Reino Unido: pretextos racistas

En nuestra sociedad, es común encontrarnos con titulares y comentarios que buscan identificar a los autores de crímenes por su origen nacional o étnico, especialmente si estos pertenecen a minorías. Esta práctica, sin embargo, revela una intención más oscura: la de sembrar el odio y la desconfianza hacia «el otro».

Por Isabel Ginés | 5/08/2024

En el ámbito de las discusiones, especialmente aquellas que tocan temas sensibles como el racismo, la inmigración y la libertad de expresión, es común encontrar una serie de falacias argumentativas que desvirtúan el verdadero enfoque de los debates. Estos errores lógicos no solo distorsionan la verdad, sino que también contribuyen a una polarización social que impide la comprensión mutua y el progreso constructivo.

La cuestión de si es legítimo o no expresar opiniones racistas nos lleva a una reflexión ética más profunda. ¿Deberíamos permitir que se publiquen opiniones que defiendan atrocidades históricas como el Holocausto o que promuevan actos violentos, como la violación o ataques a inmigrantes? La respuesta, para muchos, es un claro «no». La sociedad debe establecer límites morales para proteger a los más vulnerables y evitar la normalización de ideas peligrosas.

La hipocresía en el tratamiento de temas como la inmigración revela una doble moral preocupante. Mientras que algunos expresan molestia por la presencia de inmigrantes, se benefician de su explotación en sectores como la agricultura, el cuidado de ancianos, fabricas de naranjas… Esta incoherencia no solo es moralmente reprochable, sino algo terrible y denota que explotar en beneficio si pero darles vida mejor ya no.

En nuestra sociedad, es común encontrarnos con titulares y comentarios que buscan identificar a los autores de crímenes por su origen nacional o étnico, especialmente si estos pertenecen a minorías. Esta práctica, sin embargo, revela una intención más oscura: la de sembrar el odio y la desconfianza hacia «el otro». No es raro ver cómo algunas personas se apresuran a señalar la nacionalidad de un sospechoso, sugiriendo de manera implícita o explícita que su origen es la causa de sus actos. Pero cuando se demuestra que esa nacionalidad es incorrecta, estas mismas personas rara vez rectifican o se disculpan; prefieren esconder la cabeza y evitar la responsabilidad de sus palabras. Este fenómeno no es accidental, sino parte de una estrategia más amplia de desinformación y manipulación.

Quienes se dedican a difundir estos mensajes lo hacen con un objetivo claro:

fomentar el odio hacia aquellos que consideran diferentes. Para ellos, la diversidad es una amenaza, salvo que se ajuste a sus propias ideas de «dignidad». Pero, ¿qué es la dignidad para estas personas? En muchos casos, parece reducirse a una cuestión de conformidad: lo que es digno es aquello que se adapta a sus expectativas y normas. Todo lo que se salga de ese marco es visto como peligroso o indigno.

Esta narrativa racista se refuerza con argumentos que culpan a los críticos de «sentar cátedra» o de ser insultantes cuando se les señala su incoherencia y prejuicios. La incomodidad que sienten cuando se les expone no es más que una reacción a la verdad incómoda de su propio racismo.

Un ejemplo alarmante de este fenómeno se da cuando, independientemente de la realidad de los hechos, se busca un culpable basado en la raza o el origen. No importa si el autor de un crimen no es refugiado, musulmán, o incluso extranjero. Si es una persona de color, eso basta para que ciertos sectores de la sociedad lo usen como pretexto para atacar a minorías. Esto es reminiscente de los pogromos históricos, el Ku Klux Klan, o los nazis: movimientos que usaban la raza y la etnia como excusa para ejercer violencia. Hoy en día, esta misma lógica es utilizada y promovida por la extrema derecha, que busca justificar su odio y violencia bajo un manto de «preocupación» por la seguridad y la cultura.

El Ku Klux Klan, por ejemplo, fue (y en algunos lugares sigue siendo) una organización que promovía la supremacía blanca, utilizando el terror y la violencia para perseguir a personas de color y otras minorías. Su legado de odio y racismo sigue influyendo en algunas corrientes políticas actuales que, aunque más veladas, siguen fomentando la división y la intolerancia.

Apoyar estos discursos de odio, o las acciones que se derivan de ellos, es muestra de una profunda falta de moralidad. Ser mala persona y una persona poco humana. Quienes justifican la violencia contra personas por su color de piel o origen no solo están promoviendo el odio, sino que también están deshumanizando a las víctimas de sus ataques. Esto es particularmente evidente en casos recientes en el Reino Unido, donde la violencia contra minorías ha sido justificada o minimizada por algunos sectores. Esta postura es, sencillamente, inaceptable. No se puede defender lo indefendible, ser mala persona, jugar el papel de racista tirando la piedra y es escondiendo la mano. No sentamos cátedra sobre el tema somos personas con alma y sin odio que queremos un mundo justo y mejor, no que alguien se crea en potestad de mandar sobre los otros y decidir si merecen vivir o no, donde vivir.

Es preocupante cómo se va allanando el camino para que grupos neonazis y supremacistas blancos salgan de cacería, con una parte de la sociedad justificando o incluso aplaudiendo sus acciones. Otros, más cautos, esperan a que se les dé vía libre para expresar su odio sin restricciones. Este clima de impunidad y justificación del racismo es peligroso y debe ser combatido con firmeza. Plantar cara y decirle que no tiene cabida su discurso en la sociedad. En este mundo estás al lado del oprimido o eres el opresor. Ir de equidistante es que vas con el que caza.

Un ejemplo de cómo se manipula la información es el caso de Valencia, donde se difundió la noticia de un crimen atribuyéndolo a un supuesto argelino, cuando en realidad el autor era valenciano. Esta mentira, una vez expuesta, rara vez se corrige; los responsables prefieren mantener la confusión y el odio. Gente diciendo “mira era argelino” y cuando vieron que no se callaron. Dejaron su prejuicios claros y lo demás sobraba. Lo importante para ellos no es la verdad, sino mantener un discurso que justifique sus prejuicios y temores.

Al final del día, aquellos que te acusan de «progre» como si fuera un insulto simplemente revelan su propia falta de argumentos y su necesidad de descalificar a quienes abogan por la justicia y la igualdad. Prefiero ser llamada «progre» y defender la verdad, que ser racista y vivir en la ignorancia y el odio. La verdad debe ser nuestra bandera, y la dignidad humana nuestro objetivo común.

1 Comment

  1. Buen artículo que pone en relieve los limites de la libertad de expresión.
    Personalmente creo que cuando nuestra opinión va a ser del dominio público, ya no sé trata solo de la libertad de expresión sino de la libertad de hacer daño. Por ejemplo, yo puedo querer expresar mi enfado pegándole una bofetada a otro, pero mi libertad de expresión queda limitada por el derecho del otro a no ser dañado.
    El daño proferido por la palabra oral o escrita es tan lesivo o más que el físico y por tanto no se puede permitir.

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.