¿Quién nos da de comer?

Por Mª Ángeles Castellanos Valverde 

Cuando hoy te sientes a comer piensa que lo que pongas  en tu plato y cómo lo pongas puede cambiar el mundo.

Si consideramos que la tarea de “dar de comer” entra en lo que la Encuesta de Población Activa (EPA) denomina Labores del hogar, sin duda quienes dan de comer son las mujeres. De las 3.594.600 personas inactivas por esta causa, 3.241.100 son mujeres, es decir, el 90% de las inactivas por labores del hogar son mujeres.

Ciertamente no es necesario recurrir a la EPA para confirmar la feminización de los cuidados, pero está bien poner cifras y dimensionar realidades.

Es una obviedad que comer es indispensable para la vida, a pesar de ello, solo se convierte en socioeconómicamente  relevante cuando se monetiza, cuando se paga por salir a comer o por comprar un robot demasiado caro, en definitiva, cuando es directamente relevante para el Producto Interior Bruto (PIB), pero cuando se trata de los millones de mujeres que se encargan de poner alimentos adecuados en las mesas de los hogares, cuando se trata de lo que realmente es fundamental para la vida, esta tarea se valora poco y se invisibiliza.

En el libro “¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?: Una historia de las mujeres y la economía” de Katrine Marçal,  la autora señala que Adam Smith pensaba que el propio interés de los comerciantes de los productos que finalmente llegaban a su mesa era el que le permitía cenar.   Marçal  se plantea si esto era así realmente, preguntándose ¿quién le preparaba, a la hora de la verdad, ese filete a Adam Smith?

Desde la  Economía feminista se busca desplazar el foco de los mercados (los intereses de los comerciantes) a los procesos que sostienen la vida (los millones de mujeres que hacen la cena cada noche) analizando las desigualdades de género que los atraviesan.

Desde esta perspectiva al preguntarnos ¿quién nos da de comer? tenemos que pensar en los procesos que realmente hacen que llegue la comida a nuestros platos. Esta tarea, fundamental para la vida, en su fase final forma parte de las tareas de cuidados, y como ya se ha apuntado, son las mujeres las que de forma muy mayoritaria se ocupan de los cuidados, en este caso comprando, elaborando y sirviendo los alimentos.

Existe una evidente desigualdad de género a la hora de hacer llegar la comida a la mesa, desigualdad que tiene múltiples implicaciones en la vida de las mujeres, empezando por las laborales en la medida que condiciona la forma en la que acceden al empleo. Y en la medida en la que su acceso al empleo se limita, también lo hacen sus posibilidades de acceso a los recursos económicos y a vidas independientes.

Además, las practicas generalizadas de toma de decisiones en espacios informales como comidas o cenas dificultan aún más la participación laboral de las mujeres y en demasiadas ocasiones termina siendo determinante para su carrera profesional.

En un artículo de MIT Technology Review  titulado “Cómo romper el techo de silicio que oprime a las mujeres en tecnología” señalan como uno de los factores que dificulta la participación de las mujeres en el mundo tecnológico que “el networking se hace en las casas de los CEO en medio de fiestas orgiásticas y los negocios se cierran en clubs de strippers” . Terminar con esta forma de trabajar es determinante para la incorporación plena de las mujeres al mundo laboral y a los espacios directivos y también para aumentar la corresponsabilidad en la atención a los cuidados, porque no se trata de que las mujeres busquen la forma de participar en esos espacios informales, se trata de que esos espacios no existan como determinantes para los trabajos, se trata de racionalizar los horarios para hacerlos compatibles con la vida y en este punto las empresas tienen una responsabilidad destacada en la parte que les toca para promover la corresponsabilidad.

Pero esto no es todo, detrás de un filete hay mucho más, están las  decisiones de qué se produce, dónde se produce, cómo se produce o con qué recursos, y estas decisiones no son neutrales, sobre todo cuando hablamos de recursos naturales escasos.

El agua es un recurso amenazado por la acción humana. Según la ONU para el año 2050 se espera que al menos un 25% de la población mundial viva en un país afectado por escasez crónica y reiterada de agua dulce. La sequía afecta a algunos de los países más pobres del mundo, recrudece el hambre y la desnutrición. Esto ocurre en un planeta que, de momento, cuenta con suficiente agua dulce como para que todas las personas tengan acceso a agua potable a un precio asequible.

Somos un país deficitario y necesitamos importar cereales para cubrir las necesidades de la industria de elaboración de piensos para consumo animal.

Pero en la gestión del agua no se pone la vida en el centro. En su gestión, al igual que se hace con otros recursos naturales, se prima la riqueza que va al PIB.

Según el INE, el consumo de agua de los hogares en 2016 (último dato publicado) fue de 2.297 hectómetros cúbicos, en los sectores económicos de 633 y el volumen de agua para riego alcanzó los 14.948 hectómetros cúbicos lo que supone el 84% de los tres usos señalados.

Por tipo de cultivo, los herbáceos representaron el 55,7% del volumen total del agua de riego, pero somos un país deficitario y necesitamos importar cereales y no porque nos pongamos hasta arriba de comer pan y pasta, importamos para cubrir las necesidades de la industria de elaboración de piensos para consumo animal.

En la campaña 2017/2018 la producción total de cereales en España fue de 15.755.000 toneladas y el consumo interno para alimentación animal alcanzó las 25.520.000 toneladas.

Según los datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, el censo de ganado porcino en España en 2018 era de 30.804.000 y en enero de 2019 se sacrificaron más de 5 millones de cerdos.

A la gran cantidad de agua que requiere la ganadería hay que sumar la contaminación y podríamos hablar mucho sobre este punto.

Los límites planetarios son un marco conceptual que evalúa 9 procesos fundamentales que aseguran un planeta habitable por los seres humanos. Greenpeace en su informe “Menos, es más. Reducir la producción y consumo de carne para una vida y planeta más saludable” señala que “El impacto que tiene la producción de carne y lácteos sobre los procesos planetarios que sustentan la vida en la Tierra es tan grande que pone en peligro seis de los nueve límites clave”.

En los comentarios y recomendaciones finales indican que “Los datos científicos señalan que cambiar nuestras preferencias alimentarias hacia dietas ricas en alimentos de origen vegetal reducirá los costes medioambientales y se podrá alimentar a millones de personas sin emplear recursos naturales adicionales.”

La elección que se ha hecho sobre qué vamos a comer no es la más acertada desde el punto de vista del  uso de los recursos escasos de los que dispone el planeta, ni tampoco es la más equilibrada ni saludable, ni la que permite alimentar a más personas.

Producir alimentos con recursos limitados para alimentar lo que se convertirá en alimento humano no es la elección más eficiente ni para el planeta ni para las personas, pero está generando riqueza económica a las élites extractivistas.

Los cambios necesarios serían más rápidos si en lugar de jugar al ajedrez quienes gobiernan pusieran la sostenibilidad de la vida en el centro.

Nos da de comer el cambio climático y la destrucción medioambiental, pero no se trata de una solución desesperada por la falta de alimentos, es una decisión económica que genera beneficios empresariales a costa de la destrucción del planeta y de la generación de desigualdades.

Pero contamos con un arma poderosa, cambiar lo que comemos.

También encontramos desigualdades vinculadas a lo que comemos en las condiciones laborales de quienes trabajan para recolectar o transformar esos alimentos, más aún desde una perspectiva global, pero si nos fijamos en España, en el trabajo agrícola encontramos situaciones muy extremas, son recurrentes las  detenciones  por trata de personas y explotación laboral de inmigrantes que trabajan en el campo, y si hablamos de los salarios, según la Agencia Tributaria el salario medio anual del sector es de 7.189 €/año, lejos de los 19.172 €/año de media para todos los sectores, que dicho sea de paso, tampoco es para tirar cohetes, pero aún así es bastante superior a los ingresos declarados por las personas asalariadas de la agricultura.

Y no se pagan salarios bajos porque la riqueza generada sea escasa, según los datos de la Contabilidad Regional de España que publica el INE, la remuneración de los asalariados de media supone el 47% del PIB, en el caso de la agricultura, los salarios suponen el 16% del valor de la producción agrícola y ganadera.

El mundo no se cambia en una cena y hay que gestionar las transiciones para que nadie se quede atrás, pero los cambios necesarios serían más rápidos si en lugar de jugar al ajedrez quienes gobiernan pusieran la sostenibilidad de la vida en el centro.

En cualquier caso, no olvidemos que las luchas sociales también cambian el mundo (y a los Gobiernos) y podemos empezar por cambiar nuestra cena.

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