Rehabilitación y tratamiento de agresores sexuales (1)

Por Pablo Molejón

  1. LA PERCEPCIÓN SOCIAL DE LOS AGRESORES SEXUALES. ¿ES POSIBLE SU REINSERCIÓN?

 

Una de las tipologías delictivas que más rechazo social y deshumanización provoca es la agresión sexual. Desde finales del siglo XX, la cobertura sensacionalista de los medios de comunicación sumada al crecimiento del movimiento feminista y al aprovechamiento por parte de ciertos partidos políticos de las agresiones sexuales con el objetivo de ganar votos a través de discursos basados en el populismo punitivo, han llevado a la más absoluta demonización de los delincuentes sexuales, al desarrollo de leyes deshumanizantes como las ya antiguas Leyes Megan en Estaos Unidos, y al nacimiento de peligrosos mitos sin ningún tipo de base científica sobre la naturaleza de este tipo de delitos. Mitos como los que sostienen que los violadores son enfermos mentales irreinsertables[1], o que las instituciones no son suficientemente duras con ellos. Todos ellos, mitos que se desmontan con extrema facilidad tan sólo consultando los datos, como veremos más adelante.

            En este apartado hablaremos brevemente sobre por qué no tiene un sentido lógico la forma en la que ha crecido la preocupación respecto a los delitos de violación, a través de dos consideraciones. La primera: la opinión pública se ha venido centrando en infrecuentes, puntuales y específicos actos atroces, mientras pasaban desapercibidas el resto de formas de delincuencia sexual como las cometidas en el seno de la familia, y que constituyen el grueso de esta tipología delictiva (Wacquant, 2009). Y es que el término “delincuente sexual”, desde una perspectiva jurídico-penal, abarca una gran cantidad de diferentes delitos, que van del “consenso” al “prejuicio”, de lo moralmente problemático a la violencia física, el exhibicionismo, la zoofilia, la posesión de pornografía, el consumo de prostitución[2], incesto… (Wacquant, 2009). Teniendo esto en cuenta y siendo rigurosos, las agresiones sexuales son la parte más pequeña de lo que abarca el perfil de delincuente sexual, por lo que estereotipar a todo delincuente sexual como violador es incorrecto desde el punto de vista jurídico y criminológico.

            Y la segunda consideración es que la erupción de la preocupación pública y de la legislación sobre la criminalidad sexual en Estados Unidos[3] está totalmente desconectada de la evolución estadística de los delitos: el clamor sobre una “epidemia” entra en ebullición justo cuando la incidencia de violaciones retrocede, según las encuestas de la National Crime Victimization Survey (Wacquant, 2009). Además, la mayoría de personas presas no responden al estereotipo de agresor sexual, ni siquiera al de “grandes delincuentes”. La mayor parte de personas que están en prisión lo están por delitos contra el patrimonio o el orden socioeconómico y por delitos contra la salud pública (normalmente relacionados con drogas). Además, se estima que el 80% de los delitos cometidos por las personas convictas se explican a través de factores sociales como la desigualdad, la pobreza, el desempleo, la falta de oportunidades y el consumo de drogas (Varona, Zuloaga, Francés; 2019).

            Como decíamos, la creciente (y objetivamente injustificada desde el punto de vista estadístico) preocupación por los delitos de agresión sexual han llevado a la construcción de mitos carentes de base científica que provocan, además, el nacimiento de discursos y mentalidades punitivas que contribuyen a la aplicación de penas desproporcionadas y perjudiciales para todos los afectados por el delito (agresor, víctimas…) y al desarrollo de leyes punitivas a gran escala igual de dañinas (y, además, inconstitucionales, ya que el artículo 25.2 de la Constitución Española[4] establece que “las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y la reinserción social”).

            De todos estos mitos, el más extendido es el que afirma que los agresores sexuales son una suerte de enfermos mentales, y que son imposibles de reinsertar. Para empezar a desmontar este mito, debemos aclarar qué significa “reinsertar”. Dependiendo del tipo de programa de reinserción, los objetivos pueden ser más profundos y completos, o menos. Los programas máximos de reinserción pretenden el regreso de la persona a la sociedad después de experimentar una transformación y vinculan la reinserción con el concepto de tratamiento-educación (Varona, Zuloaga, Francés; 2019). Otros programas menos exigentes entienden como reinserción la adecuación conductual de la persona para que esta simplemente no vuelva a delinquir, sin preocuparse de otras cuestiones inherentes a la vida en libertad como el restablecimiento de redes sociales de apoyo, la reintegración en el ámbito sociolaboral, etcétera.

            Cuando se habla de que los agresores sexuales no son reinsertables, se alude normalmente a alguno de estos conceptos, a la imposibilidad de llevar a cabo esa transformación interna o adecuación conductual, lo cual es manifiesta y rotundamente falso. Cuestión distinta es que el enraizamiento de los códigos patriarcales y sus violencias están tan interiorizados en los hombres que llevan a cabo estas conductas, que los esfuerzos para que se abstengan de una repetición han de ser mayores (Varona, Zuloaga, Francés; 2019).

            A pesar de que, como demuestra la historia, es extremadamente difícil que una persona se transforme en el espacio del complejo industrial penitenciario, o incluso que su paso por él dé lugar a que no vuelva a delinquir (Varona, Zuloaga, Francés), todos los estudios muestran que los agresores sexuales tienen una tasa de reincidencia baja (sin aplicarles tratamiento), de entre un 15 y un 20%. Mucho más baja, además, que la de otras tipologías delictivas consideradas socialmente menos peligrosas[5]. En definitiva, las personas que cometen agresiones sexuales reinciden menos que las que cometen otra tipología delictual (Varona, Zuloaga, Francés). Esto, sin que se aplique un tratamiento eficaz. Por ejemplo, el tratamiento (aún en fase de mejora) aplicado en la prisión de Brians, Catalunya, reduce la tasa de reincidencia a un 4%, a través de una serie de programas individualizados de modificación cognitivo-conductual cuyo funcionamiento explicaremos en profundidad más adelante. Además, los violadores tratados superan en empatía no sólo a los no tratados, sino también a los delincuentes no sexuales, como demuestra el trabajo desarrollado por Martínez, Redondo, Pérez y García en 2008.

            En cuanto a los diversos motivos que inclinan a un hombre a cometer una agresión sexual, se concluye que el grueso de ellos son de índole exclusivamente social. El completo estudio de Diana Scully (1990) concluye, tras entrevistas a 114 condenados por agresión sexual, que “los hombres aprenden a violar, y por eso lo hacen”. Asimismo, Rita Segato, ofrece una serie de tres posibles motivos: en algunos casos, la agresión supone “una forma de castigo o venganza contra una mujer genérica que salió de su lugar de posición subordinada”. En otros, supondría la “restauración de un poder perdido por parte de un hombre al ser desafiado por otro u otros”, o también podría ser, en otros casos, “un ejercicio de demostración de fuerza y virilidad ante una comunidad de pares” (Varona, Zuloaga, Francés; 2019). También, en el ya mencionado tratamiento aplicado en Brians, se crean tres perfiles de agresor diferentes, en función de los factores y particularidades presentes en el agresor en los momentos previos, paralelos y posteriores a la comisión del delito, que serán considerados “factores de riesgo” a la hora de elaborar el tratamiento individual de prevención de recaídas de cada delincuente (explicaremos más en detalle este tratamiento en particular en el próximo apartado).

[1] Recordemos las palabras de Oprah Winfrey en 2003 en su programa, uno de los más vistos en Estados Unidos: “Vamos a mover cielo y tierra para detener una enfermedad, una oscuridad, que creo que es la definición del mal. Discursos así son repetidos a diario por los principales medios de comunicación en todo el mundo.

[2] Si bien las penas aplicadas por consumo de prostitución y las aplicadas por violación son marcadamente diferentes, recordemos que, realmente, la diferencia entre un putero y un violador es un billete.

[3] Tomamos como ejemplo a los Estados Unidos ya que es donde nacen el “boom” de la extrema preocupación por las agresiones sexuales y los discursos punitivos sobre estos delitos, que se extenderán por el resto del mundo gracias al dominio cultural del Imperio Yankee, y a que la población del resto de países asume que es un problema igual en su territorio.

[4] Tampoco seré yo, un marxista-leninista convencido, partidario de una revolución socialista, quien defienda la Constitución Española. Simplemente lo menciono por ser riguroso.

[5] Como la corrupción.

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