Raúl Alaejos: “Es bastante simbólico que ya no nos sorprenda que pueda haber lugares en el mundo donde por la radio te indican cómo filmar a los nativos”

El realizador y artista visual leonés Raúl Alaejos, decidió viajar a las tierras polares para seguir las huellas de Robert Peary y realizar un original ensayo fílmico al que tituló “Objeto de estudio”.

Por Angelo Nero | 27/01/2025

El explorador ártico norteamericano Robert Peary dedicó buena parte de su vida a la conquista del Polo Norte, para ello convivió durante largas temporadas con el pueblo inuit, de quién lo aprendió todo para moverse en un medio tan hostil. Junto a su inseparable Matthew Henson, aprendió sus técnicas de caza y pesca, a manejar trineos tirados por perros, a construir iglús y a vestirse con pieles. En su afán por alcanzar el punto situado más al Norte de la Tierra -en disputa con otro explorador estadounidense, Frederick Cook- Peary llegó a la conclusión de que la manera de asegurar el éxito en su misión, era crear una súper raza en la que se sumaran la inteligencia occidental y la fortaleza del inuit, adaptado a ese medio.

La conquista del Polo Norte por Peary ha sido puesta en duda -hay teorías que dicen que el primero en lograrlo fue Roald Amudsen, que había alcanzado el Polo Sur en 1912, a bordo de un dirigible- pero a quién si conquistó la historia de crear una súper raza en Groenlandia fue al realizador y artista visual leonés Raúl Alaejos, que decidió viajar a las tierras polares para seguir las huellas de Peary y realizar un original ensayo fílmico al que tituló “Objeto de estudio”.

Lo primero que nos gustaría preguntarte, Raúl, es ¿cómo llegas a esta teoría racial de Peary y como te hechiza hasta el punto de viajar a Groenlandia para rodar esta pieza audiovisual que se mueve entre la antropología y el cine documental?

Soy aficionado a la literatura de expediciones polares. Me atrae esa parte épica pero sobre todo me interesan los fracasos o lo que rodea a la exploración polar. Por ejemplo, Frederick Cook inventaba parte de los diarios de sus hazañas para poder convencer a la Sociedad Geográfica de haber alcanzado algún punto geográfico inexplorado. Pues bien, son más interesantes las partes ficcionadas que las vividas. Esto es muy interesante y tiene mucho que ver con el cine. Evidenciar el hito es tan importante para el explorador como lograrlo. En el caso del Polo Norte, la fotografía posible al llegar a esa coordenada es un fotograma en blanco… que a la vez es la película cinematográfica velada.

Además, he trabajado mucho tiempo como realizador para Greenpeace. He hecho alguna campañas en el Ártico y siempre que he trabajado con locales, ha aparecido un sentimiento de estar haciendo una especie de extractivismo de imágenes. En este tipo de lugares, me da la sensación que el realizador va buscando una representación que se trae de casa. Me apetecía trabajar alrededor de este tema, del acto obsceno que es filmar al otro.

Rodar en un lugar tan inhóspito como las tierras polares me imagino que planteará más de un problema, tanto a nivel técnico como logístico, aunque creo que tú ya tenías alguna experiencia en ello, ¿cómo fue el rodaje de “Objeto de estudio” y a que obstáculos tuviste que enfrentarte?

Todos los rodajes son una búsqueda pero este especialmente era una búsqueda personal. Me apetecía llevarlo un poco al límite. Había muy poca preproducción hecha. Quería que se fue construyendo sobre la marcha. Tenía ideas claras pero no cómo llevarlas a cabo. Al llegar, me bloqueé un poco y empecé a asegurar historias, a seguir personajes interesantes, pero pronto me di cuenta de que yo había ido allí a otra cosa. Esta vez la cámara tenía que ir por delante. Empecé a pensar en generar situaciones, escenas que estuvieran entre lo casual y lo dirigido. No quería una continuidad narrativa. Rodé muchas cápsulas con la esperanza de que todas esas ideas casaran en montaje. Estuvimos un mes y fue muy intenso.

En tu película hay un debate subyacente, sobre eso que denominas “extractivismo de imágenes”, el cómo se retrata a las poblaciones nativas, tanto a través del turismo como de la producción de documentales, de la creación de un imaginario a través de estereotipos, ¿crees que en ese ejercicio de retratar al otro, caemos, de un modo u otro, en interpretarlos con nuestra mirada y en ofrecer una imagen adulterada de la realidad?

Por supuesto. Eso es el cine, una mirada subjetiva de la realidad. Da igual que lo llames ensayo, ficción, documental… En el caso de este último tanto espectador como realizador puede sufrir una ilusión hiperrealista pero creo que para no ofrecer una imagen adulterada o una falsa objetividad, es necesario aportar subjetividades, emociones, enseñar los trucos audiovisuales y que retratado, realizador y espectador sean conscientes del dispositivo que planteas.

A propósito de la forma en la que registramos lo que vemos, introduces el humor, a través de una radio local que advierte sobre cómo se debe retratar a la población, y también juegas con el espectador, que tiene que discernir lo que es ficción y lo que no, ¿fue fácil conseguir la complicidad de los inuits para entrar este juego?

Lo de la radio fue otra cosa que se nos ocurrió sobre la marcha y que formalizaba perfectamente un sentimiento que yo tenía y que quería que estuviera presente: ese Pepito Grillo de la antropología visual que constantemente tenía en la cabeza dando consejo de cómo no retratar al otro.

Así que le propuse a David, el responsable de la radio comunitaria, hacer unas escenas donde se viera que en ese pueblo se daban consejos a los realizadores visitantes. Esto, a mí me hacía gracia. En muchas proyecciones me preguntan si esto es cierto. Es bastante simbólico que ya no nos sorprenda que pueda haber lugares en el mundo donde por la radio te indican cómo filmar a los nativos.

Concretamente, en Qaanaaq, es un lugar muy remoto pero muy visitado por equipos de realización para filmar a los últimos cazadores. Por lo tanto, es un pueblo muy expuesto en este sentido. Les hacia gracia que nosotros filmásemos a los que filman.

Conseguiste reunir a la descendencia viva de Henson y Peary, aunque parece que ellos no parecían mostrar demasiado interés por sus orígenes, ¿sentiste, de alguna manera, un cierto fracaso cuando te cercioraste de que ellos le daban más importancia al presente que el pasado?

Sí. Fue muy liberador asumir el fracaso. Entender que la idea de buscar a los descendientes de unos occidentales era en sí un despropósito. Lo bonito fue poder incorporar ese fracaso en la peli y hacer partícipe al espectador.

“Antes, venían aquí y se llevaban nuestros meteoritos y a nuestras familias, ahora vienen, capturan sus imágenes y se van”, dice uno de los inuits en la película, ¿es este un síntoma de que el intercambio cultural es realmente inexistente, de que hay, todavía hoy, una mirada colonial hacia la población nativa de Groenlandia, que se puede extrapolar a otros lugares?

Totalmente. Además las lógicas de producción no ayudan. Se rueda mucho y rápido. Esto no ayuda. Por supuesto, hay excepciones.

En el cine documental tienden a explicarnos la realidad, a mostrarnos su verdad, su mirada particular, sin embargo en tu película esto no sucede, parece que te recrearas con la duda, para que el espectador se esfuerce y quite sus propias conclusiones, ¿buscabas esto cuando te planteaste “Objeto de estudio”?

Creo que es más interesante abrir preguntas que ofrecer respuestas. Coloca al espectador en un lugar más activo y se cuenta con él. Tampoco podría ofrecer respuestas aunque quisiera.

Parece que la película está recibiendo muy buenas críticas, y que ya hay algunos festivales interesados en programarla, ¿cual es el recorrido que tiene por delante en este año que acaba de comenzar?

El año 2024 ha pasado por festivales y ahora comienza una pequeña andadura por cines y otros circuitos de museos y universidades. Me apetece mucho mostrar y discutir la película en ámbitos de Antropología y así poder seguir abriendo más preguntas.

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