¿Quién controla la verdad?

«La palabra no es para encubrir la verdad, sino para decirla.» – José Martí

La verdad y la falsedad de Alfred Stevens

Ricard Jiménez

Ya en el mismo paso occidental del mito al logos, culminado en la figura de Sócrates, se pone en jaque al futuro de la sociedad. Es una metáfora premonitoria y tangible el mismo desvelar socrático de que este «incurre en delito y traspasa los límites de la investigación tanto al indagar las cosas del subsuelo como las celestes».

Es en ese mismo momento, a nivel histórico, donde la verdad y su investigación como proyecto social cae presa por el poder, jerárquico, de la Grecia clásica y de cualquier presente futuro posible hasta nuestro instante. No obstante, «todos los hombres por naturaleza desean saber» expone al iniciar la ‘Metafísica‘ de Aristóteles. Pero ¿qué ocurre cuando esta se halla oculta bajo el influjo del poder?

Antes de darse una respuesta acotada y concisa debe analizarse lo que se entiende por poder, en este caso político, y por lo tanto de establecimiento y del régimen social y garantía, en cuanto a distribuidor, de la verdad. Max Weber al afrontar el concepto de poder político lo instala en paralelo con la idea de dominación.

Así pues, para Weber el poder es la capacidad de ciertos individuos (o élites) de imponer un estado de obediencia, más o menos voluntaria según el momento, del resto de la sociedad. De este modo “se define al estado como la institución que posee el monopolio legitimo de la violencia dentro de un territorio». Es decir, se consigue la obediencia social mediante la coerción física y psicológica.

Hasta este punto todos estaríamos totalmente de acuerdo en esgrimir dichas acusaciones contra todo régimen autoritario, de repliegue de las élites bajo los ideales más reaccionarios.

Y hasta aquí, sin más dilación, es donde llega el análisis de tanto salvaguardador de la pureza ideológica marxista o revolucionaria, pero de ensoñaciones dogmáticas quintacolumnistas no puede pretenderse alcanzar buen puerto.

El propósito también debe dirigirse hacia el análisis de las formas y funciones del poder, entendido como hegemonía, en las democracias burguesas de occidente, que ejercen otro tipo de control, otro tipo de poder.

Karl Marx escribió que «el Estado atrapa en la red, controla, regula, supervisa y organiza a la sociedad civil, desde las expresiones más amplias de su vida hasta sus movimientos más insignificantes, desde sus formas más generales de la existencia hasta la vida privada de los individuos».

Pero ¿cómo consigue esta absoluta hegemonía y la aniquilación de toda autonomía de la sociedad civil?

El Estado en Occidente, al contrario que en un régimen autoritario de la oligarquía, no es un todo engranado como maquinaria violenta de represión, aunque también ejerza este poder de forma legitimada. Como puede advertirse la masa, la población, tiene libre acceso a él, a este poder estatal, a través de elecciones que «permiten – advirtió Perry Anderson en ‘Las antinomias de Antonio Gramsci‘ – formalmente la posibilidad de un gobierno socialista. Pero la experiencia muestra que estas elecciones nunca producen – en occidente – un gobierno dedicado a la expropiación del capital y la realización del socialismo».

A continuación Anderson se pregunta (y todos debiéramos hacerlo) por la razón de esta paradoja y concluye que la clave «reside en el condicionamiento ideológico previo del proletariado». Se establece entonces que el núcleo de poder es ejercido, como hemos dejado patente, mediante la coerción pero también el consenso.

Estos días sin duda estamos viviendo y pudiendo sentir en nuestras sienes, cargadas por el encierro, el bombardeo constante de los aparatos de control y manipulación «consensuada» (o permitida inconscientemente).

Varios pueden ser los frentes de batalla comunicacional a desarrollarse desde la perspectiva de un mundo totalmente interconectado mediante el uso de los medios, las redes sociales y bajo el paraguas de la libertad de expresión.

Desde cierto sector de la izquierda han sido puestas sobre la palestra las campañas en redes sociales como Twitter, Facebook o TikTok como factor decisivo para la articulación y dispersión del ideario de la derecha hegemónica, y sobre todo de la derecha exaltada. Pero este resulta un análisis, en cierto modo, simple, superficial y de escueto rigor analítico de la realidad.

Es cierto que de algún modo estos canales perpetúan y permiten cierto alcance pero como algún visionario me dijo solamente «es la alt right publicando shitposting».

Pero ahora siendo serios, en el libro ‘Paren las rotativas‘ de Pascual Serrano este enuncia las redes sociales como una jaula ideológica, ya que, «al joven que comience a sentirse tentado con la ultraderecha racista, las redes lo meterán en esa cárcel ideológica: los filtros- y algoritmos – privilegiarán los comentarios de sus amigos a favor de los contenidos de sus amigos a favor de los racistas; le sugerirán en Facebook y Twitter que siga a usuarios con este tipo de opinión; Google le ofrecerá, en primer lugar, los medios y fuentes de esa ideología cuando busque cualquier término. Y el chaval creerá que solo existe ese mundo, mientras su vecino, si es de una ideología opuesta, terminará encerrado en otra jaula similar creada por las redes y las aplicaciones pero encorsetada en su ideario».

También las cadenas de mensajería masiva como Whatsapp, red idónea para la difusión de bulos, han resultado examinados, por el mismo Pascual Serrano, Boaventura da Sousa o Gustavo Bertoche Guimarães (entre otros) por el éxito en las elecciones brasileñas donde resultó vencedor Bolsonaro.

Asimismo podría centrarse la investigación en la rudeza orquestada e implicaciones de los mismos medios de comunicación, la divulgación cultural o incluso los programas televisivos «neutros», que también son ideológicos. Y lo mismo sucede con el docto e ilustrado engranaje académico, que no escapa del control y manejo de un registro preestablecido.

Quien adolece de calle, perspectiva y total desapetencia por una búsqueda exhaustiva de la verdad, o del funcionamiento social, puede quedarse exclusivamente con cualquiera de las perspectivas que prefiera. ¿Quizá con aquella de la que saque mayor rédito?

Pero es solamente a través de una visión holística que puede, por lo menos vislumbrarse la punta del iceberg.

La verdad, o su búsqueda en cuanto al proceder de la sociedad, ha sido maniatada por los siglos de los siglos por aquellos poderes que, por coerción y consenso, tienen establecido, y dominado, el total control hegemónico.

La cuestión que se pone en relieve y de manifiesto es el como y el cuando puede y debe articularse la confrontación, desde una perspectiva anticapitalista y de progreso, para inicialmente llegar a la multitud, la masa, ahora disgregada y atomizada, para a medio o largo plazo dar el definitivo asalto al poder estatal por parte de aquellos que de verdad sabemos estar sometidos.

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