Progresividad

Por Iria Bouzas

Soy una de esas personas a las que, en verano, su cerebro les funciona a ralentí, así que si se esperaban un artículo sobre teoría impositiva espero no haberles decepcionado mucho.

Supongo que el título de este artículo puede llevar a engaño, pero no he podido evitar titularlo así puesto que “progresividad” es la palabra que se me venía a la mente mientras estaba pensando en cómo habían cambiado las cosas en España a lo largo de las últimas décadas.

Tengo 41 años (años que por cierto se han pasado volando los muy cabrones) y últimamente no dejo de hacer comparaciones entre los últimos tiempos y la década de los 80. Son comparaciones que aparecen solas en mi cabeza de forma automática. Quizás son tan evidentes que no necesito hacer un ejercicio consciente, simplemente surgen.

Personalmente encuentro muchísimas similitudes entre ambas épocas, sobre todo en lo que se refiere la existencia de salarios bajos y contratos precarios. También encuentro parecidos en la inmensa tasa de desempleo y en las pocas esperanzas de futuro que pueden tener ahora mismo los más jóvenes por muy preparados que estén.

Por otro lado igual que en aquel momento, estamos viviendo un aumento muy alarmante en el número de personas que están en exclusión social o que corren el riesgo de encontrarse en esta situación en poco tiempo.

Hoy somos gran parte de las mujeres las que se abrazan para luchar juntas. Imaginen que mañana los que se unen son los desempleados, los dependientes sin ayudas, los jubilados, los desatendidos por la sanidad pública, los perjudicados por la corrupción…

Por desgracia, siento que existen multitud de similitudes entre la miseria en la que se encontraba una parte de la sociedad española a finales del Siglo XX y la miseria en la que se encuentra una parte de la sociedad a finales de la segunda década del Siglo XXI, pero también encuentro una diferencia que para mí resulta crucial para hacer un pronóstico de por dónde van a ir las cosas en los próximos años.

En los años 80 los españoles todavía creíamos en el proyecto que estábamos empezando a construir. Las acciones de la mayoría de los políticos estaban firmemente atadas a tres palabras presentes en la Constitución Española, “Estado de Bienestar”, palabras que el pueblo, tras muchos años de sufrimiento, se había tomado totalmente en serio.

Las cosas estaban mal pero a casi ningún político se le ocurría que podría mantenerse ni cinco minutos en el poder si no anunciaba y ponía en marcha una mejora social tras otra. Por aquel entonces aún se entendía al Estado como elemento de cohesión social y corrección de la desigualdad.

Yo, niña en aquel momento, estudiaba en el colegio los profundos cambios que se estaban llevando a cabo en nuestra sociedad y creía en el prometedor futuro que nos auguraban para los que seríamos adultos con el cambio de siglo.

Progresivamente han ido deshaciendo todo aquello. Impunidad tras impunidad, muchos de los políticos patrios han aprendido que tienen carta blanca para hacer lo que consideren con el poder que todos le hemos otorgado y que ni siquiera están obligados a ocultar al pueblo sus desmanes, simplemente deben alejarse lo suficiente de la Justicia para poder seguir campando por sus respetos.

Progresivamente nos han minado como sociedad. Nos han bombardeado con falacias neoliberales que nos han ido convirtiendo en individuos aislados y débiles que nos transforman en sujetos agotados y vulnerables de los que se puede abusar a placer. Todos esos mensajes que nos han convencido de que somos los únicos responsables de nuestras vidas nos han convertido también en los únicos culpables de nuestras desgracias y por ello el sistema puede permitirse abandonarnos a ellas sin el menor atisbo de culpabilidad por dejarnos tirados cuando no tenemos los recursos suficientes para hacerles frente.

Ese entorno en el que llevamos décadas viviendo, lleno de imágenes falsas de personas sanas, guapas, permanentemente felices y sin preocupaciones ha sido fuertemente alentado por aquellos que necesitaban anularnos como los seres imperfectos que en realidad somos, lazándonos en la búsqueda imposible para alcanzar una perfección que nos proteja de todo mal.

En los años 80 los españoles todavía creíamos en el proyecto que estábamos empezando a construir. Las acciones de la mayoría de los políticos estaban firmemente atadas a tres palabras presentes en la Constitución Española, “Estado de Bienestar”, palabras que el pueblo, tras muchos años de sufrimiento, se había tomado totalmente en serio.

Nada mejor que una sociedad que rechaza al diferente cuando el diferente somos todos, para poder así convertirnos a cada uno de nosotros en un paria sin la autoestima suficiente para buscar el consuelo o el apoyo de los demás.

Progresivamente nos han ido alejando los unos de los otros y lo han hecho porque ellos, igual que yo, vivieron un tiempo en el que las familias se apoyaban, los amigos se unían, los trabajadores se agrupaban, y los perfectos desconocidos se transformaban en grupos que exigían en la misma dirección, y eso, les produce verdadero terror. La solidaridad y el consuelo fraterno pueden ser más peligrosos de lo que parece a priori. Recordemos que dos personas que se abrazan son dos personas que se unen, y esa unión puede ir provocando más y más adhesiones. La unión es el enemigo para quienes quieren apoderarse de lo que no les pertenece.

Progresivamente hemos aceptado nuestra situación como la única posible y parece que finalmente, la mayoría nos hemos resignado.

Es conocida mi militancia feminista. El feminismo cada vez provoca reacciones más furibundas en contra y es un fenómeno interesante que me reafirma en mi sensación de que no es la reivindicación de los derechos de las mujeres lo que está poniendo nerviosos a muchos. Es la unión de las mujeres en un ambiente de igualdad y sororidad, lo que les resulta intolerable.

Hoy somos gran parte de las mujeres las que se abrazan para luchar juntas. Imaginen que mañana los que se unen son los desempleados, los dependientes sin ayudas, los jubilados, los desatendidos por la sanidad pública, los perjudicados por la corrupción…

Solo por un segundo, imaginen en qué situación pondría eso a aquellos que progresivamente se han ido quedando con lo que es nuestro.

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