Recursos Humanos

Alberto se burlaba del discurso anticuado y aseguraba que los tiempos eran para la gente que no pone problemas, para la gente con ganas de trabajar de verdad, para los emprendedores. 

Por Jaume Mayor Salvi

Cuando Alberto García abandonó su puesto de trabajo camino del despacho del director de recursos humanos ya se imaginaba a sí mismo asumiendo la responsabilidad de encargado de sección. Hacía poco más de siete años que trabajaba en la empresa y siempre se había mostrado muy receptivo a todas las demandas de la empresa. Si la empresa pedía voluntarios para trabajar los sábados o incluso algún domingo, Alberto siempre era de los primeros en ofrecerse. No era tanto lo que pagaban, que no llegaba al precio de la hora extra marcado por el convenio colectivo, sino el señalarse como una persona trabajadora, comprometida, fiel a la empresa y poco conflictiva.

Cuando hace menos de un año el comité de empresa planteó una huelga durante la negociación del convenio, él fue de los pocos que fueron a trabajar. Recuerda como se burlaba de los compañeros, -“al final vosotros perderéis el salario de los días de huelga mientras yo lo cobraré”. Al final la empresa cedió ante las pretensiones del comité y se alcanzó un acuerdo que supuso un incremento importante en los salarios de la gente de fábrica. Él era uno de los beneficiados por ese acuerdo… -“y sin perder un día de salario” solía repetir a sus compañeros.

Uno de los problemas de trabajar en multinacionales es que las decisiones estratégicas se toman muy lejos de los centros de trabajo solía repetir la presidenta del comité de empresa. – “Alberto te crees que vas a heredar la empresa y algún día te darás cuenta de que el capital no tiene patria ni corazón”, le repetía cada vez que coincidían en el comedor o delante de la máquina de café. –“Si no vamos juntos, perdemos fuerza y eso al final lo pagaremos tú y yo.” Alberto se burlaba del discurso anticuado y aseguraba que los tiempos eran para la gente que no pone problemas, para la gente con ganas de trabajar de verdad, para los emprendedores.

Cuando Alberto estaba delante de la puerta cerrada del director de recursos humanos repasaba mentalmente el discurso que se había preparado. Agradecimiento a la empresa por la confianza, agradecimiento al jefe de recursos humanos, lealtad, trabajo, compromiso para seguir haciendo grande la empresa. Alberto, llama a la puerta, la abre y pide permiso.

Detrás de la mesa el jefe de recursos humanos no se levanta cuando Alberto entra al despacho. Es un despacho grande con una gran ventana desde la que se ve el parking de la fábrica. Hay un sofá de cuero negro con una mesita. Alberto siempre se imaginaba que se sentarían en el sofá, que le ofrecería un café o una botella de agua, que llamaría a su secretaria para que se lo sirviese. El jefe de recursos apenas levanta la mirada de unos papeles que tiene en la mano. – Siéntese, Sr. García, por favor.

Alberto se sienta en una de las dos sillas que hay a este lado de la mesa, por un momento tiene la sensación de que esa mesa es más grande de lo que le había parecido en un primer momento. Detrás del director de recursos humanos un portarretratos donde está junto al Presidente del Consejo de Administración y máximo accionista de la empresa, el Jefe, como le llaman habitualmente. Junto a esa foto, otra del director con su mujer y su hija.

  • El resultado del último ejercicio no ha sido bueno…

Con la mirada perdida en la foto del director con su mujer y su hija, las palabras del director de recursos humanos se van confundiendo con un murmullo, un ir y venir de sonidos blandos que resuenan en la cabeza del trabajador mientras empieza a ser consciente de la distancia que les separa. De alguna forma la mesa se ha convertido de repente en una muralla infranqueable. Cuando el director termina de hablar, Alberto no está muy seguro de lo que le ha dicho y mira con incredulidad el papel que ahora sujeta en su mano derecha.

 

  • Léalo y firme ahí donde aparece su nombre, Sr. García.  En este sobre tiene un cheque con el finiquito que le corresponde.

Se lo dice sin mirarle, simplemente está a otras cosas, ojeando otros papeles, tal vez el despido de otro compañero, el informe de rentabilidad de las acciones de la empresa o las entradas para ir el teatro esta noche con su mujer.

 

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