En 1965, mientras repartía octavillas en la zona industrial de Getafe, convocando a una manifestación en el centro de Madrid, un guardia civil le disparo en la boca. Un episodio poco conocido de la resistencia antifranquista que aquí recuperamos
Por Alfredo Grimaldos (Texto) y Antonio de Benito (Fotos) / El Otro País
Riccardo Gualino es un ejemplo vivo de internacionalismo y compromiso político. Nacido en Roma en 1941, llegó a España con menos de 20 años, en plena dictadura, y pronto se incorporó a la lucha antifascista. Primero en el PCE de Carrillo y, más tarde, en el PCE (m-l), organización a la que se incorporó con la primera hornada de militantes. En 1965, mientras repartía octavillas en la zona industrial de Getafe, convocando a una manifestación en el centro de Madrid, un guardia civil le disparo en la boca. Un episodio poco conocido de la resistencia antifranquista que aquí recuperamos. Por suerte, Riccardo salió de aquella y continuó luchando. Ya en 1976, sufrió un nuevo e insólito episodio represivo, con tortura incluida, víctima de las luchas internas entre distintas facciones policiales que se dieron durante los años de la venerada Transición.
Riccardo llegó a España en 1960, enviado por su padre, el productor de cine Renato Gualino, que también tenía una industria química, para que se hiciera cargo de los negocios de la familia en España. En Madrid, el joven Riccardo decidió también matricularse en la universidad. Su primer contacto con la dura realidad política y social española lo tuvo cuando descubrió la censura cinematográfica, que rechazaba muchas de las películas que él intentaba distribuir en España. “Algunas de aquellas cintas eran famosas, como ‘Divorcio a la italiana’. Sólo conseguían pasar las peores”, recuerda. “Además, editábamos un pequeño boletín sobre nuestros productos químicos, para la agricultura, que también tenía que pasar censura. Aquello era algo muy misterioso. Había un cuartucho de mala muerte, con un funcionario, que yo creo que para afirmar su poder y dar algún sentido a su vida, te tachaba unas cuantas cosas”.
En la universidad, Riccardo estableció otro tipo de contactos. Empezó a estudiar Ciencias Políticas y Económicas, en la Facultad de la calle de San Bernardo, y allí descubrió lo que a él le pareció “otra España”. “Durante el primer año, me había relacionado con el mundo de la empresa y con los italianos que estaban aquí, uno reaccionarios tremendos”, prosigue su relato. “A España venían entonces los funcionarios del cuerpo diplomático más oscuros, los que mejor se pudieran acoplar con el sistema que había aquí. En la universidad encontré otro mundo. Eran los años 61, 62, 63… y allí había un ambiente muy dinámico. Gente de izquierdas, pero, sobre todo, mucha inquietud, mucha insatisfacción por la situación que se vivía, bajo todos los puntos de vista: político, pero también de las relaciones sexuales… Los jóvenes sentían, en general, todas la formas de la opresión. Todo eso, junto con el carácter español, que es muy abierto, de relacionarse mucho, me metió en el ambiente de la oposición antifrnaquista”.
Enseguida participó en la creación de un cineclub, el “Kinos”, en la universidad, y aprovechó sus contactos en el ambiente del cine, para tener acceso a algunas películas interesantes. “Llegamos a proyectar también en los colegios mayores y se generó una actividad muy buena. Había debates bastante interesantes”, señala. –“Quien vivió aquella época puede entender qué podía suponer un cinceclub bien llevado”. Así que, enseguida, las autoridades de turno acabaron con él. Al final del primer curso de funcionamiento Riccardo y sus compañeros fueron advertidos de que aquello no podía continuar de ninguna manera.
“El cineclub no tenía una matriz política clara, pero en él se respiraba un aire de oposición”, precisa. “Tuvo mucha importancia en nuestra trayectoria personal. La suspensiones nos hicieron reflexionar a todos. Por otra parte estaban las fuerzas políticas organizadas que se movían en la facultad, en particular la FUDE, que en ese momento era el primer nivel de acceso a la política. Mi politización fue rápida. Aquel primer año hicimos el cine, y en el segundo ya no encontramos muy comprometidos”. Riccardo ingresó primero en la FUDE y muy pronto, en cuestión de meses, en el PCE de Carrillo. Le captó el escritor Ramón Cotarelo, entonces miembro del partido y compañero suyo en la facultad. “En aquella época, dentro del PCE había muchas contradicciones. Por una parte estaba el grupo de Claudín, que iba a ser expulsado muy pronto. También los grupos prochinos, como se les llamaba entonces. Aquí, en la Universidad de Madrid había uno muy activo, “Proletario”. Hacíamos un periódico que se llamaba así y se nos conocía por el nombre de la publicación. Éramos todos universitarios. Permanecíamos dentro del PCE, pero ya estaba marcada la batalla entre las posiciones de los “chinos”, por un lado, y las de los “soviéticos”, porque entonces todavía no había eurocomunismo. Recuerdo, por ejemplo, un seminario de economía política en el cual se armó un debate sobre las cuestiones políticas de fondo, sobre la política de Santiago Carrillo de la reconciliación nacional, y las posiciones de los chinos y de los rusos: Kruchev, la coexistencia pacífica… En fin, todas lo que formaba parte de las discusiones de entonces. El seminario lo dirigía un camarada que se llamaba Lorenzo Peña y aquello acabó con los partidarios de la política oficial del PCE bloqueando la reunión”.
La oposición que se fraguó dentro del PCE llevó muy pronto a la escisión de “Proletario”. Inmediatamente, Riccardo y sus camaradas de la nueva organización empezaron a distribuir propaganda por los barrios populares de Madrid y en la universidad. Al principio, la situación era un poco magmática, no estaban bien organizados. Hasta que, en 1964, se funda el PCE (m-l), en dos reuniones que se celebran en Francia y Bélgica. “Yo entré a formar parte de la organización como responsable de una célula de agitación y propaganda que se ocupaba del sur de Madrid, una zona obrera. Distribuíamos la propaganda por Getafe, Villaverde… Éramos tres camaradas. En marzo de 1965 teníamos que convocar una manifestación en la plaza de Colón. Una decisión bastante descabellada de la dirección de partido, porque, en realidad, no teníamos capacidad para hacer eso. Distribuimos una hoja que luego fue muy utilizada contra mí en el juicio, en la que se hablaba de los ‘perros rabiosos de la dictadura’. Le encantó aquello a nuestro fiscal. La verdad es que eran unas octavillas muy fuertes. Fuimos a distribuirlas y se nos rompió el coche. Íbamos en mi SEAT 600. Se rompieron los frenos y tuvimos que suspender la acción. Habíamos distribuido ya el material en casi todas las fábricas, pero nos faltaba CASA, una de las más importantes. Hay que decir que éramos muy activos: las noches anteriores habíamos hecho pintadas por todo Getafe y Villaverde. Con botecitos de kanfort, que se consumían enseguida. Pintadas en contra de la dictadura, llamando a la manifestación a todo el pueblo. Nos había parado la Guardia Civil, pero no se dieron cuenta de que estábamos en eso. Íbamos con matrículas falsas. Nos pidieron la documentación y no vieron que la matrícula era distinta”.
TIRO A BOCAJARRO
Con esos antecedentes, la detención se veía venir. Decidieron volver la mañana siguiente, para distribuir en CASA las octavillas que les quedaban. Preocupados de que hubiera vigilancia, decidieron acudir muy temprano a la fábrica, antes de que llegaran los trabajadores. Pero uno de los tres miembros de la célula se quedó dormido y hubo que modificar los planes. “Al final, el camarada Luis Catalán y yo fuimos con el coche a llevar la propaganda a la hora que entraban los obreros, una cosa un poco kamikaze”, relata Riccardo. “Pasé por delante de la puerta, no vi nada, y en la segunda pasada empezamos a distribuir la propaganda. Soltamos todas las octavillas y nos fuimos, convencidos de que la cosa había ido bien. Llegamos a la entrada del pueblo y me paré en un semáforo que había allí”.
Entonces apareció el guardia civil Demetrio Rodríguez Sánchez. Saltó de la motocicleta que le había arrebatado a un obrero en la puerta de la fábrica y en la que les venía siguiendo: “No nos habíamos dado cuenta. Nos dio alcance, se cruzó delante del coche y me pegó un tiro en la cara, sin más, a dos metros de distancia. Según me dijo luego en el hospital el médico que me operó: ‘Tiene usted los dientes duros y ha sido una suerte que tuviera la boca cerrada, porque se ve que los dientes frenaron mucho la bala’. El proyectil atravesó el cristal del coche, me dio en los dientes, se desvió y quedó en la mandíbula. Él estaba apoyado en el capó y yo al volante”.
Riccardo quedó herido en el suelo, lleno de sangre, una escena terrible, mientras los obreros que iban llegando se arremolinaban alrededor del coche. El guardia civil empezó a sentir miedo. El silencio era total, pero amenazador. “En es momento, Luis le gritó al guardia: ‘Asesino, le has matado’. Pero yo le dije: ‘No, no estoy muerto’. Entonces hubo un barullo tremendo, mi compañero se escapó y yo también intenté irme, pero estaba muy mal y me caí al suelo. El guardia civil me amenazó otra vez con la pistola: ‘Levántese usted, levántese usted’. Quería llevarme enseguida al cuartelillo. Me levanté, pero la realidad es que me encontraba más muerto que vivo. Me acompañaron al cuartelillo de la Guardia Civil y después llegó Luis Catalán. Le habían cogido y cobró un palizón allí mismo”.
En el cuartelillo de Getafe, Riccardo permaneció desangrándome durante más de una hora, hasta que llegaron los policías de la Brigada Político Social, que le metieron en una camioneta y le llevaron al Hospital Provincial de Madrid. Un viaje espantoso, desde Getafe hasta allí. “Allí, uno de los policías les dijo a los médicos: ‘A este hombre le hemos cogido tirando propaganda’, y recuerdo que una enfermera se enfrentó con ellos. Me metieron en el quirófano y el médico se negó a que entraran allí los de la Brigada. Me sacó la bala de la mandíbula y me dijo que estuviera tranquilo, que no tenía ninguna lesión grave. Me llevaron a una habitación y me esposaron a la cama, pero enseguida llegó otro médico, con la policía, no el que me había operado, y dijo: ‘Éste puede irse’. Me dio el alta inmediatamente y me llevaron a la DGS, con la intención de interrogarme, pero no se habían dado cuenta de que tenía la boca cada vez más hinchada y ninguna posibilidad de hablar. Cuando me bajaban por las escaleras de la DGS, en la camilla, los policías me gritaban sin parar que era un agente de Rusia”.
En el libro “Mis conversaciones privadas con Franco”, de Francisco Franco Salgado-Araujo, primo y secretario del dictador, hay una referencia a este episodio, sucedido el 6 de marzo del 1965. Franco está despachando con él cuando suena el teléfono. Es Muñoz Grandes, quien le dice al dictador que en Getafe han detenido a un joven italiano repartiendo propaganda. “Al parecer, Franco le escuchó y después le soltó un pequeño comentario a su primo sobre los intereses extranjeros y la subversión… Pero a mí no me había enviado a Getafe a repartir propaganda ninguna trama internacional”, comenta, divertido, Riccardo. Después de una vida bastante azarosa y complicada, no ha perdido su agudo sentido del humor y, mientras hila su relato, se ríe abiertamente de algunas situaciones que va recordando. Por ejemplo de una anécdota que sucedió durante su juicio, celebrado a finales de ese mismo año: “Yo había estado en la cárcel desde entonces, y el juicio es una cosa traumática para los presos políticos, porque sales de una situación muy oscura, a la cual te has ido acostumbrando, de pobreza absoluta, de comer mal y poco, de soledad en la celda, y de improviso te encuentras en una sala, en Las Salesas, con crucifijos de plata, sillones, jueces, policías… Y tú en un banquito”.
“Ocurrió una cosa un poco cómica”, prosigue. “Llegue junto con mi compañero, esposados los dos, y dijo el juez: ‘Se siente la pareja’. Evidentemente, se refería a los policías, pero nosotros no nos dimos cuenta y nos sentamos. Nos salieron siete años de cárcel para cada uno. Exactamente lo que pedía el fiscal. Cumplí cuatro y al salir, me expulsaron de España inmediatamente. Volví a Italia y, al cabo de unos meses, contacté de nuevo con el partido, en Ginebra”.
VÍCTIMA DE LAS TRAMAS NEGRAS POLICIALES
No regresó a España hasta 1976, después de que se produjeran los cinco últimos asesinatos de Franco, el 27 de septiembre de 1975 y la desaparición física del propio dictador. “Desde Italia, en el verano del 75, nos dimos cuenta enseguida de que aquello de los consejos de guerra sumarísimos iba a ser más gordo de lo que nunca nos habíamos podido imaginar. Centramos toda nuestra política en intentar salvar a los tres camaradas del FRAP y a los dos militantes de ETA. Para eso había que crear el mayor movimiento posible y organismos de apoyo lo más amplios que se pudiera. Llegamos a hacer un comité con Rafael Alberti, con el PCI, pero Santiago Carrillo lo intentó boicotear. Hubo una contradicción entre el PCI, que apoyó totalmente ese movimiento, y el PCE. Habían ex partisanos y muchas fuerzas que apoyaban a nuestros camaradas condenados a muerte y estaban abiertamente en contra de los juicios sumarísimos. El movimiento en Italia fue amplísimo. Y no sólo en Italia: fue una de las grandes movilizaciones de la izquierda mundial. La única ausencia clamorosa en aquel momento fue la de los chinos”.
Después de pasar en España varios meses de 1976, a finales de ese año viajó a Lyon. Y cuando intentó volver a entrar aquí, conduciendo un coche que había recogido en Turín, la Guardia Civil le detuvo en la frontera, en Port Bou. “Me cachearon, me encontraron un segundo pasaporte y me detuvieron. En ese momento, sabían que yo tenía dos pasaportes, uno con mi nombre verdadero, y también comprobaron que yo había sido expulsado de España años atrás. Pasé una noche allí y el día siguiente me condujeron a Madrid, en un autobús lleno de guardias civiles. Yo era el único detenido, así que me dije: ‘Esto tiene mala pinta, demasiada escolta’. En Madrid, en lugar de llevarme a la DGS, que era lo que yo esperaba, me condujeron a la Dirección General de la Guardia Civil, una estancia rápida, y luego a una prisión de la Guardia Civil. El día siguiente, llegó para hablar conmigo un personaje que dijo ser miembro de los servicios de información de la Guardia Civil. Me trató correctamente: preguntas, contestaciones… Yo creía que la cosa iba a salir de allí bastante bien, cuando sonó el teléfono y, después de contestar, me dijo: ‘Mira, esto se interrumpe y te tengo que llevar a otro sitio’. Llegamos a la DGS, pero no entramos, nos quedamos allí en una de las calles que dan a la Puerta del Sol, aparcados en una acera. Llegó otro funcionario, que debía de tener un alto cargo, por las órdenes que daba, y dijo: ‘Bueno, a este hombre me lo llevo yo’. Yo continué la conducción en el mismo vehículo, rodeado de guardias civiles, y él nos siguió en otro coche. Me llevaron a un sitio que tenía en la puerta una placa en la que ponía algo de la Presidencia del Gobierno. Los que me interrogaron eran policías de la Presidencia del Gobierno. La conclusión a la que yo he llegado, años después, teniendo en cuenta que todo se hizo con especial cuidado para que no se enterara de mi detención la Brigada Político Social, era algo organizado a espaldas de ellos. Estuve en manos de un organismo de policía que actuaba directamente por cuenta de Suárez. Pero el sistema de investigación era el mismo en todos los grupos policiales: me destrozaron los pies. Me interrogaron pegándome de hostias a más no poder. El problema era que ellos empezaron a dudar que yo fuera yo. Su enloquecida hipótesis era que había venido a España haciéndome pasar por Riccardo Gualino para organizar no se sabe qué. Me preguntaban sobre atentados, sobre qué había venido a organizar. Se da la circunstancia de que tras mi detención anterior, después de que me dieran el tiro en la cara, cuando la policía me interrogó, me llevaron a hacer las fotos y a tomar las huellas dactilares, pero el fotógrafo, en cuanto me vio llegar, dijo que había que esperar algún tiempo para que se me deshinchara la cara. Pero, cosas de la burocracia, luego nunca me las hicieron. Mi ficha en el archivo de la Brigada Político Social no tenía foto. Cuando éstos se dieron cuenta, en el 76, decían: ‘Saca su ficha, pero que no se enteren”. Evidentemente eran grupos policiales con distintos intereses. Me decían: ‘¿Quién ha sacado tus fotos de aquí para que no te pudiéramos reconocer?’ Cuanto más intentaba contarles la historia tal como había sido, más me pegaban de hostias. Luego todo se desinfló cuando entró un tío allí y me dijo: ‘Hola Riccardo, ¿como estás?’ Era uno de los policías que me habían interrogado en 1965. Ya podía haber llegado antes y me habría librado de las palizas. En ese momento, dejaron de tener interés por mí, porque ya me convertí en un rojo normal”.
“Yo pienso que Suárez tenía un grupo de policías fieles a él, que utilizaban los mismos métodos fascistas que los otros, para apoyar su reforma, y querían controlar todo lo que se movía. Y yo fui víctima de ellos porque, cuando vieron a un italiano detenido en la frontera española por parte de la Guardia Civil, se hicieron conmigo para ver qué pasaba. Es el colmo, me confundieron de bando. Torturado por rojo y por sospechoso de no se sabe qué”.
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