¿Qué guerra es justa?

He conocido a otras personas que han vivido los estragos y sufrido los horrores de más contiendas. He tenido la oportunidad de relatar algunas de sus historias, y, cada vez que lo hacía, me formulaba la misma pregunta: ¿qué guerra es justa?

Por Jayro Sánchez | 1/03/2024

La tarde de anteayer utilicé uno de los escasos ratos libres de los que dispongo para leer una crónica de la periodista palestina Kholoud Faqawi. Se titula Voces desde los escombros, y, mientras la ojeaba, pude entender cuán inmensa es la valentía de los compañeros que permanecen en la Franja de Gaza para seguir narrando los crímenes que se cometen allí a diario con el consentimiento de ese gran «defensor de los derechos humanos» que es Occidente.

En dos semanas, se cumplirán 5 meses desde que los pueblos palestino e israelí reanudaron su particular masacre. Las llamas y el humo negro de la guerra vuelven a cubrir el cielo azul del Oriente Próximo, si es que alguna vez han dejado de hacerlo.

El pasado 7 de octubre, una serie de ataques perpetrados por varios grupos armados palestinos en territorio israelí causaron la muerte de 1.200 de sus ciudadanos. Según la organización Amnistía Internacional, la mayoría de los fallecidos eran civiles.

El anuncio de la venganza

Ese mismo día, el presidente de Israel, Benjamin Netanyahu, declaró la guerra a Hamás, la organización política que gobierna Gaza desde 2006, ya que su rama militar, representada por las Brigadas Ezzedin al Qassam, fue una de las principales responsables de la matanza.

«He ordenado una amplia movilización de las reservas y que devolvamos el fuego en una magnitud que el enemigo no ha conocido. Pagará un precio sin precedentes», afirmó en un vídeo en el que informaba por primera vez de la agresión a los ciudadanos israelíes.

Dos días más tarde, el portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), el contraalmirante Daniel Hagari, aseguró que «el énfasis» de las acciones que estas llevarían a cabo estaría «en el daño y no en la precisión». Es decir, los altos cargos políticos y militares del país ya estaban planeando una venganza, un castigo a aplicar sobre el conjunto del pueblo palestino, no sobre los terroristas que habían asesinado a sus compatriotas.

La cárcel a cielo abierto más grande de la tierra

Este lunes, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA, en sus siglas en inglés) cifraba a las víctimas de la vendetta israelí en 28.775. Un 70% de ellas lo formaban mujeres y niños. 68. 552 personas más habían resultado heridas.

Todas vivían encerradas desde hace años en el estrecho corredor de la Franja de Gaza, que el historiador Ilan Pappé ha descrito como uno de los lugares que conforman la cárcel a cielo abierto más grande de la tierra.

Como Faqawi manifiesta en su crónica, «Gaza ha sufrido intensos ataques aéreos del Ejército israelí». Los bombardeos no solo se han dirigido contra las instalaciones militares y los edificios controlados por Hamás. También han destruido oficinas, medios de comunicación, viviendas residenciales, hospitales…

Una cortina de humo

El 29 de diciembre, Sudáfrica presentó una demanda contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ, en sus siglas en español), acusando a sus dirigentes de cometer actos de genocidio contra el pueblo palestino.

El 26 de enero, los jueces que la componen emitieron un veredicto en el que pedían a este país que tomara medidas inmediatas para garantizar que su Ejército no violara la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio (1948) y para asegurar la llegada de más ayuda humanitaria a la población palestina. No obstante, no ordenaron la detención de los operativos militares israelíes.

Ese mismo día, Israel denunció que 12 empleados de la UNRWA habían participado en los ataques del 7 de octubre. El comisionado general de la organización, Philippe Lazzarini, decidió rescindir los contratos de esos individuos para proteger a la agencia y evitar que se pusieran frenos a su labor.

Aun así, varios países, entre los que se encuentran Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Países Bajos, Austria, Finlandia, Rumanía, Estonia, Letonia, Lituania, Japón y Austria, han decidido dejar de financiar a la UNRWA de forma temporal.

Israel no ha presentado pruebas que confirmen su relato sobre los trabajadores humanitarios, aunque ha conseguido distraer la atención de gran parte del mundo de los crímenes que está cometiendo en la Franja de Gaza. Y, además, va a cumplir su objetivo de hacer morir de inanición y por falta de tratamiento médico a sus «enemigos».

Impunidad

Los asaltos indiscriminados de las FDI han provocado el desplazamiento de casi 1,5 millones de personas a la ciudad de Rafah, en la frontera del territorio palestino con Egipto. La compañera Faqawi, que nació en Gaza y que residía allí junto a su familia hasta este mes de enero, ha sido una de las muchas personas que se han visto forzadas a abandonar su hogar para estar fuera del alcance de los bombarderos de Israel.

Desde que iniciaron su campaña, las tropas israelíes han asesinado a 158 trabajadores de la UNRWA con total impunidad. Y, según Reporteros Sin Fronteras, han acabado con las vidas de 84 periodistas palestinos en el mismo periodo.

Sin embargo, ayer, EE. UU. vetó por tercera vez en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (UNO, en sus siglas en inglés) una resolución para proclamar el alto el fuego en Gaza.

Mientras reúno todos estos datos, no puedo dejar de sentir un enorme respeto y una gran admiración por los reporteros encerrados en la Franja y por el trabajo que realizan.

Ellos son los que nos transmiten el verdadero valor de cada cifra. Los que nos cuentan cómo las bombas de los aviones y los proyectiles de los tanques reducen las casas a montones de cascotes. Los que nos dicen cuántas vidas han sido arruinadas y qué familias se han roto para siempre. Los que rescatan sus recuerdos de la eternidad del olvido, la ignorancia y la complacencia.

Defender la fragilidad de la vida

Hoy me he acordado de aquella frase que escribió el nobel José Saramago: «El único milagro que podemos hacer será seguir viviendo, defender la fragilidad de la vida día a día». Esa es la tarea que están afrontando nuestros compañeros sitiados en Gaza.

En su crónica, Faqawi explica que grandes áreas de la Franja han sido arrasadas. Aunque los pilotos israelíes «siguen persiguiendo lo que queda de los viejos árboles y las piedras. ¿Qué es la verdad? ¿Qué es la justicia?», se pregunta.

Yo no podría proporcionarle las respuestas que busca. Tengo casi 23 años. He crecido oyendo hablar de guerras buenas y justas mediante las que se buscaba «liberar» a pueblos esclavizados y «castigar» a sus malvados opresores.

Pero, mucho más tarde, descubrí la verdad sobre ellas en el Adiós a las armas de Ernest Hemingway. «Siempre me han confundido las palabras: sagrado, glorioso, sacrificio, y la expresión “en vano”. Las habíamos oído de pie, a veces, bajo la lluvia, casi más allá del alcance del oído, cuando solo nos llegaban las palabras gritadas. Las habíamos leído en las proclamas que los que pegaban carteles fijaban desde hacía mucho tiempo sobre otras proclamas».

«No había visto nada sagrado, y lo que llamaban glorioso no tenía gloria, y los sacrificios recordaban los mataderos de Chicago con la diferencia de que la carne solo servía para ser enterrada», escribió el autor en su novela, reviviendo el tiempo que pasó sirviendo en los cuerpos médicos del Ejército italiano durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

Indiferencia, sinónimo de culpabilidad

Siempre he tenido claro que quería ser periodista. Cuando tenía 15 años, un medio que ya no existe publicó mi primer artículo en su página web. En él, contaba la historia de Omran Daqneesh, un niño que, por un fugaz momento en la instantánea historia de la información contemporánea, se convirtió en el símbolo del conflicto civil que asola Siria desde 2011.

Con posterioridad, he conocido a otras personas que han vivido los estragos y sufrido los horrores de más contiendas. He tenido la oportunidad de relatar algunas de sus historias, y, cada vez que lo hacía, me formulaba la misma pregunta: ¿qué guerra es justa?

Porque sus verdaderas víctimas son siempre las personas más pobres, débiles e indefensas. Esas a las que el resto del mundo puede permitirse ignorar. Como el pueblo palestino, que es masacrado por los proyectiles y el hambre mientras los que podrían frenar su genocidio lo contemplan indiferentes en las pantallas de sus televisores.

Lo que estamos presenciando será recordado por la historia como una de las mayores catástrofes y atrocidades cuya comisión ha permitido la humanidad. Y nosotros avergonzaremos a nuestros descendientes por no hacer nada para impedirlo.

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