Reseña | The Smiths. Música, política y deseo

Por Eduardo Nabal

El enfoque de género en los estudios sobre la música es relativamente reciente, o menos visible, si lo comparamos, por ejemplo, con la literatura o su primo hermano el cine. Los motivos fundamentales de este retraso parcial es que la música y los músicos beben de una tradición popular y a la vez marcadamente culta, donde la separación entre los géneros musicales y sexuados ha sucedido de manera distinta y no deja de mutar en un imaginario impreciso, y hasta cierto punto reservado. El mundo de la música rock o pop ha sido hasta hace poco marcadamente masculino, fálico y exhibicionista, siendo las excepciones tan sonadas como contadas, los tópicos muy marcados, aunque estas excepciones o “salidas de tono” progresivamente más numerosas, con avances y retrocesos espectaculares. Además la música siempre va ligada a un escenario (como el teatro) a una performance, por limitada que sea (del director de orquesta al que tira sus ropas al público o «dice lo que no debe decir», o hace hago que supone otra cosa.) Los estudios sobre la recepción (el espacio en el que la participación del público se vuelve activa) han abierto han abierto un campo que no dejar de ser especulativo deja de tener interesantes puntos donde la generalización o incluso el estereotipo funcionan hasta cierto nivel. Hace poco leí en un libro que la música rock y heavy era masculina y heterosexual y la música sentimental o disco femenina y gay. Semejante topicazo no se sostiene por ningún lado, menos en las últimas décadas . El director de una compañía de flamenco llamó hace poco “mariconazo” a Miguel Póveda, ¿es el flamenco necesariamente un género “machista” o lo ha sido o “querido ser” hasta hace poco? No hay respuesta fácil porque el mundo del espectáculo puede ser un refugio para el mundo LGTB pero también el más complejo de los armarios, entre el arte y la actualidad. Pero no parece fácil teorizar sin generalizar. Errata Naturae una de las editoriales mas interesantes actualmente en el Estado Español (aunque también de las menos baratas) acaba de publicar el ensayo «The Smiths. Música, política y deseo» una compilación de artículos realizada por Frula Fernández La música como testimonio generacional, histórico, nostálgico y sociopolítico, pero a estas alturas desligar un estudio generacional al género y las sexualidades empieza a ser tendencioso. Tampoco podemos desligarla con aspectos como la mitomanía, el acompañamiento, el público o públicos a los que se dirige y el contexto histórico y socioeconómico en el que surge.

Las recientes, incómodas y estridentes declaraciones de Morrisay, saliendo a destiempo a la palestra, no impiden que el sello dejado por el grupo en toda Europa como ejemplo no solo de resistencia a un gobierno conservador dirigido entonces por Margaret Tatcher sino también de resistencia (entre tímida y osada) a la definición dirigiéndose de forma implícita pero no implícita a un público no heterosexual. Una ambivalencia algo molesta que no obstante todavía tiene su espacio en muchos campos que se mueven de cara al gran público. Hace treinta años The Smith sacaron su primer álbum. Estos artículos testifican que parte de su mitología sigue viva. Una mitología unida de forma imprecisa a cosas como la ideología de izquierdas, nuevos grupos juveniles urbanos, el glam-rock, la ambivalencia de los roles de género y la contestación a las políticas más reaccionarias, como la política antisindical, la ley mordaza sobre sexualidad en los colegios, el desmantelamiento de la industria o la Guerra patriotera de las Malvinas. De diferente calidad, profundidad de análisis y connotaciones, son los capítulos que conforman «The Smiths. Música, política y deseo», pero todos o casi todos parecen tener un vinculo sentimental más o menos pronunciado y(o posteriormente intelectualizado con la llegada de ese grupo a sus vidas siendo jóvenes, queriendo ocupar un lugar en un espacio social cambiante y convulso que queda como telón de fondo a estas reflexiones que van desde la musicología o la sociología al psicoanálisis o la teoría queer.)

Como epílogo un párrafo del libro:

«La amenaza de «The Queen is Dead»- que se convirtió en un video-clip de Derek Jarman- era demasiado real para un monárquico. No por sus fantasías de una reina decapitada , un príncipe travestido o Morrisay como descendiente de una dinastía de Drag Queens que se cuela en palacio con una llave inglesa, sino por los detalles reales que la enmarcaban: ciénagas, bares agotadores, estafas de iglesia, niños que pasan droga, y esa pregunta insistente ¿Ha cambiado el mundo o he cambiado yo?»

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