Quitémonos la venda de los ojos

 

¿Cómo es posible que acciones políticas aparentemente nimias provoquen oleadas de indignación, mientras que otras claramente más graves no tengan tanta repercusión?

Por Adrián Juste

La capacidad del ser humano de indignarse por según qué problemas, injusticias o causas  está influenciada, no solo por aprendizajes previos o por cómo se encuentre en ese momento, sino que a menudo obedece a inercias más emocionales que racionales.

Por ejemplo, Tayyip Erdogan, el primer ministro turco, ha tomado decisiones verdaderamente pésimas para la mayoría de la población en los últimos años. Desde 2016 concretamente, tras el intento de golpe de estado, el país avanza cuesta abajo y sin frenos hacia un régimen autoritario.

Sin embargo, lo que se tradujo en una gran manifestación sin casi precedentes sucedió en el año 2013 cuando el gobierno quiso acabar con un parque natural. Se inició una oleada de protestas intensas y masivas en la plaza de Taksim en Estambul que se extendió por todo el país.

¿Cómo es posible que acciones políticas aparentemente nimias, como cerrar una zona verde, clausurar una página de descargas o encerrar en la cárcel a un rapero, provoquen oleadas de indignación, mientras que otras claramente más graves no tengan tanta repercusión?

Hay muchas variables que lo explican: amén de vaivenes y mentalidades sociales o que los hechos inmediatos y sencillos se entienden mejor que los más complejos, a menudo el éxito de una gran protesta tiene lugar en cuestiones más bien impulsivas o sentimentales, e incluso azarosas. La indignación no deja de ser un sentimiento de enfado, de ira, de frustración, y no tiene por qué responder a lógicas preestablecidas o elaboradas planificaciones.

Y esto supone un gran obstáculo porque los  problemas a los que se enfrenta la civilización ni son fáciles de comprender, ni son inmediatos, ni tienen una solución clara, ni afectan por el momento en la vida diaria de la gente, con alguna que otra excepción.

Es más, de hecho, existen opciones políticas cuyo discurso se asienta sobre la negación a estos problemas, una suerte de venda en los ojos que pone el desconocimiento, el acientifismo y la desinformación por delante e impide lo que parece, a todas luces, una tarea muy compleja: poner sobre la mesa el uso de la razón, la cooperación, el tener que ponerse de acuerdo y poseer la responsabilidad de asumir soluciones complicadas que, probablemente, impliquen sacrificios todavía difíciles de predecir con total exactitud.

 

La extrema derecha y el negacionismo interesado

Las teorías pseudocientíficas, el ataque al conocimiento, las teorías de la conspiración sin fundamento alguno y la negación de la realidad han sido parte intrínseca de la ultraderecha desde su mismo génesis, especialmente durante el auge de los fascismos hace cerca de un siglo.

Parece que el mundo lo ha olvidado, pero el nazismo, sin ir más lejos, trazó un plan para exterminar a prácticamente todas las ideas y minorías étnicas que no coincidieran con su ideal de “raza aria” y su visión del nacionalsocialismo, una suerte de purga mundial a gran escala bajo un régimen que controlara la vida de todos los individuos en todas sus esferas, públicas y privadas.

¿Por qué? Porque sostenían creencias falsas acerca de la biología de los seres humanos a partir de la cual trazaron un ideal de sociedad. Y, además, argumentaban que existían complejos y elaborados planes para crear una sociedad que atacara esa biología, ese orden natural, como el socialismo o el comunismo. Por supuesto, de la mano de la población judía, que usaría estas y otras ideologías para, pese a ser seres inferiores, doblegar la voluntad de la sociedad alemana.

Este ejemplo es quizás el más drástico, pero sin el negacionismo, la extrema derecha no puede sobrevivir. El propio dictador Francisco Franco hablaba también de la “conspiración judeo-masónica-comunista-internacional”, y no hace tanto que estaba vivo. La sociedad tiene una venda en los ojos y la propuesta de la derecha radical es sentirse orgulloso de seguir teniéndola.

No obstante, hay una importante diferencia entre la sociedad actual y la de aquellos años: en cuestión de relativamente poco tiempo hay, además, hay incontables problemas de alcance global que empiezan a asomarse al presente de forma muy peligrosa. Y justo cuando empiezan a ser realmente amenazadores, es cuando el discurso populista de derechas empieza a tener más apoyo. Como decía V en la película V de Vendetta, “yo, al igual que Dios, ni juego al azar, ni creo en la casualidad”.

Negar la realidad no solo es un acto emocionalmente deseable por cuestiones psicológicas obvias, como el que no quiere ir al médico por miedo a que le digan que le pasa algo, sino que además favorece los intereses de determinadas personas y grupos de poder que prefieren seguir exprimiendo un sistema agonizante antes que sentarse en estudiar la viabilidad del mismo.

No nos quedemos en palabras vacías. Hablemos de ejemplos concretos.

La crisis climática es sin duda uno de los ejemplos del negacionismo en el que cae la extrema derecha. No importa la cantidad de datos, estudios y evidencias científicas que se planteen: como mucho, aceptan que es real solo que el papel del ser humano en ella no es tan relevante. En su argumentario, filtrado este verano, Vox tildaba el cambio climático de “estafa”. El expresidente Donald Trump llegó a reírse de él ante la ola de frío que sucedió el pasado invierno.

Pero claro, los líderes de la derecha radical están sostenidos y pertenecen a grupos económicos a los cuales no les interesa regular la actividad económica para proteger el medio ambiente. Que esto no es nuevo, grandes empresas dependientes de la extracción de combustibles fósiles y a otras industrias han hecho lo posible por paralizar toda medida ecologista, incluyendo financiar el discurso negacionista contra el cambio climático con hasta 200 millones de dólares solo en 2019.

Ciertas corrientes de la extrema derecha también han estado detrás del negacionismo hacia el coronavirus, bien rechazando directamente su existencia, bien diciendo que es más leve de lo que se dice como Bolsonaro cuando dijo que se trataba de una “gripecilla”, bien señalando a las vacunas como una medida perjudicial.

Tampoco ha servido de mucho la evidencia aportada. Hace poco, el periodista Federico Jiménez Losantos, conocido por amparar el discurso de Vox y compadrear con ideas de derecha radical, tuvo un encontronazo con su líder Santiago Abascal por su postura tibia hacia la campaña de vacunación.

Recientemente, un estudio demostró que cuanto más había votado a Donald Trump una determinada región de Estados Unidos, más fallecimientos por coronavirus había.

Pero es que es mucho más fácil pensar eso que comprender que detrás de este tipo de pandemias está un negligente manejo de la industria alimentaria, por ejemplo. Y de paso, si niego la gravedad de la pandemia, puedo justificar no poner ninguna obstáculo para seguir ganando dinero con mis empresas. Son todo ventajas.

Los problemas continúan: el enorme desequilibrio en cuanto a pobreza entre países, la escasez de ciertos recursos vitales para el desarrollo de las tecnologías, la desigualdad entre hombres y mujeres…

Problemas que requieren de cooperación y de medidas tomadas a nivel global, como los Acuerdos de París en el caso del clima, o directrices higiénico-sanitarias surgidas desde la Organización Mundial de la Salud en el caso de una pandemia, o limitaciones en los paraísos fiscales en el caso de la desigualdad y la pobreza…

A nuestro alrededor, estamos viendo las consecuencias del Brexit en grandes problemas de abastecimiento impensables hace apenas unos meses, un Brexit que fue fomentado en buena medida por la extrema derecha que ahora no da la cara; por otro lado, los problemas de abastecimiento de los semiconductores; también las consecuencias del cambio climático, el encarecimiento de los recursos que está llevando a una subida inusitada del precio de la electricidad… todos los indicadores apuntan a una crisis del sistema que se avecina y al que parece que se sumará un gran estallido de una burbuja económica en China con la enorme deuda del gigante inmobiliario Evergrande.

Y muchos otros problemas que me dejo en el tintero.

 

La extrema derecha como alternativa política inviable

En medio de todo esto, se destapa que la gente más rica está salvando los muebles creando estructuras económicas paralelas para no verse arrastrada por lo que viene encima: los Papeles de Panamá, los Papeles de Pandora, la Atlas Network… que además afectan a líderes de la derecha radical y ultraconservadora.

Frente a este mar de problemas, ¿cuál es la solución que propone la extrema derecha? Poner muros, expulsar a toda la gente que venga de fuera, echarles la culpa de todos los problemas a la izquierda, a los inmigrantes y a ciertas personalidades progresistas y eliminar todas las leyes que buscan corregir desigualdades y proteger a colectivos discriminados.

La extrema derecha propone dejar de cooperar, replegarse sobre la propia nación, señalar como enemigo a todo aquel que no encaje con su proyecto político y social y negarse a llegar a acuerdos internacionales para conseguir un mundo mejor.

Por no hablar de los libertarios de derechas, que propugnan que precisamente los grupos de poder a los que no les interesa en absoluto solucionar estos problemas y que por ello financian el discurso ultraderechista, no tengan prácticamente límites de actuación.

Llegan al punto que, la llamada Agenda 2030/2050, que no deja de ser una operación cosmética más que una intención real, es señalada por la extrema derecha como la punta del iceberg de un complicado y maquiavélico plan instaurar un nuevo orden mundial, una suerte de dictadura que atente contra la libertad. La libertad de evadir impuestos, supongo.

Para poder sostener esta mentira, dedican ingentes recursos económicos, como bien destapó WikiLeaks, en difundir bulos y “fake news”, a veces mediante bots y cuentas falsas, como el caso de las 700.000 cuentas que se dedicaron a influir en la opinión de la gestión de la pandemia en España, que repitan una y otra vez que los grandes problemas consecuencia de nuestro estilo de vida que van a arrasar con el mundo si no hacemos algo al respecto, no solo no existen, sino que son inventos de la “dictadura progre” para acabar con la “libertad”.

Lo peor de todo es que por el camino están crispando y dividiendo a la sociedad, creando fantasmas donde no los hay y negando una evidencia que nos va a estallar en la cara más pronto que tarde, si es que no lo está haciendo ya.

Lo triste es que, en realidad, tiene sentido. Cuanto más gordos y evidentes son los problemas, más gorda es la mentira que tienes que contar, más dinero y recursos tienes que poner y más incisivo tiene que ser tu discurso para que la venda de los ojos no se caiga. Y si eso lleva a que tus seguidores asalten el Capitolio creyendo que ha habido fraude, mejor que mejor.

Y en un mundo como el actual, no solo repleto de nuevos y desafiantes conflictos, sino también rodeado de dinámicas e inercias cada vez más cambiantes, donde todo es cada vez más rápido, se te pide que consumas más, que seas productivo, se te culpa de no ser lo suficientemente bueno, o rico, o atractivo, donde los servicios públicos como educación o sanidad se venden a trozos… pedirle a la gente que se pare a pensar y tenga un pensamiento mínimamente crítico es poco menos que una quimera. De hecho, es casi hasta osado.

Así, cuando presentas datos, estudios, investigaciones… son tachados de inventos, de manipulación y de tergiversación. En un mundo dominado por redes sociales que redirigen tu atención hacia posturas cada vez más extremas en un intento por generar mayores beneficios económicos, se cae en un sesgo de confirmación, en auténticas burbujas y cámaras de eco, donde una persona solo tiene que negar la información no tras un análisis objetivo, sino en base al juicio de la fuente y a las ideas que venden.

¿Cómo va alguien de izquierdas a defender un argumento o una idea que valga la pena, si son precisamente los que me están mintiendo y engañando para manejar el mundo a su antojo? Y así, empiezas diciendo que las leyes que defienden la igualdad son estrategias para imponer una dictadura y acabas afirmando en un vídeo que la nieve que cae es plástico o que la erupción del volcán de Las Palmas es mentira o está provocado por la izquierda mediante poderosas tecnologías inimaginables.

En esta espiral de ignorancia, desconocimiento y mentiras, no hay límites: la “dictadura progre” y el “marxismo cultural”, a pesar de vivir en un sistema capitalista globalizado que navega a la deriva en un mar de desafíos y de conflictos, son los principales artífices, mediante enrevesados planes, los que están generando los problemas: fraude electoral, manipulación de los medios, leyes de “desigualdad”, intromisión en el cine y la televisión, George Soros… están tan convencidos de esta sarta de despropósitos que cualquier intento de ir en otra dirección lo interpretan como un ataque.

Tras el encontronazo entre Abascal y Losantos, sus medios esDiario y Libertad Digital ya son poco menos que instrumentos del demonio. A economistas ultraliberales como Juan Ramón Rallo o Rubén Gisbert, muy poco sospechosos de pertenecer a ninguna élite progresista, han sido acusados de lo mismo cuando han señalado algunas contradicciones evidentes de la extrema derecha. O estás conmigo, o contra mí.

Y mientras ese Nuevo Orden Mundial progresista no llega nunca, esa venda no permitirá poner los medios necesarios para que así, los grupos de poder, apoyados por un nuevo discurso populista y generando esta posverdad, mantengan sus privilegios hasta el final y asienten las bases de una sociedad abrumada y socavada por estos problemas, pero donde ellos continúen dando las directrices.

Todavía no es tarde. Quitémonos la venda de los ojos.

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