Río de Janeiro, purgatorio de la belleza y el caos

Foto de portada: Juan Chirioca

En la historia de Río de Janeiro, convergen esclavistas y esclavizados rebeldes, conquistadores y afrodescendientes que defendieron sus derechos, escuadrones de la muerte y obreros y obreras que no dudaron en enfrentar la represión en diferentes épocas.

Por Santiago Montag / La tinta

“Rio 40 graus
Cidade maravilha
Purgatório da beleza
E do caos”.
(Fernanda Abreu)

La segunda vuelta electoral del 30 de octubre en Brasil marcó una nueva situación política en el país, con sus respectivas repercusiones internacionales. El triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva, por escasa diferencia, sobre Jair Bolsonaro, abrió un eje de debate sobre la permanencia de un movimiento político de derecha alrededor de su figura: el bolsonarismo. Apenas se conoció el resultado, comenzaron a generarse bloqueos de rutas en todo el país, alcanzando poco más de 500, con su pico máximo entre el lunes y martes anteriores a que hablara el presidente saliente. En un escueto discurso, Bolsonaro planteó que no apoyaba los métodos, pero explicaba que los bloqueos y manifestaciones eran una expresión “legítima” de las 58 millones de personas que lo votaron.

Pero los bloqueos no cesaron. De hecho, se pudo notar que la Policía Rodoviaria Federal les decía a los bolsonaristas que “estamos aquí para acompañarlos”, una declaración que muestra que son parte de esa base social reaccionaria. El miércoles después de los comicios, estallaron algunas protestas en diversas ciudades. La mayoría no fueron masivas, pero tenían un contenido llamativo. En Santa Catarina, por ejemplo, un centenar de personas, frente a un cuartel de las Fuerzas Armadas, se mostró cantando el himno brasileño y haciendo el saludo nazi mientras exigía una intervención militar. Cerca de las 20 horas de ese día, Bolsonaro difundió un comunicado grabado. Vistiendo una remera, pidió que se levanten los cortes para “no perjudicar la economía del país”, pero que se “continúen manifestando”, nombrando a esas protestas como un “movimiento popular”.

Particularmente, la ciudad de Río de Janeiro dio mucho que hablar. Durante el feriado del 2 de noviembre, allí se pudo ver la única manifestación relativamente masiva, aunque menor que la del 7 de septiembre. Superaba las 10 mil personas que pedían una “intervención militar” frente al emblemático edificio Duque de Caxias, el antiguo Ministerio del Ejército cuando Río era la capital del país. Un dato a tener en cuenta es que, como fuente de votos, Bolsonaro recolectó en esta ciudad un 53 por ciento en el balotaje, frente al 47 por ciento de Lula. Uno de sus más firmes aliados, el actual gobernador de extrema derecha, Claudio Castro (Partido Liberal), ganó con el 58 por ciento, luego de una campaña basada en su “gestión de la seguridad”. Para ello, Castro realizó al menos 40 masacres, incluidas tres de las cinco operaciones policiales más letales en la historia de Río de Janeiro, en Jacarezinho, Penha y Alemão. ¿Pero por qué Río de Janeiro tiene una base social tan vinculada al bolsonarismo? ¿Cuáles podrían ser sus raíces histórico-geográficas en la especificidad de Brasil y, en particular, su base en Río de Janeiro a partir de la dinámica de que fue adoptando la lucha de clases y su estructuración en el espacio?

Imagen: Juan Chirioca / La tinta

En primer lugar, fue el principal puerto receptor de millones de personas esclavizadas provenientes, en su mayoría, de lo que hoy son Angola y Mozambique (antiguas colonias portuguesas en África), la primera sangre tractora del capitalismo naciente. La emergencia de Minas Gerais demandaba una enorme cantidad de mano de obra esclavizada para la extracción de minerales durante el siglo XVIII. Combinada con el crecimiento de las plantaciones cafetaleras, fortaleció la posición de Río como centro comercial, que le dio un enorme impulso hasta convertirse, en pocos años, entre fines del siglo XVIII a principios del XIX, de una colonia a una metrópoli.

En la ciudad, se constituyó el hogar de la Corona del Imperio de Brasil, que duró 77 años (1822-1889), siendo único en su especie a partir de un largo proceso de independencia muy distinto al resto de las colonias. A grandes rasgos, la conformación del Imperio se dio con la finalización de las guerras napoleónicas y los Tratados de Viena, que dieron lugar a la re-emergencia de las monarquías en Europa (proceso conocido como Restauración Monárquica); por otro lado, resolvió un problema de fragmentación político-territorial y de inestabilidad insurgente, por el surgimiento de movimientos republicanos inspirados en la Revolución Francesa. Estos movimientos planteaban una nueva configuración política en favor de la burguesía agraria emergente, donde se utilizó, entre otras cosas, las ideas de “igualdad” (por los altos impuestos que imponía la Corona), pero no planteaban claramente la abolición de la esclavitud para conseguir el apoyo de esclavizados y negros libertos (1).


Los más emblemáticos fueron la “Inconfidência Mineira” (1789), rebelados contra los excesivos impuestos, que plantearon la independencia de Minas Gerais contra del Reino de Portugal, y la Revolución de Pernambuco (1817), donde participaban terratenientes conservadores esclavistas, pero también sectores de una burguesía media y afrodescendientes libertos, que establecieron un gobierno provisional que duró tres meses. El componente insurreccional esclavizado era determinante en estos procesos, donde las nociones de libertad y un nuevo régimen de inclusión política, contrarios a los de la monarquía, generaron entre los propietarios y burgueses comerciantes la necesidad de establecer mecanismos de represión y control sobre esta población que tenía un enorme peso social (2).


La Revolución Haitiana (1791-1804), que estableció la primera República de origen esclavista, despertó un fantasma de la insurrección que recorrió la América colonial (3). En particular, el miedo entre los primeros burgueses brasileros hacia los levantamientos de esclavizados, organizados en los Quilombos (formas de resistencia a la esclavitud), ajustó los mecanismos de cooptación (a través de “negros libertos” con algunos derechos políticos y relaciones de reciprocidad). Con lo cual, se anticipaba que la abolición de la esclavitud sería un proceso lento y paulatino.

El Grito de Ipiranga fue parte de este proceso de establecer alianzas y concesiones a la élite brasileña (comerciantes, grandes propietarios y militares), con mayor fuerza en Río de Janeiro, que se enriqueció con los pactos que abrieron el comercio con Inglaterra, a fin de evitar la fragmentación territorial de la mega-colonia, a través de una “guerra civil”, o abrir las perspectivas de insurrecciones de todo tipo, entre ellas, de las personas esclavizadas. Así quedaría configurado un sistema burocrático anclado en élites militares y terratenientes, basado en la dominación racial. Incluso, para mantener la integridad territorial, el Imperio aplastó una secuencia de importantes revueltas regionales, de las cuales las más importantes fueron la Farroupílha en Rio Grande do Sul y Balaiada en Pará/Maranhão.

Este temor a las insurrecciones se sostuvo durante los siglos siguientes. Incluso, una vez abolida parcialmente la esclavitud con la “Ley Aurea” (1888), los afrodescendientes pasaron a formar parte de la clase asalariada industrial del acelerado proceso de urbanización de una manera muy compleja. La burguesía carioca emergente apeló a un proyecto de migración proveniente de Europa para mitigar el peso de esa población, en semejante lugar estratégico, a los antiguos esclavizados. Pero, con esa importación, vinieron también las ideas anarco-sindicalistas.

En Río de Janeiro, la burguesía innovó en las formas de estratificación para fragmentar a la clase obrera a través de las “fábricas mixtas”, donde trabajaban esclavizados, negros libertos y migrantes europeos (en particular, italianos). La mayoría de ellos ocupaban los lugares más precarios del proceso productivo, tanto en fábricas, servicios o trabajos domésticos. Esto plantea una complejidad en las relaciones de clase única en el mundo y que dio nacimiento al movimiento obrero brasilero. Los sindicatos que surgieron hacia fines del siglo XIX incorporaron en sus programas completar la abolición de la esclavitud. Aún estos resabios eran algo totalmente anacrónico bajo las relaciones sociales capitalistas, pero que funcionaba como un factor de dominio económico y subjetivo. La pelea contra ese sistema tenía connotaciones de solidaridad de clase a partir de una demanda democrática muy profunda, pero también económica, ya que hacía una fuerte presión sobre el costo salarial; e, incluso, existían las demandas políticas, ya que el Estado era uno de los mayores propietarios de personas esclavizadas.

Pero fueron condenados a la peor vida, a la marginación racial y también espacial. La lucha por los derechos raciales fue una constante durante el siglo XX. La burguesía brasileña desplazó la capital administrativa, concentrada en Río de Janeiro, hacia una nueva ciudad, Brasilia, alejada de cualquier conflicto posible. El grueso del proyecto fue llevado a cabo por la dictadura de los generales Humberto Castelo Branco y Golbery do Couto e Silva, cuando dieron el golpe en 1964. El marco era la Guerra Fría y la cercana Revolución Cubana (1959). El motivo, la creciente actividad política de la izquierda, sindicatos y movimientos sociales, entre ellos, la organización de cientos de miles de negros en un movimiento político y cultural muy heterogéneo que luchaba por mejores derechos, como las Ligas Camponesas. En Río de Janeiro, se fundaron las más importantes, como el Grupo de Afoxé Associação Recreativa Filhos de Gandhi, el Teatro Experimental do Negro, la União dos Homens de Cor (UHC), la União Cultural do Homens de Cor, el Teatro Popular Brasileiro (TPB), el Renascença Clube y la Orquesta Afrobrasileña, compuesta por 18 músicos (4).

Imagen: Juan Chirioca

Pero una de las amenazas más fuertes fue la creación de la Asociación de Marineros e Infantes de Marina de Brasil (AMFNB). Esta organización estaba atravesada por muchas de las influencias de la izquierda latinoamericana marxista así como reformista, influenciada por la Revolución Cubana, y compuesta mayoritariamente por negros y mestizos pobres. Este sector de las Fuerzas Armadas se rebeló contra la cúpula militar pocos días antes del golpe de Estado, en una batalla en el Sindicato Metalúrgico y Astilleros de Río de Janeiro, conocida como la Rebeliao dos Marineiros. El levantamiento duró tres días, del 24 al 27 de marzo; luego de una negociación, fue totalmente aplastado el 31 de marzo cuando asumió el poder la Junta Militar tras el golpe (5).

La resistencia al golpe re-emerge durante la década de 1970, en un marco de ascenso de la lucha de clases a nivel internacional, y en particular, en Brasil, alrededor de las organizaciones afrodescendientes, influenciadas por las luchas anticoloniales en África (principalmente las portuguesas: Angola, Mozambique, Cabo Verde y Guinea Bissau), así como el movimiento Panteras Negras en Estados Unidos y el panafricanismo de Kwame Nkrumah (Ghana) y Patrice Lumumba (República Democrática del Congo). Río de Janeiro, como otras ciudades de Brasil, vio engrosar las favelas por el éxodo rural de las décadas de 1950, 1960 y 1970, la mayoría pobres, que protagonizaron el movimiento huelguístico a partir de 1978.


La desindustrialización y privatización de empresas de la ciudad (telecomunicaciones, astilleros y siderurgia), y la transferencia del aparato productivo hacia otras áreas tuvo, en parte, el objetivo de socavar cualquier peso relativo y hegemónico que pueda tener la clase obrera carioca de mayoría negra. En ese momento, las luchas fueron, en gran medida, contra la represión ejercida por la dictadura sobre la población negra, que peleaba por mejores condiciones de una vida cada vez más precarizada por la hiperinflación en 1980.


El desarrollo de las favelas, como un espacio híper-degradado (6) que acoge a una extensa clase trabajadora desocupada, fragmentada y hundida en la peor de las miserias, se convirtió en un mecanismo de represión. La dictadura comenzó por armar Escuadrones de la Muerte para intervenir en las favelas con el fin de asesinar, capturar y desarticular cualquier organización de los trabajadores o acciones de resistencia. Fue un instrumento no directamente estatal para reprimir las explosiones sociales estructurales a la pobreza crónica, que aumentaban en aquella década y que darán forma, más tarde, al crimen organizado en aquellos espacios: las milicias.

Si bien las huelgas obreras, con centro en el ABC paulistano y con supremacía de la dirección de la Central Única de Trabajadores (CUT) y el Partido de los Trabajadores (PT), presionaron a la dictadura hacia una transición democrática ordenada -sintetizada en la Nova República (1988)-, esto no revirtió el descenso acelerado hacia la pobreza de miles de personas. La década de 1990 fue caótica, en este sentido, con la privatización, introducción de la tercerización laboral y destrucción de varios derechos laborales que provocaron el aumento del desempleo y la caída del salario.

Río de Janeiro se convirtió en un laboratorio para la clase dominante. En las favelas, los métodos represivos fueron tomando distintas formas, que alcanzaron una autonomía y dinámica específicas, hasta llegar, hoy en día, a controlar grandes porciones territoriales en Río de Janeiro. Por un lado, los grupos narcotraficantes, entre ellas, Comando Vermelho, Terceiro Comando, Amigos dos Amigos, que comenzaron a encargarse de administrar el territorio y ofrecer “trabajo” a los y las jóvenes desempleadas. Por otro lado, se conformaron milicias como continuidad de la presencia de grupos de exterminio en las favelas, como los antes mencionados, cuyo objetivo era reprimir y controlar a la población. Como explica Bruno Paes Manso, las favelas se habían organizado en un principio para garantizar los servicios básicos (distribuir lotes, instalar agua, electricidad, etc.), algo de lo que el Estado no se encargaba. Pero esa organización precaria fue expropiada por policías activos, retirados y de la seguridad privada, que eran “vecinos” del barrio, vinculados a los grupos de exterminio, lo que les dio ese poder territorial. De esta forma, establecieron reglas propias, así como el cobro de impuestos (por ejemplo, inmobiliarios) y el combate al narcotráfico (la seguridad), entre otras cosas (7). Esta actividad catapultó a muchos de ellos a puestos políticos y al gobierno en Río de Janeiro.

La existencia de áreas controladas por narcotraficantes y de las milicias es imposible sin la aprobación tácita del poder político y los lazos con todos los cuerpos de la Policía, así como el pacto fundante con la clase dominante. Además de esto, se fortalecieron todos los aparatos represivos formales, como la Policía Civil y la Policía Militar, que tienen un vínculo estrecho con las organizaciones mencionadas. A lo que se suma el desarrollo de tecnologías aún más brutales, como las Fuerzas Especiales, entre ellas, la famosa BOPE, con licencia para matar. Estos fenómenos crecieron ampliamente durante la profundización del neoliberalismo bajo todos gobiernos, como formas de contención y control social, entre ellos, los dos del propio Lula y de Dilma Rousseff, pero dieron un gran salto durante la administración de Bolsonaro.

El actual mandatario y su familia mantuvieron vínculos con estos grupos desde la caída de la dictadura, y se convirtieron en representantes de ese sector. Mientras tanto, a quienes representa Bolsonaro se ubican como defensores del orden, el respeto a la religión y la conservación de la familia como núcleo central de la vida. Entre algunos de los nombres de líderes milicianos, están Fabrício Queiroz o Adriano Magalhães da Nóbrega. Un informe citado por The New York Times revela que, en 2018, de las 1.000 favelas que había en Río de Janeiro, el 45 por ciento estaba controlado por las milicias y el 37 por ciento por grupos del narcotráfico (8).

Esta extensión nos da cuenta, en parte, de por qué una buena porción de estos barrios optaron por Bolsonaro, pero eso no convierte a la población de las favelas en “bolsonaristas”. Sino que existe una relación entre las políticas más “lulistas” del presidente y la coerción que ejercen sus esbirros. Pero esto tampoco explica por sí mismo la legitimidad de las milicias y el apoyo hacia Bolsonaro. Sino que el descreimiento existente hacia las instituciones y la política como vías para garantizar, o hacer oír, los reclamos pareciera presentar que la única solución es un orden violento. El escepticismo hacia el Estado genera una moral de luchar de forma individual contra la crisis, en vez de construir una forma colectiva y no esperar que un otro (el Estado) lo haga por ellos. Esto confluye con otro de los apoyos de Bolsonaro, pero también como parte del “Estado ampliado”, que también converge con el discurso miliciano y el agronegocio: el evangélico. A este componente no es posible abordarlo de forma homogénea, porque existen fracturas entre los pastores más “bajos” y el alto clero rico. Pero sí tienen en común una ideología neoliberal de la salvación a través del emprendimiento individual, el autocontrol y el consumo, regidos a partir del mercado. En este sentido, como dice Bruno Paes Manso, “piensan que el proyecto de milicias contempla los intereses de todos” (9).

Imagen: Juan Chirioca

De ninguna manera esto quiere decir que el electorado a Bolsonaro en las favelas de Río esté vinculado al bolsonarismo. A este movimiento lo vimos en la composición de la movilización del miércoles 2 de noviembre en Río de Janeiro: en su mayoría, blancos, pertenecientes a los rangos medios y bajos de la policía y el ejército, así como micro-emprendedores, un importante sector evangélico y fanáticos de las armas. El bolsonarismo, podemos decir, es un movimiento político heterogéneo y complejo, basado en una ideología anticomunista, racista y nacionalista que se apoya en políticas represivas, que son una continuidad de las formas anteriores, así como religiosas, que cumplen funciones de contención como componente del Estado ampliado, cuyo objetivo es aumentar la explotación sobre las clases populares (10). Su base histórico-geográfica proviene, entonces, de la conformación del país, la continuidad ideológica de sectores de extrema derecha anclados en la última dictadura militar, que continuaron operando bajo la Nova República, y sus vínculos con la clase dominante, principalmente el agronegocio. Esta tendencia marca una nueva relación de fuerzas entre las clases en Brasil, fortalecida aún más tras el impeachment a Dilma en 2016 y el gobierno de Bolsonaro, en favor del agronegocio principalmente. Para el caso de Río de Janeiro, son los sintomáticos cambios socioproductivos y los impactos económicos percibidos por la pandemia. Sobre esta base, plantea Patricio G. Talavera, “el proceso de declinación económica y deterioro social que atraviesa Río se tradujo en un espacio abierto para las propuestas anti-políticas, de las que Bolsonaro se convirtió en su máxima expresión” (11).

O sea, se va anticipando la dinámica en la que estará inmerso el próximo gobierno de Lula. Si anteriormente (y con viento a favor) no hizo cambios estructurales inclinados hacia las clases populares, sus alianzas actuales con sectores bancarios e industriales nos adelantan que, esta vez, estará aún más alejado de una perspectiva de ese estilo. Particularmente, en Río de Janeiro, sufrió una fuerte pérdida de peso relativo de la clase trabajadora (aunque el petrolero adquirió relevancia, pero no peso hegemónico) a partir de la desindustrialización de las últimas décadas, en conjunto con la precarización (uberización) del trabajo y el aumento del desempleo, que debilitó sus posiciones estratégicas.

Hoy, Río de Janeiro es una amalgama de favelas con barrios tradicionales y edificios coloniales, así como de una extensa propuesta turística repleta de hoteles, edificios tecnológicos y estadios mundialistas en decadencia. Un paisaje donde la hermosura, el samba y la tristeza abrazan los morros, de donde un día bajarán los esclavizados a degollar a sus amos.


1 – Silva, Luiz Geraldo. (2016). El impacto de la revolución de Saint-Domingue y los afrodescendientes libres de Brasil: Esclavitud, libertad, configuración social y perspectiva atlántica (1780-1825). Historia (Santiago), 49(1), 209-233.

2 – Caló Liliana. “A 200 años: ¿cómo fue la independencia de Brasil?”. Disponible en: https://www.laizquierdadiario.com/A-200-anos-como-fue-la-independencia-de-Brasil

3 – Silva, Luiz Geraldo. (2016). El impacto de la revolución de Saint-Domingue y los afrodescendientes libres de Brasil: Esclavitud, libertad, configuración social y perspectiva atlántica (1780-1825). Historia (Santiago), 49(1), 209-233.

4 – Joselina Da Silva. (2003). “A União dos Homens de Cor: aspectos do movimento negro dos anos 40 e 50”. Disponible en https://www.scielo.br/j/eaa/a/QSsCvKP5t6Q7gtTqrczkbjr/?lang=pt

5 – Daniel Alonso y Daniel Matos. (2013). “Questao negra, marxismo e classe operária”. Ed. Izkra.

6 – Mike Davis “Planeta de Ciudades Miseria”. Ed Akal

7 – Bruno Paes Manso. (2022). “A República das Milicias”. Ed. GloboPlay.

8 – Vanessa Barbara. (2018) “The Men Who Terrorize Rio”. Disponible en https://www.nytimes.com/2018/05/22/opinion/rio-janeiro-terrorize-militias.html

9 – Bruno Paes Manso. (2022). “A República das Milicias”. Ed. GloboPlay.

10 – Daniel Feldman y Fabio Luis Barbosa Dos Santos. (2022). “Brasil autofágico”. Ed. Tinta Limón.

11 – Ver Patricio G. Talavera. “Una sociedad en Mutación”, disponible en https://www.eldiplo.org/281-guerra-nuclear/una-sociedad-en-mutacion/

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