Revivir a ETA, la fantasía de la (ultra)derecha

Por Diego Delgado Gómez 

Es terrible comprobar la facilidad con la que la nueva ultraderecha y la derecha de siempre radicalizada han introducido en lo más hondo de la opinión pública la deslegitimación de partidos legales como EH Bildu. El miedo aumenta cuando uno se da cuenta de que parte del PSOE y sus redes mediáticas han unido esfuerzos con el sector más ultra de la población en esa misma labor de borrado de la diversidad ideológica. En una carambola discursiva, cuya validez solo puede entenderse teniendo en cuenta que el votante medio ha dejado de pensar, estos partidos se autoproclaman guardianes del Constitucionalismo™ al tiempo que pretenden ilegalizar organizaciones como la vasca, declarada legal por el propio Tribunal Constitucional. Quizá el problema sea que, contra toda lógica, Constitucionalismo™ y Constitucional hayan dejado de pertenecer al mismo campo semántico.

Los ataques descarnados con los que se despacha el Leviatán, también conocido como Régimen del 78, tienen como base argumental una afirmación rotundamente falsa: “Bildu es ETA”. Convertido en prácticamente un dogma de fe, la forma de presentar este axioma se retuerce para adoptar diferentes aspectos y provocar, así, sentimientos diversos en el receptor. Miedo, odio y rabia son los principales, y el juego de la nueva política como espectáculo circense los domina a la perfección, adaptando la aparición de uno u otro en función de las características de la audiencia.

El propio origen de EH Bildu es una de las realidades que choca contra su constante relación con la banda terrorista, pues la formación vasca nació en el año 2012, momento en el que ETA ya había declarado el cese definitivo de la violencia. Surgió gracias a la confluencia de cuatro partidos que decidieron unir fuerzas para ofrecer una alternativa a la izquierda del PNV: tres de ellas (Alternatiba, Aralar y Eusko Alkartasuna) se opusieron a la violencia etarra de forma explícita —Aralar sufrió acoso por parte de la banda y el fundador de Eusko Alkartasuna habló de “métodos fascistoides” en referencia a ETA, por ejemplo—, mientras que la cuarta (Sortu), siendo heredera de Batasuna, habla en sus estatutos de un rechazo “sin ambages” de la violencia.

En este hilo de Jordi Armadans se ofrecen más detalles que despejan cualquier duda que pueda surgir con respecto a la relación de Bildu con el ya desaparecido grupo armado.

Entonces, ¿por qué la enorme mayoría del electorado, sin importar su ideología, sigue pensando que Bildu es ETA? La respuesta es sencilla: Vox, PP, Ciudadanos y el sector tradicional del PSOE son los principales interesados en mantener abierta la herida que produjo la vomitiva actividad terrorista de ETA.

Para tres partidos —y medio— como estos, cuyos programas electorales se basan en seguir castigando a un pueblo gravemente afectado por la pobreza y la desigualdad, es vital desviar la atención de sus preceptos teóricos, de sus hojas de ruta para la gestión del país. Cuanta mayor capacidad de distracción ofrezca el lugar elegido para fijar los ojos de la población, mejores serán los resultados en las urnas de estas formaciones ideadas por y para las élites del Leviatán R’78. Si se trata de nublar el raciocinio, nada como apelar a los sentimientos: dejar de pensar con la cabeza para empezar a pensar con el corazón. Y hacia ahí van sus esfuerzos con Bildu.

La existencia de un enemigo tan evidente como ETA sirvió, durante muchos años, para justificar que estos partidos centrasen sus campañas electorales en incendiar los ánimos de la población, apelando a esa necesidad de derrotar a quien no nos deja vivir en paz. Poco importa lo que vayas a hacer con los impuestos si te autoeriges como líder en la lucha contra el mal. El problema es cuando ese diabólico contrincante queda derrotado, puesto que las preocupaciones de la ciudadanía pueden empezar a derivar hacia cuestiones menos “urgentes”.

Con la desaparición de la banda terrorista, derecha y ultraderecha vieron amenazado uno de sus asideros predilectos, así que empezaron a trabajar para solidificar la oscura sombra que ETA había dejado en la memoria colectiva del país. Mientras que muchos colectivos, entre los que se incluyen algunas de las víctimas de su sanguinaria actividad, trabajan para cicatrizar tantas y tantas heridas abiertas, los guardianes del régimen se dedican a obstaculizar cualquier labor de reparación con acusaciones que siempre giran en torno a lo mismo: evocar la existencia de ETA, ignorando su tangible derrota.

En contra de toda lógica, en los últimos años esta obsesión se ha ido agudizando. El paso del tiempo no está sirviendo para poner tierra de por medio y enterrar tanto dolor —sin olvidarlo nunca, pero centrando la vista en lo que hay delante—, hasta el punto de escuchar esas tres malditas siglas en prácticamente la totalidad de las intervenciones públicas de ciertos representantes políticos actuales. Como si nos encontrásemos en lo más profundo del conflicto. Y es que acudir al terrorismo independentista vasco es uno de los pocos comodines que los avances sociales han dejado en manos de los Casado, Abascal y compañía.

Si por ellos fuese, asustarían a su electorado hablando de los peligros de permitir que las mujeres salgan de casa sin el permiso de sus maridos, o de la inferioridad intelectual de la raza negra, pero hemos conseguido que mostrar abiertamente ese tipo de ideas cueste muy caro. Al final, se podría decir que el deseo de derecha y ultraderecha de volver a ver a ETA en acción es una muestra de cómo hemos progresado como sociedad. Sigamos haciéndolo hasta que instrumentalizar el funesto recuerdo de una organización criminal desaparecida sea una opción ridícula. No estamos tan lejos como creemos.

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