Regalar daño

Por Iria Bouzas


“Ella le había hecho cargar con los suspensos de sus hijos, él le había devuelto la ausencia de una esposa muerta.”

Hace tiempo escribí un relato corto que terminaba con esta frase. Trataba de una azafata que llegaba a un vuelto tan cargada de problemas que sentía que la única forma que tenía de salir adelante sin llegar a explotar era endosándoselos a los pasajeros para que estos se hicieran cargo de ellos, así que, a medida que iba avanzando con el carrito del catering por el pasillo, les iba dejando uno por uno todos sus agobios escondidos entre las bebidas o los bocadillos que les iba sirviendo.

Cuando ya se sentía un poco más liberada, el último pasajero le devolvía un sándwich porque le parecía que sabía raro. Cuando lo tenía entre sus manos y lo abría para comprobar su estado, la azafata se encontraba con que aquel señor, sin querer, le había entregado a ella el mayor de sus sufrimientos y que este era bastante peor que los problemas cotidianos que ella había ido repartiendo entre los viajeros del avión.

El relato era malo con ganas y por eso jamás lo publiqué, pero sigo pensando que la idea tiene mucho sentido.

Vayas donde vayas y mires donde mires parece que siempre hay alguien dispuesto a colectivizar sus emociones negativas.

Entiendo el deseo de compartir lo que nos agobia o nos supera, lo considero como algo muy sano y como una necesidad humana comprensible el querer hacerlo. Pero lo que me parece intolerable es ese deseo egoísta e infantil de descargar sobre el primer ser viviente que se nos cruce en el camino toda la mierda que llevamos dentro de nosotros para que se gestione con ella como pueda.

A mi edad y a aun no sé por qué tengo que quedarme con la frustración de nadie cada vez que voy circulando con mi coche. Lamento profundamente que toda su vida se le eche encima cada vez que una persona tiene que esperar diez segundos parado frente a un paso de peatones porque una persona mayor lo esté cruzando despacio. Lo siento en el alma, pero a ver si hace el favor de no pitar ni darme luces porque no es justo que yo me lleve las luces y mientras usted se vaya sin llevarse el sopapo del que sería merecedor por su actitud si servidora no fuese totalmente contraria al uso de la violencia.

Explíqueme qué responsabilidad tiene la cajera del supermercado, el dependiente de la tienda o la camarera del bar, de que sus hijos hoy tengan el día especialmente pesado y esté usted irritado por tener que soportarles.

Si es uno de esos días en los que tiene ganas de acordarse de la familia de todo el que se le pone delante, ¿por qué no pone un aviso antes de entrar en una red social y decidir insultar al primer desconocido que ha intercambiado con usted un “buenos días”?

Colectivizamos lo malo porque somos infantiles. Queremos que venga alguien y se lleve todo eso y que, además, se joda asumiendo las consecuencias porque de paso satisfacemos un poco ese instinto sádico que conlleva la inmadurez.

Si colectivizáramos con la misma facilidad la alegría que lo hacemos con el enfado o la frustración, viviríamos en un mundo de lo más agradable. ¡Pero no! esa parte la dejamos para nosotros porque como buenos niños grandes somos unos redomados egoístas.

Nunca sabremos si el conductor del coche al que le hemos pitado acababa de perder a un familiar, o si el dependiente al que le hemos hablado de forma maleducada tiene cáncer. Nunca sabremos si aquel al que le entregamos lo peor de nosotros quizás sufra más de lo que nosotros podríamos llegar a soportar y con nuestro comportamiento nos hemos vuelto cómplices de aumentar su dolor.

De lo que yo si estoy segura es de que, si nos comportamos como miserables, nos sentiremos miserablemente.

La azafata de mi relato no era una buena persona. No me cae bien por muy protagonista que la haya hecho. Así que como en mis palabras mando yo, decidí darle una lección en forma de sándwich.

Espero que el Escritor del Universo no deje de hacer lo mismo con algunas personas que hay por ahí dedicadas sin ningún pudor, a amplificar el dolor del mundo solo para que ellos puedan descargar de una forma egoísta y totalmente desconsiderada un poquito del suyo.

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