiste la derecha franquista porque sus portavoces solo mencionan la Constitución amenazando, tal como hacían los que sacaban a pasear los Principios del Movimiento Nacional, y golpista y asesino.
Resiste un hoy fantasmal Rivera, recién noqueado por el presidente de Francia, entre el silencio avieso de sus dos socios, uno amenazando con un nuevo dos de mayo y el otro, Casado, perdido en medio de la demagogia que le hundió hasta el abismo de los 66 escaños.
Resiste la triple derecha franquista porque, si la más franquista de las tres llama “puta” a una ministra las otras dos no se atreven a condenarla.
Resiste porque los no franquistas han desperdiciado durante trece legislaturas sus varias mayorías, hasta de 230 diputados, y no han aprobado leyes que prohibieran los enaltecimientos del franquismo. Y también desperdiciarán la actual de 199. Y seguirán jugando con fuego. O, lo que es lo mismo, a la polémica suicida de si es antes la gallina o el huevo.
¿O se darán cuenta alguna vez de que, en España y hablando de seguir derrotando franquismos, cada oportunidad es vital?
Por ejemplo, por que no, antes de jurar o prometer la Constitución, no se obliga a todos los políticos a jurar o prometer también su renuncia personal al franquismo, a sus pompas y a sus obras, y a denunciarlo y a perseguirlo hasta la última gota de sus vidas.
¿Cómo es posible en un país como el nuestro, con tanto asesino premiado y tanto inocente mal enterrado?
¿Es que cientos de miles de víctimas del franquismo no se merecen ese compromiso especial de quienes, además de ganar en urnas tantas veces corrompidas, quieran ser considerados demócratas?
Y que no se diga que la Constitución ya implica rechazo del franquismo, porque lo que sí que implicó fue colocarnos a la fuerza una monarquía restaurada por Franco.
Resiste nuestra derecha herida, ahora con sus ideas e insultos al aire, porque en un solo día de 2017 dos millones de catalanes han conseguido sacar a miles de franquistas de sus escondrijos en el Titanic del 78, desde donde se han estado burlando de todos durante cuarenta años.
Resiste, hablando de barcos, en la diplomacia socialista de un Borrell en funciones, convocando este mismo 23 de junio nada menos que una jura de bandera a bordo del Juan Sebastián Elcano, casualmente de escala en Kiel, en el estado alemán que rechazó la entrega del presidente Puigdemont a España.
Nada mejor, para medir la sensación de odio y derrota de los franquistas, que este rey rabioso y asustado, capaz de dejar tuerto a cualquier adversario, o no pedirle perdón, y enfrentar para siempre a dos mitades de catalanes a cambio de seis minutos de barra libre en pantalla.
Muchos son los bastiones que permiten que resista nuestra derecha franquista. Pero también es mortal, como lo fue aquel, su verdadero fundador.
¿Qué le costaría cambiar para dedicarse a ser normal, productiva, liberal de verdad, europea y pacífica, vasca o catalana, nuestra derecha hispana? Miles de personas vivirían más tranquilas.
A partir de hoy regresaré siempre a esta prosa sencilla.
Quiero medir cada día
lo que siga quedando de Franco
en nuestra derecha franquista.
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