Artículo de Eduardo Ortiz
Psicólogo y delegado territorial para Galicia de la Fundación Internacional de Derechos Humanos
Hace unos días fueron las celebraciones del Día del Orgullo LGTBIQ+, sin embargo desde hace unos años escuchamos y leemos en medios de comunicación y redes sociales mensajes sobre la necesidad de la creación de una celebración homónima heterosexual. También nos encontramos con cuestionamientos del tipo “si ya todo está logrado, ¿para qué se sigue reivindicando?”. Estos mensajes circundantes me resultan llamativos, y también muy preocupantes.
La columna que escribí el mes pasado, “Orgullo, ¿de qué?”, la compartí en mis redes sociales con el objetivo de poder debatir entre los lectores y generar un ida y vuelta entre nosotros, admitiendo diferentes opiniones y abierto al debate. Sin embargo, numerosas personas realizaron varios comentarios alarmantes, cargados de una violencia que más que simbólica resultó literal. Por ejemplo: “¿Y darse por culo es motivo de orgullo?”. Otro: “Sé que a algunos disfrutan con los excrementos, así que les aprovechen” y finalmente, os dejo uno de mis favoritos: “Que asco, de gente, meteros en el armario, putos maricones”.
Ahora bien, podríamos pensar en un primer nivel de análisis que estos mensajes fueron escritos sin tapujos ninguno porque en gran medida las redes sociales, por sus características, lo permiten. Es decir, facilitan desdibujar aquellos filtros que sirven de barrera en situaciones sociales “de contacto real”. Pero en estos casos, la debilidad de los argumentos se recubre con el manto injusto del anonimato.
Pero, ¿creéis que la distancia entre el campo de las redes sociales y el ámbito público analógico es muy grande? Por mi experiencia os diría que no, no lo es. Este tipo de agresiones ocurren en forma cotidiana en el cara a cara, en la puerta de la casa, en el super, el trabajo, la calle, etc.
Como en toda observación social, debemos despegarnos del hecho particular, alejarnos del objeto de estudio para analizarlo en profundidad. Entonces, más allá de lo desagradable que puede resultar ser sujeto de estas agresiones, cabe preguntarse ¿por qué una persona llega a emitir un mensaje de este tipo? ¿Qué motivaciones y satisfacciones obtiene? ¿Por qué reproduce un discurso, como cuerpo y construcción social cargado de ideología, que fomenta la discriminación y la violencia?
La Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) define al discurso de odio como ”fomento, promoción o instigación (…) del odio, la humillación o el menosprecio de una persona o grupo de personas, así como el acoso, descrédito, difusión de estereotipos negativos, estigmatización o amenaza con respecto a dicha persona o grupo de personas y la justificación de esas manifestaciones por razones de “raza”, color, ascendencia, origen nacional o étnico, edad, discapacidad, lengua, religión o creencias, sexo, género, identidad de género, orientación sexual y otras características o condición personales”.
Pero entonces, ¿qué viene primero: el huevo o la gallina?
Por un lado, podríamos suponer que una persona al reproducir un discurso de odio se vuelve un simple elemento para su reproducción, es decir, que esas motivaciones son previas y no dejan a cada actor social más que como un mero sujeto pasivo ante la trazabilidad del discurso social. Entonces, ¿sólo somos meros reproductores? No, porque el rol de las instituciones, el Estado, los medios de comunicación, los comunicadores sociales y formadores de opinión (así como los activistas sociales) resultan claves para que se continúe reproduciendo o no. ¿Cómo operan los discursos de odio? Reforzando estructuras, estructuradas, estructurantes. Entonces, ¿qué podemos hacer? Tomar conciencia, ser empáticos y no segregar todo aquello que resulte diverso. Podemos detener la rueda de la reproducción del odio. Podemos y debemos hacerlo.
¿Qué es lo diverso? No hay una única definición porque hay un sinfín de discursos imperantes, por ejemplo, para numerosas instituciones religiosas lo diverso – acotémoslo a la homosexualidad- es aquello que va en contra del orden natural. Y ahí encontramos la clave del discurso que propone. Un análisis social nos revelará que no existe lo natural ya que el ser humano es un animal preponderantemente cultural. Entonces, ese discurso, que va perdiendo lentamente el carácter de hegemónico, define a las personas y busca que las mismas definan a sus iguales en base a conceptos netamente metafísicos de orden privado. En ese arquetipo de relatos y valores, aquella persona “antinatural” va en dirección contraria al resto de la sociedad y representa una amenaza. Allí comienza a aparecer el odio.
Podría uno entonces preguntarse sobre los límites de la libertad de expresión y pensamiento. Pues bien, estos finalizan cuando hieren y dañan la dignidad de otro ser humano. Por tanto, argumentar una libertad de expresión es una falacia. Ese argumento debe caer necesariamente porque no se puede permitir que en nombre de ella se lastime, discrimine, segregue y envíe a la periferia social a una persona sólo por no adecuarse a “lo natural”. Los discursos de odio y sus consecuencias en actos individuales y grupales, son una violación directa de los Derechos Humanos. En resumen, no se debe ser tolerante ante la intolerancia.
Es así que los discursos de odio y su reproducción, niegan el reconocimiento del otro como sujeto con igualdad de derechos, es decir, como ciudadano. Dificulta su acceso a derechos tan básicos como la salud, educación, trabajo, formar una familia, contraer matrimonio, y un largo etcétera.
De esta forma, podemos comenzar a desarmar el ovillo de Ariadnay comprender que el discurso de odio tiene gravísimas consecuencias para las personas en el plano civil y también, en el psicológico: la percepción que tienen de sí mismos, percepción de autoeficacia y por tanto, de sus capacidades para alcanzar objetivos vitales. A su vez, cierto tipo de manifestaciones del discurso de odio pueden llevar a ocasionar trastornos mentales relacionados con la ansiedad, el estado de ánimo o incluso llevar al suicidio, como son los casos de Ekai, Karla y Thalia.
Todo este proceso de generación, acumulación y reproducción del odio lleva a muchísimas personas a cometer actos de violencia y por tanto, delitos de odio.
Un informe publicado por el Ministerio del Interior en el 2017 muestra un aumento del 17.8% en los delitos de odio debido a orientación o identidad sexual. A su vez también señala un aumento del orden del 20% de las denuncias.
No olvidemos que una de las expresiones más recalcitrantes de los discursos de odio fue el nazismo, uno de los capítulos más siniestros de la historia de la humanidad que ha ocasionado graves consecuencias por varias generaciones.
¿Cómo ha razonado el Estado respecto de esta temática? El Estado en parte ha asumido su responsabilidad como reproductor y a través de normativas, pena con peso de ley algunas de esas expresiones o comportamientos. En esta senda, es donde encontraremos mayor amparo los individuos y la sociedad en su conjunto, en tanto y cuanto, el Estado tome conciencia de que puede y debe detener la proliferación del odio disfrazado de libertad de expresión.
Esto no sólo debe implicar a la operatividad de las fuerzas del orden para la vigilancia de la norma, ya que representa un nivel de prevención que actúa cuando ya se han sucedido las consecuencias del discurso de odio. En otras palabras, esta representación del Estado aparece ante las consecuencias pero no reacciona ante los causales.
Debemos ir más allá, a una prevención primaria, y ello implicaría necesariamente a la educación en todos sus niveles. Una formación pedagógica respecto de los valores y principios de los Derechos Humanos, la introducción del entendimiento intercultural como parte delcurrículoescolar deforma transversal. Esta intervención primaria debe ir a la raíz cultural de los discursos de odio, buscando promover la diversidad y el pluralismo como valores fundamentales para la construcción de la sociedad.
Además, resulta fundamental fortalecer la existencia de entes estatales que observen y vigilen el desarrollo de los discursos de odio en la sociedad, investigando y recolectando información que permita avanzar en su comprensión. Y sobre todo que actúen como intermediario para las denuncias de casos en los que se produzca delitos de esta índole.
En mayo del 2017 el grupo parlamentario Unidas Podemos del Congreso de los Diputados presentó un proyecto de ley que pretendía atajar entre otras cuestiones esta situación con respecto al colectivo LGTBIQ+. Lamentablemente la disolución anticipada de las Cortes y la falta de acuerdo con el PSOE impidió su aprobación. En este momento, sabemos de las intenciones por parte de la bancada socialista y del gobierno de crear una ley estatal, según declaraciones de Pilar Cancela del pasado 27 de junio. Esperemos que no se quede en una promesa efectista y electoralista y se convierta en una realidad concreta.
Para finalizar, me gustaría volver a los comentarios que recibí este último mes en las redes sociales y cito el último:“Orgullo de ser maricón,? Si eso en muchos países está condenado y en otros es una desgracia,, y dicen Orgullo,, yo es que flipo, !!”
Y sí, ORGULLO. Así con mayúsculas y a viva voz.
Orgullo de ser, de liberarnos cada día mas de esa carga que pretende que cumplamos ciertas expectativas de no sé quién. Orgullo de vivir, amar, de hacer crecer a este mundo, cualquiera que sea nuestra identidad, orientación y a quien sea que amemos.
Observo con preocupación la radicalización que existe cada vez más en nuestra sociedad. El auge de la ultraderecha, que no es que haya aparecido de repente, más bien nunca se fue, más bien es producto del síndrome “al fin alguien lo dijo”. Pero lo más preocupante son las consecuencias que este proceso está teniendo y su representación en discursos de odio que nuevamente comienzan a ganar terreno.
Se nos odia por el hecho de ser distintas, por no cumplir los patrones del heteropatriarcado, por no cumplir el modelo de aquello para lo que teóricamente fuimos creadas en esa sociedad organicista de la que no se han enterado que ya no vivimos, y de la cual definitivamente no queremos formar parte.
Pues flípelo mucho, no estamos aquí para cumplir sus expectativas de una sociedad triste y gris que perpetúe sus privilegios. Somos una sociedad diversa, de ciudadanas, ciudadanos y ciudadanes que buscan ser libres, felices, desarrollarse como personas con niveles de vida dignos y caminar hacia el futuro. Ese futuro que construyamos todas juntas, incluido usted.
Como dijo Antonio Gramsci: “El viejo mundo muere, el nuevo mundo tarda en aparecer y en este claroscuro surgen los monstruos”. Es nuestro deber aunar esfuerzos para que, con tolerancia, respeto y solidaridad todos y todas construyamos un proyecto alternativo de futuro que eche por tierra los monstruos de la violencia, la discriminación y la intolerancia. Solo así podremos construir una sociedad igualitaria.
El amor vence al odio.
Felicidades Eduardo Ortiz por tu trabajo y por tu postura.
Abrazo grande con mis mejores deseos,
Humberto Payno
https://www.humbertopayno.com/