Por Daniel Seixo
«Todo lo que se refiere a mí y que figura allí y a los compañeros de partido que figuran ahí, no es cierto, salvo alguna cosa que han publicado los medios«
Mariano Rajoy
«Estoy dispuesto a no tener credibilidad por el bien de España».
Albert Rivera
“Ahora se habla de democracia. Nosotros, los españoles, ya la hemos conocido. Y no nos dio resultado. Cuando otros van hacia la democracia, nosotros ya estamos de vuelta. Estamos dispuestos a sentarnos en la meta y esperar a que los otros regresen también.”
Francisco Franco
Comienza este artículo mirando al pasado, ya que es en ese punto en el que se gestan los grandes desastres y las grandes incógnitas que hoy impregnan de forma profunda a nuestra desesperante y plañidera oposición en el flanco derecho parlamentario. Reconozcamos que cuando el 7 de enero de 2020, el Congreso le otorgaba su confianza al socialista Pedro Sánchez para reeditar su presidencia del Gobierno juntos a Unidas Podemos, algo iba a cambiar definitivamente en la forma de hacer política en el estado español. No se trataba de que las hordas rojas y moradas del coletas comenzasen a nacionalizarlo todo tal y como señalaba insistentemente Federico Jiménez Losantos en la trinchera de Libertad Digital, ni tampoco que se iniciase la quema de iglesias, la persecución de empresarios o se prohibiera la «tauromaquia» atacando con ello a «un elemento aglutinador del carácter y la cultura de todo buen español». No sucedía nada de eso y en el fondo, incluso en la caverna política más ultra de la derecha parlamentaria, se sabía que nada de eso iba a cambiar por mucho supuesto rojo que ocupase la Moncloa.
Lo cierto y real es que han pasado los meses y huyendo de nacionalizaciones o «despropósitos socialistas«, el gobierno más progresista de la historia se prepara para entregar regalos al gran capital como la sosegada fusión de Bankia y Caixabank, la Iglesia lejos de cesar en su latrocinio con complicidad estatal se adaptan en tiempos de crisis a las donaciones por Bizum y los toros, incluso en medio de una situación sanitaria realmente preocupante, siguen suponiendo un elemento identificador de lo más sádico y casposo del estado español. El amanecer rojo que anunciaban los más radicales tertulianos y políticos patrios parece haberse quedado finalmente en leve marejada o marejadilla y en medio de un 2020 realmente bizarro y sorpresivo, la evolución del cayetano medio ha ido decreciendo en intensidad de una especie de nueva cruzada contra la conspiración judeo–masónico comunista-internacional hasta quedarse en una reunión de freaks con gorros de papel de aluminio en busca de una libertad y soberanía que hace tiempo desconocen, pero que ahora sienten fuertemente amenazada. Sin duda alguna por culpa de los putos rojos y el coletas.
Pero una cosa ha cambiado realmente de cara a este curso político 2020-2021. Con la formación de un nuevo gobierno, tras el acuerdo entre Unidas Podemos y el PSOE, desaparecía del tablero parlamentario español el desafío desde el «ala izquierda» que hasta ese momento había desarrollado Unidas Podemos como clara oposición a la gestión del gobierno de Pedro Sánchez. Pese a la continua resistencia a abandonar su anterior papel y a las puntuales regresiones de Pablo Iglesias, y algunos de sus ministros, que los hacen caer en más ocasiones de las debidas en soflamas y excusas propias de un partido en la oposición, lo cierto es que en estos momentos el desierto parlamentario dejado tras su integración en el gobierno, es ocupado lentamente –en medio de un pulso constante para lograr medir sus fuerzas– por los diferentes partidos de la actualmente desestructurada familia política de la derecha española. Y sí, conozco perfectamente la existencia deformaciones como Más País en el parlamento, pero seamos serios, hablamos de alternativas de futuro colectivas y no de veloces descomposiciones políticas personales.
La rabia y la indignación fruto de las manifestaciones sociales y políticas del 15M remata finalmente sucumbiendo al posibilismo, las circunstancias y los factores dados propios de la realpolitik. La ideología, el horizonte transformador, la exigencia innegociable de una democracia real, el paralizante inconformismo con el turnismo parlamentario y la promesa electoral de asaltar los cielos y mudarlo todo una vez se llegase al poder, han terminado soterrados y superados por 155 escaños, una negociación complicada con la vieja casta y un arriesgado All in por parte de la formación de Iglesias. Una apuesta arriesgada que a priori queriendo frenar el avance de la ultraderecha, por el momento ha dejado a Vox y Santiago Abascal como única posibilidad de una enmienda a la totalidad del sistema. Una radicalidad siniestra, mal entendida y sin lugar a dudas falsa a poco que se escarbe en su superficie, pero también una opción política con un creciente tirón electoral.
Solo las políticas sociales y obreras lograrán salvarnos del absoluto desastre
Los tiempos políticos de la derecha española nada tienen que ver con los de una izquierda en busca de un equilibrio entre su deseo de liberación como clase social y sus posibilidades como sujeto electoral. Muy al contrario, la unidad social reaccionaria en el estado se rompe únicamente tras irrupción de límites al desenfreno neoliberal fruto de la crisis económica de 2008 y tras los claros efectos que los casos de corrupción en el seno del Partido Popular –que hasta ese momento hacía la función de casa común para la derecha– ejercen especialmente sobre el electorado menos fiel a las siglas de la calle de Génova. Las razones y motivos de las filas derechistas distan mucho del deseo de transformación o las serias dudas acerca de la viabilidad del sistema capitalista, que al menos momentáneamente asaltaron a la izquierda social y dieron paso a la creación de Podemos. Difiere claramente el parto de Ciudadanos o Vox en la arena política parlamentaria del estado y lo hace por tanto también el contexto y el futuro que durante este nuevo curso político se abre para los diferentes partidos que cohabitan en una realidad destinada a afianzar el sistema y sus equilibrios de clase, pero que dista mucho en las estrategias y las triquiñuelas que cada formación está dispuesta a usar con su electorado.
El Partido Popular es a priori la opción más sensata, el continuismo, el garante de la integridad en las instituciones y el buen gestor de los recursos públicos y las libertades privadas. Toda esta retahíla de eslóganes son postulados grabados a fuego para muchas generaciones de españoles, dádivas políticas de un pasado político más glorioso y relajado en el que la aznaridad, el franquismo sociológico y el alma liberal con acento texano, convivían en Génova sin apenas desafíos más allá de su reflejo progresista en Ferraz. Un tiempo en realidad no tan lejano, pero que ha sido dilapidado entre cortafuegos frente a los escándalos, refundaciones nunca ejecutadas y casos y casos de corrupción ininterrumpidos sin que mediase disculpa o redención sincera de por medio. Aceinsa I y II, Acuamed, Aerocas, Ambulancias, Ampuero, Arena, Ático de Estepona, Avialsa, Barreiros, Bomsai, Brugal, CAM, Campeón, Campus de la Justicia, Carioca, Castor, Citur, Colmenar Viejo I y II, Cursach, Emarsa, Emucesa, Erial, Faycán, Funeraria Madrid, Guateque, Gürtel, Imelsa, Lezo, Mercamadrid, Máster, Naseiro, Nóos, Ópera, Otura, Pokémon, Púnica, Pujalte, Samaniego, Sobresueldos, Taula, Torre Pacheco Valmor Fórmula 1, Zahorras y entre tantos otros, por supuesto, el caso Bárcenas.
Como pueden observar, la corrupción en Génova es algo más que un despiste puntual o un par de manzanas podridas en la montonera de un cesto de políticos honrados y gestores abnegados. Las tácticas caciquiles, las corruptelas y la dilatada actuación como hampa política de diferentes cargos políticos forman parte de la idiosincrasia de un partido cuya evolución desde el fascismo propio de la dictadura franquista al neoliberalismo de la rendición al Imperio y la total perdida de soberanía del estado español, se da a través de comisiones, mordidas y contratos públicos puntualmente inflados y adjudicados al empresario más fiel a las arcas del partido.
Los tiempos del ladrillazo, los paseos marítimos, los aeropuertos, los kilómetros de AVE, los fondos europeos –por aquel entonces asimilados a un saco de liquidez ilimitada– y la renuncia absoluta a la ejecución de un plan de industrialización, mientras se supeditaba nuestra futura prosperidad social a la construcción y al turismo, funcionaron en España como correa de transmisión de cara a lograr avanzar políticamente sin sobresaltos revolucionarios o contestatarios frente a la paulatina asimilación y desaparición de cualquier esperanza de soberanía dentro del ámbito de la OTAN y las instituciones financieras capitalistas. Criminales como Manuel Fraga Iribarne o Antonio González Pacheco, «Billy el niño», cambiaron sus antiguas chaquetas manchadas de sangre y represión y continuaron sus labores institucionales de forma pública o en la trastienda de la nueva democracia sin apenas inmutarse, sirviendo al rey y España del mismo modo que en el pasado habían servido a Franco y al «glorioso» movimiento nacional. Pero una vez despojados del marco ideológico y las constricciones propias de un régimen católico, el libertinaje económico y el autoritarismo político se convirtieron en norma en las caras visibles de la transición y encajaron como anillo al dedo para toda una nueva generación de políticos herederos de las instituciones franquistas, pero que aterrizaron en la nueva democracia con una gula de poder y pillaje propia de difuntisima. «La Collares», claro.
Vox es un club, una hinchada, tu marca de ropa favorita, cualquier cosa menos una formación política seria y obrera
En ese terreno en el que no termina de morirse lo viejo, pero tampoco parece correr prisa alguna por acelerar el nacimiento de lo nuevo, se encuentra todavía el actual Partido Popular. Mariano Rajoy «vino» en su momento a romper con el fanatismo aznarista, la línea dura propia del pensamiento franquista latente en algunos dirigentes, el clasismo desmedido y esas ínfulas de imperio perdido que con unas cifras económicas propias de una colonia de tres al cuarto subyugada a las políticas yankees y germanas, nos hacía mostrarnos ante el mundo como una sociedad más ridícula de lo que quizás realmente somos en esencia. En parte de su cometido el gallego triunfó, en gran parte del mismo dejó grandes tareas por delante y en realidad nada de eso llego a importar demasiado cuando el buldócer de la corrupción arrasó un mandato electoral que le había costado demasiado llegar a alcanzar y que pese a agarrarse al mismo como garrapata a su víctima, terminó teniendo que abandonar acorralado por los escándalos, traicionado por gran parte de los suyos y «víctima» de una moción de censura que venía a constatar que paradójicamente su partido iba a ser doblegado por los flujos de dinero negro, un falso cura y las tramas supuestamente orquestadas por un tipo al que se le apareció la virgen en Las Vegas, antes de ser ministro del Interior. Como película española no estaría mal, aunque pierde mucho como trama destinada a intentar desvincular a un partido de su corrupción pasada.
Y en esas nos encontramos todavía a día de hoy, pese a la llegada de Pablo Casado a la cúpula de poder de Génova. El hallazgo de un pendrive en casa de la oscura y parlamentariamente «transversal» figura del excomisario José Manuel Villarejo, parece reabrir con inusitada fuerza el caso del espionaje al extesorero del partido en la etapa de José María Aznar, Luis Bárcenas, revelando con ello a medida que avanzar las investigaciones cómo el Partido Popular llegó a utilizar el Gobierno para reventar la causa judicial sobre su caja B. Supuestamente valiéndose de la cloaca policial y haciendo uso de fondos reservados, la cúpula de interior del gobierno conservador, capitaneada por hasta el momento único político imputado, el entonces ex número dos de Interior, Francisco Martínez, buscaría recabar información y estructurar un dispositivo policial con el fin de localizar diversos documentos relacionado con la trama de corrupción por la que Luis Bárcenas habría supuestamente dirigido y controlado el pago de sobresueldos en dinero negro, por importes desde los 5000 a los 15 000 euros que habrían ido a parar a altos cargos del Partido Popular.
En ese terreno en el que no termina de morirse lo viejo, pero tampoco parece correr prisa alguna por acelerar el nacimiento de lo nuevo, se encuentra todavía el actual Partido Popular
Es precisamente en medio de esa tormenta perfecta de corrupción y tácticas criminales imputadas a Génova que el “posgrado” más rápido de Harvard y el brillante lanzador de huesos de aceituna, intentan capitanear un proceso que a estas alturas se asemeja más a un impasse en medio de una travesía en el desierto que a cualquier iniciativa seria con perspectivas de liderar formalmente un proyecto de estado. Quizás a las puertas de una gran crisis económica, observando fríamente el desgaste de la pandemia sobre el gobierno de Unidas Podemos y PSOE y sabiendo que el tijeretazo esperado por Europa tendrá más pronto que tarde que aplicarse sobre la clase obrera de nuestro país, la indefinición del Partido Popular puede suponer únicamente un alto en el camino a la espera de conocer si resultase finalmente necesaria una refundación del buque insignia de la derecha española torpedeado por los casos de corrupción o si por el contrario la dilación en el tiempo de los procesos judiciales termina simplemente dejando esta triste historia para el partido en agua de borrajas. Sea como sea, mientras tanto Casado continuará orbitando entre la línea dura marcada por Vox, y abrazado por Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos y la cínica sensatez de barones díscolos como Feijóo. El Partido Popular deberá elegir entre volver a la derecha más tradicional o avocarse al liberalismo más integrador con Europa, pero el paso del tiempo y el desgaste electoral pueden hacer que llegue a perder su tradicional primacía en la derecha.
Y para esto precisamente nacía Ciudadanos, un partido joven, dinámico, radical y al mismo tiempo profundamente líquido, capaz de pactar con la ultraderecha, defender la explotación reproductiva el día del orgullo gay y sentarse cara a cara con Pablo Iglesias en horario de máxima audiencia para moderadamente ocupar portadas de forma sensata en un primer Salvados que a día de hoy ha quedado totalmente para la historia, como las esperanzas del propio partido. Ciudadanos nació en su momento como la alternativa liberal para España, un intento de situar a la derecha de nuestro país definitivamente en la órbita europea y olvidar por un segundo las reminiscencias más arcaicas y totalitarias de un Partido Popular que herido por la corrupción, llegó a ser visto como claramente sacrificable por amplios sectores del poder real en nuestro estado. Albert Rivera creó la ventana de oportunidad de una cara visible, fotogénica y novedosa y el IBEX no dudó ni por un momento en darle la oportunidad de asaltar realmente los cielos, aunque fuese únicamente para evitar daños mayores.
Santiago Abascal es un político mediocre, un segundón, sin discurso, ni proyecto, pero con las cosas especialmente claras cuando de odiar se trata
Pero eso no era suficiente para Albert, él no había llegado hasta ahí para someterse a los designios políticos de la derecha, ni a los intereses empresariales, sociales o estratégicos del país. Como buen producto de la desenfrenada mentalidad empresarial, Albert Rivera quería ser presidente, había nacido para ser presidente del gobierno de España y a día de hoy es tan solo un tuitero mediocre, un famosete de tres al cuarto que convoca ruedas de prensa para anunciar que tiene un trabajo que a nadie le importa y posiblemente el fracaso político más sonado de la historia reciente de este país. Con todo a favor, el líder de Ciudadanos dilapidó su rédito político desafiando a todo y a todos y tras quemar naves con su radicalismo en Catalunya y su soberbia de clase en Madrid, desapareció súbitamente de la escena política con el gran batacazo electoral de las pasadas elecciones, en las que la formación naranja pasó de 57 a apenas 10 diputados. Albert Rivera abandonó Ciudadanos del mismo modo que Mariano Rajoy dejó al Partido Popular, por la puerta de atrás y sin demasiado ruido. Cierto es que al menos el líder gallego tuvo la excusa de una ofensiva izquierdista, mientras que Rivera simplemente murió comprobando en carne propia como su ego como dirigente superaba ampliamente su talento y capacidades políticas.
Marcos de Quinto, José Manuel Villegas, Fernando de Páramo, Carina Mejías, Juan Carlos Girauta –no, Toni Cantó ni de broma dejaría escapar su nómina– el núcleo duro del partido de Albert Rivera abandonaba poco a poco el partido tras la dimisión del hombre fuerte del partido y el pacto de Inés Arrimadas con el PSOE de Sánchez para prorrogar el estado de alarma y negociar la desescalada tras en principio superar lo peor de la reciente crisis sanitaria. El alma radical y la nostalgia guerracivilista afloraba de nuevo en un partido con más intenciones que poso liberal real en sus listas electorales. Las bajas en Ciudadanos no resultaban una sorpresa en el seno del partido, pero venían a profundizar en la ruptura interna ya iniciada en su momento por personajes como Toni Roldán, Francisco De la Torre o Javier Nart, con la que se evidenciaba de forma clara la indefinición de un proyecto ahora comandado por Inés Arrimadas y que debe dilucidar si puede funcionar como algo más que una muleta para el capital o una mera opción electoral para aquellos demasiado tímidos para votar a Vox, pero con demasiada memoria y vergüenza como volver a confiar en el Partido Popular tras los numerosos e inacabados escándalos de corrupción. Saber si son capaces de enfrentar nuevos retos o simplemente necesarios para la política de este país, supone sin duda alguna el gran desafío de la formación naranja. Ah, se me olvidaba, Felisuco también abandonó el partido en algún momento, hiciese lo que hiciese ese hombre en Ciudadanos.
Los tiempos políticos de la derecha española nada tienen que ver con los de una izquierda en busca de un equilibrio entre su deseo de liberación como clase social y sus posibilidades como sujeto electoral
Y en el extremo derecho del hemiciclo y con clara vocación ofensiva, surge Vox. La formación política de Santiago Abascal, Ortega Smith, Rocío Monasterio y Espinosa de los Monteros, supone actualmente una rara mezcla entre la superficialidad de un chiste y una clara amenaza para nuestra democracia. Tal y como por otra parte suele suceder con el nacimiento de las alternativas fascistas en medio de la descomposición de sistemas democráticos lo suficientemente oxidados y atenazados por el miedo al cambio, como para dejar germinar esta soez alternativa antes de plantearse siquiera abrir las puertas a la revolución social y a las demandas del pueblo.
Santiago Abascal es un político mediocre, un segundón, sin discurso, ni proyecto, pero con las cosas especialmente claras cuando de odiar se trata. El candidato perfecto para una alternativa totalitaria y populista en el Congreso, no tuvo problemas a la hora de crecer políticamente bajo la tutela del Partido Popular de Esperanza Aguirre, llegando incluso a ocupar algún que otro chiringuito de esos que hoy su ideario político ataca sin piedad. Esa es precisamente su gran virtud para medrar en tiempos de incertidumbre y noticias falsas, carece de vergüenza alguna.
Sin compromisos ideológicos a simple vista y con la capacidad para hacer de la antipolítica su campo de actuación predilecto, la formación ultranacionalista crece electoralmente a día de hoy con un compendio de noticias falsas en redes sociales y mensajes rápidos y continuos destinados a generar confusión contra la inmigración, la multiculturalidad, el feminismo o el supuesto avance comunista en España. Todo vale para intentar enturbiar un debate que de otro modo saben tendrían claramente perdido. Aprovechándose de la dependencia de la izquierda por rebatir su discurso y logrando usar el populismo sin duda a una escala mayor que Unidas Podemos o cualquier otra formación parlamentaria, Santiago Abascal ha llegado poco a poco a lograr marcar la agenda política de nuestro país e incluso de nuestras redes sociales o medios de comunicación.
Vox no habla para la izquierda, tampoco para el neutral, sin llegar a definirse en lo económico o incluso en temas importantes relativos a lo social, la formación de Santiago Abascal ha logrado forjar una clara comunidad y una identidad entre sus votantes, al tiempo que con sus crecientes resultados electorales ha conseguido también romper definitivamente el miedo a la condena social que hasta hace no mucho surgía entre ciertos sectores a la hora de admitir su fiel adscripción a los postulados más radicales del partido.
Lo cierto y real es que han pasado los meses y huyendo de nacionalizaciones o «despropósitos socialistas«, el gobierno más progresista de la historia se prepara para entregar regalos al gran capital como la sosegada fusión de Bankia y Caixabank
Mientras que los escaños y los apoyos sociales crecen entorno a la formación de Santiago Abascal alimentados por la crisis económica e identitaria tras la renuncia a la racionalidad y a los proyectos transformadores en la izquierda, los en otra hora quizás efectivos cordones sanitarios para intentar aislar la alternativa fascista en la política española, están en esta ocasión consiguiendo justo lo contrario, haciendo que el electorado de Santiago Abascal traspase poco a poco una línea de no retorno en la que muchos desheredados por el sistema se están empezando a sentir cómodos dentro de la pertenencia a un grupo parlamentario que ocultando gran parte de sus medidas liberticidas, al menos parece tener claros amplios rasgos de su identidad como partido. Vox es un club, una hinchada, tu marca de ropa favorita, cualquier cosa menos una formación política seria y obrera, pero en los tiempos del populismo como norma, el mensaje como único dogma y cualquier maldita chorrada que no tengan nada que ver con lo material, la inoperancia de un gobierno supuestamente progresista que no se comporta como tal, el desastre en los sectores más moderados de la oposición de derechas y la facilidad y el bajo coste con el que los de Abascal se sitúan a la contra en temas como Catalunya, las políticas migratorias o la forma de encarar esta pandemia, han convertido a Vox en una amenaza sin gracia alguna, solamente controlada en estos momentos por el miedo que produce el salto al vacío entre gran parte del poder económico de este país.
De continuar por esta línea y si finalmente renunciamos a la transformación material de la sociedad, para únicamente perdernos en meras políticas parche de cara a vencer en cortoplacistas carreras electorales, plagadas de falsas promesas, la inoperancia de unos y otros nos terminará arrojando a una situación en la que existe la posibilidad de ver a Santiago Abascal formando parte de un futuro gobierno. Aunque todavía hay tiempo para cambiar las cosas. En la actualidad, no existe oposición real en España más allá de las guerras internas y las tensiones todavía por resolver tras la foto de Colón. Por tanto, la pregunta debe encaminarse a conocer que hará ante esto el gobierno. Solo las políticas sociales y obreras lograrán salvarnos del absoluto desastre.
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