Ropa vieja constitucional

Ellos creen que hay personas que están por encima de los demás y de ahí su argumento de que esas personas, conceden, como los señores medievales, prebendas y privilegios para los inferiores.

Por Jesús Ausín

El barco permanecía en silencio. Desde hacía una semana, las velas no habían vuelto a hincharse con el viento. Los marineros ya no montaban timbas por la noche en las que jugarse los cuartos bajo la algarabía y los efluvios del ron o del vino añejo. No había motín en sí porque no exigían un nuevo contramaestre, ni tampoco un nuevo capitán. Sólo querían que a la hora de repartir las viandas, las comidas fueran en suficiente cantidad como para dejar de pasar hambre y poder trabajar sin tener que caer rendidos bajo el esfuerzo de tirar de las maromas. Porque no es que la comida escaseara. El Oficial de Intendencia, había dicho varias veces en el transcurso de las partidas de cartas que habían previsto llegar a Cuba con doscientos treinta esclavos en las bodegas y que sin embargo tan sólo quedaban cuarenta. Todos los demás habían muerto víctimas de una extraña enfermedad que curiosamente no afectaba a los marineros blancos. 

Pero el capitán, al servicio del armador del que era socio y amigo, quería compensar las pérdidas de los esclavos a base de racionar la comida para luego poder vendarla en Cuba o reutilizarla en el siguiente viaje de vuelta a África en busca de más esclavos. Las raciones eran tan escasas que ya habían muerto por el esfuerzo y por la falta de alimento suficiente, cinco marineros. Y eso también beneficiaba tanto al armador como al capitán ya que cada marinero muerto, era un salario menos que pagar. Al ritmo de muertes que llevaban, calculaba que no habría problemas para llegar a puerto con uno o dos días de retraso. Así podría ahorrarse unos cuantos salarios. Pero, esos cálculos eran anteriores a la situación actual.

El Barco apenas si avanzaba y los marineros seguían malcomiendo durante los días en los que remoloneaban para izar mal las velas o hacerlo a un ritmo en el que el viento cortante, acababa desgarrando la tela que también cosían sin ningún empeño ni esfuerzo. Mientras el contramaestre les arengaba con el látigo intentando hacerles entrar en razón con argumentos como que si se les acababan los suministros en mitad del Atlántico, todos morirían, el capitán estaba preocupado porque sabía que había comida más que suficiente para alargar la travesía hasta quince días más. Si los marineros no cesaban en su actitud en los próximos tres días, no quedarían esclavos que vender, ni tampoco comida que ahorrar.

 

El tonelero, un forzudo rudo, llegó con la solución al camarote del capitán.

 

 

Habían pasado cuatro días desde que el capitán prometió incrementar las raciones y los marineros habían vuelto a izar las velas a pleno rendimiento, viento en popa a toda vela hacia Cuba. Durante esos días, estuvo convenciendo a los cinco de los marineros que más se habían significado durante el motín que no era motín, para que portaran armas. Con ellos había acordado, con el consentimiento del resto de la tripulación, que fueran los que supervisaran, junto al oficial de intendencia, para llevar desde las despensas en las bodegas a la cocina, los alimentos que fueran a consumir durante la jornada. Durante esos cuatro días, estuvo tanteándoles con la idea de ofrecerles diez coronas de oro más de salario a cada uno si llegaban a Cienfuegos con al menos diez cajas de arenques sin tocar, veinte sacos de harina intactos, tres de garbanzos, tres arrobas de aceite de sobra y otras mercancías destinadas a dar de comer a la tripulación sin abrir. Para evitar tener que enfrentarse con la tripulación, les había expuesto la idea del tonelero: cada día de navegación, la llave de la despensa estaría en manos de uno de los cuatro marineros en lugar del habitual en el camarote del contramaestre. Por la mañana, sacarían las viandas de la despensa como si fueran suficientes para todo el día, pero en realidad la cantidad tendrían que racionarla para que les llegara a todos. El oficial de intendencia, al rato de llegar la comida a la cocina, montaría en cólera y mandaría a uno de los aprendices a buscar al marinero portador de la llave de la despensa para decirle que se había equivocado con las cantidades y que trajera más comida. Pero, por más que buscara al marinero, no lo encontraría porque estaría escondido entre los esclavos de la bodega. Como no había llave, no quedaría otra que repartir las viandas entre todos los marineros.

 

Así, lograron engañar a la tripulación durante doce días. Tres turnos completos de cada uno de los cuatro marineros que custodiaban las llaves. Cuando la tripulación se olió la estrategia intentaron amotinarse. Pero las armas estaban cerradas con tres candados y los únicos que las tenían a mano eran el capitán, los oficiales y los cuatro marineros que custodiaban las llaves.

 

Por fin lograron llegar a Cienfuegos un mes después del motín que no era motín, con la despensa por la mitad y veinte marineros menos muertos de inanición.

 

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Ropa vieja, constitucional

 

 

Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar.

Refrán castellano.

 

Hace unos días se cumplían 43 años desde aquel 6 de diciembre de 1978, en el que casi dieciocho millones de españoles, de los casi veintisiete que tenían derecho al voto, a base de racarraca televiso y radiofónico y editoriales de prensa, dieron continuidad a la reforma constitucional con casi 16 millones de votos afirmativos.

A pesar de los sermones infantiles, argumentarios de y para majaderos del actual alcalde de Madrid que, sin pudor asigna el mérito de habernos concedido la democracia al rey demérito, (como el que va a una boutique del centro de Milán y compra un traje para cada uno de los españoles), ni la democracia es cosa del sucesor nombrado por Franco, al que no le quedó otra, si quería salvaguardar su estatus que aceptar la hoja de ruta escrita y pactada por el régimen con el imperio, la socialdemocracia alemana y los prebostes franquistas, ni, como decía Enric Juliana, la Constitución es el resultado de un proceso constituyente resultado de la correlación de fuerzas de las elecciones del 77.

El argumento de Juliana es falso desde el momento que no se permitió la concurrencia de ningún partido republicano (porque no fueron legalizados) y de que, para que el Partido Comunista de España fuera legalizado aquel 9 de abril (Sábado Santo), Carrillo tuvo que aceptar la monarquía como forma de estado y la bandera rojigualda. Por tanto, la correlación de fuerzas no existió. Es más, dos días antes de la legalización del PCE, el 7 abril de ese año, Adolfo Suarez era el máximo dirigente de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista que disolvió para poder “montar” una formación, la UCD, sin la carcasa franquista pero lleno de franquistas. Un partido surgido, en teoría, de la nada que arrasó en las generales.

De la argumentación de este tipo al que no le sienta bien el traje, lo mismo que a su partido no les sienta bien la honradez y las libertades individuales que no sean las de ir al bar, queda el poso. Ellos creen que hay personas que están por encima de los demás y de ahí su argumento de que esas personas, conceden, como los señores medievales, prebendas y privilegios para los inferiores. Y es que su subconsciente fascitoide, siempre les traiciona y acaba aflorando.

De esa concepción franquista de “por la gracia de dios” está contaminada la Constitución de 1978 a la que envuelve un halo hediondo que tira para atrás. Sus máximos defensores actuales, los que se autodenominan «constitucionalistas», pertenecen en su mayoría a una formación cuyos ancestros fueron las únicas voces discordantes que pedían el voto por el NO en el ala fascista del régimen. Y entre los que pedían el forman parte de esa camarilla llamada «padres de la constitución», ya se cuidaron muy mucho de poner una llave a la despensa y esconder al marinero que la custodiaba. Porque fueron ellos los que, además de redactar una serie de derechos que no se cumplen, dejaron claro que el rey es un militar, que como tal es la máxima autoridad de los civiles y de los ejércitos y que son estos los que salvaguardan una constitución, que si fuera del pueblo, no necesitaría tutelas, ni salvadores. Ellos cerraron las puertas a una verdadera reforma constituyente en el momento que eligieron la provincia como circunscripción electoral. Una circunscripción que elige diputados por el número de  electores pero que sin embargo en Teruel cuesta 30.000 votos un escaño y en Madrid 300.000. Una circunscripción superdimensionada en aquellas provincias más proclives al régimen franquista como las castellanas, aragonesas o gallegas e infrarepresentadas allí dónde había más habitantes como Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla o Bilbao. El método del recuento electoral, la ley D’Hont también es otra ayuda para que el marinero que porta la llave pueda esconderse.

 

¿Para qué sirve una constitución, si no se cumplen los derechos en ella expuestos como tablas de Moisés, si además quiénes tienen que decidir si las leyes son constitucionales o no, son unos señores elegidos por aquellos políticos herederos de los que reclamaban el NO desde la parte fascista por ser de su misma ideología? ¿Puede ser constitucional una ley que impide el derecho real de manifestación, que acepta que la palabra de una persona, por mucha placa que lleve, vale más que la de otra y más incluso que las pruebas filmadas? ¿Puede ser constitucional que, quince días después de una huelga, se vaya casa por casa, como en las mejores dictaduras, buscando a huelguistas para detenerlos por altercado público y atentado a la autoridad cuando hemos visto que quién pega no son precisamente los detenidos?

Hay muchas formas de acabar con lo que el refrán define como «vicio»,  pedir. Una, es hacer oídos sordos. Otra, decir que si, pero cerrar la puerta y esperar a que el que pide se vaya. Otra, es directamente sacar la escopeta y amenazar al pidientero para que se vaya. Y la última, es hacerle pasar, hacer creer al vecino que le vas a dar lo que pide, llevarle al patio y pegarle una paliza, meterle en el coche y abandonarle en un camino. Los vecinos pensarán que eres buena persona, pero el pidientero y tú sabréis que en realidad eres un sátrapa. La democracia en España se parece muy mucho a esta última opción.

España es un estado fallido, con una Constitución que se incumple todos los días en cuanto a derechos y libertades, en el que no existen separación de poderes y en el que los dos principales partidos que se han estado alternando desde 1978, son en realidad una misma fuerza política que representa a las oligarquías y a los poderes fácticos y que son demócratas mientras no pretendas quitarles la silla o llevarles la contraria. A ellos o a quiénes de verdad representan.

Que estemos a puntito de quedarnos sin sanidad pública, que la electricidad lleve camino de ser un artículo de lujo, que no se pueda acudir a una manifestación sin correr el riesgo de que días después vengan a buscarte a casa o sin el peligro de que cuatro meses después llegue una carta certificada con una sanción de 600 o 1.000 euros, que no haya reparos en dotar con porras de acero a los policías, pero que, sin embargo, siempre haya reparos para dotar presupuestariamente una sanidad pública de calidad, unas pensiones dignas y a una edad en la que aún puedas disfrutar del merecido descanso o que no haya plazas educativas para todos los estudiantes pero nunca haya problemas para gastar 2.000.000.000 en aviones de combate para Canarias, tanques, armamento o pistolas táser para policías, no se ajusta nada al espíritu del artículo 1 de la Constitución, porque ni es social, ni democrático y el derecho se va por el sumidero sustituyéndolo por el amiguismo y el interés particular.

 

Porque en realidad, hoy 43 años después de aquel simulacro constitucional, estamos de vuelta en 1976.

 

¿Volveremos a 1940?

 

Salud, ecología, feminismo, república y más escuelas públicas y laicas.

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