Roberta Metsola y la agonía de la UE

La ciudadanía europea asiste atónita a la agonía de una Unión que ya no sabe el lugar que ocupa en el mundo, que recibe burlas constantemente y es incluso ignorada por agentes externos.

Tania Lezcano

El pasado 18 de enero, el Parlamento Europeo eligió por mayoría a la nueva presidenta: la maltesa Roberta Metsola, perteneciente al Partido Popular Europeo (PPE), que hasta ahora había sido vicepresidenta. Conocida por sus posiciones contra los derechos reproductivos de las mujeres, ha sido elegida gracias a un pacto entre el PPE, los Socialistas y Demócratas (S&D) y los liberales de Renew, donde se encuentra Ciudadanos. Además, el grupo de ultraderecha (donde está Vox, ECR), también ha votado a favor.

Ya en junio de 2019, el PPE, el S&D y Renew formaron una coalición de mayoría parlamentaria y decidieron colocar como presidente al socialista David Sassoli, siempre y cuando en enero de 2022 lo sucediera un miembro del PPE, aunque hasta diciembre de 2021 no se conoció su identidad. Roberta Metsola, perteneciente al Partit Nazzjonalista (PN), es conocida por criticar abiertamente el aborto y haber votado en su contra, aunque su equipo, en un alarde de propaganda, justificó el voto en contra como una «peculiaridad maltesa» más que como una opinión personal. Por si fuera poco, también se abstuvo en una votación que pedía a la Comisión tipificar como delito la violencia contra las mujeres a nivel europeo. A pesar de esto, naturalmente, Metsola se ha comprometido a adoptar las posiciones de la Cámara, algo que tampoco le será difícil en un parlamento con acuerdos previamente pactados y repleto de neoliberalismo.

La UE se hunde hacia la derecha

La elección de una presidenta conservadora y con posiciones contrarias a los derechos de las mujeres —especialmente por parte del S&D— es solo una ficha más del dominó europeo que va derrumbándose. Cuando la UE se creó, prometía un mundo más justo y solidario, algo que se reforzaría con una moneda común. Desde el principio, aquel sueño ingenuo se sabía imposible en medio de un capitalismo voraz y unas posiciones económicas y políticas tan diferentes. Y, sobre todo, ante la falta de voluntad real de unir a los pueblos. Fueron muchos quienes desde la izquierda criticaron aquella fantasía, como Julio Anguita, y apuntaron la desigualdad real que todo aquello traería y que, como hemos visto, se ha cumplido.

Ahora, la ciudadanía europea asiste atónita a la agonía de una Unión que ya no sabe el lugar que ocupa en el mundo, que recibe burlas constantemente y es incluso ignorada por agentes externos. En su último estertor, en lugar de caminar hacia esa sociedad que decía buscar, la UE se inclina aún más hacia el chovinismo, la división, la superioridad moral que nunca dejó de tener e incluso hacia la represión de su propia gente. No es un secreto para nadie que la inversión en defensa y material policial ha aumentado considerablemente durante la pandemia, cuando la prioridad debería haber sido la salud. De hecho, en 2020 el gasto militar de la UE alcanzó su máximo histórico, con 198.000 millones, un 5% más que en el periodo anterior. Sería interesante preguntarnos por y para qué.

Roberta Metsola es solo una pieza más en una partida de ajedrez que la UE hace tiempo que ha perdido. En su discurso tras ser elegida dijo: «Estoy aquí para pedir su confianza y su voto para ayudar entre todos a hacer la Europa de mañana y que la ciudadanía vuelva a creer». He aquí una de las grandes preocupaciones de la Unión, y es que el rechazo a la UE y a sus instituciones ha aumentado en todos los países. Sin duda, esto refuerza los nacionalismos y da alas a la extrema derecha y a los grupos neonazis. Sin embargo, no es extraño que la ciudadanía de a pie y la izquierda muestren hartazgo hacia una UE que no es ni la mitad de lo que prometió ni realmente cubre las necesidades de las personas ni trabaja para ellas.

Hablamos de una UE que permite que miles de personas mueran cada año ahogadas en el Mar Mediterráneo sin mover un dedo. Hablamos de una UE que hace tratos con países fronterizos, como Turquía o Marruecos, para que se encarguen de quienes buscan refugio por conflictos alimentados por la propia UE. Hablamos de una UE que se ha negado a liberar las patentes de las vacunas, evitando así que puedan fabricarse en los países más pobres. Hablamos de una UE deshumanizada, egoísta, clasista y supremacista, expoliadora y con un tufo a rancio enarbolando banderas del viejo continente poderoso que una vez fue. Afortunadamente, la ciudadanía está muy lejos de su clase política y, por eso, son cada vez más los ciudadanos y ciudadanas que exigen políticas humanas, solidarias y, sobre todo, justas para todas las personas.

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