El 15 de septiembre, en Vigo, se presentó el libro de relatos «Trazos de Sombra», de nuestra compañera Sol Gómez Arteaga. Un acto organizado por NR, y presentado por el periodista Javier Rodríguez, al que le puso música la cantante Isamil9, autora del disco-libro «Me sobra el corazón»
Por Sol Gómez Arteaga
El cartel de esta presentación pone Trazos de sombra, seguido de la aclaración “relatos sobre Salud Mental”. Esto no es casual. Me forme como Trabajadora Social, y simultaneé este trabajo con la escritura.
La profesión de Trabajo Social se desarrolla en múltiples campos, pero su objeto es apoyar a personas vulnerables o en peligro de exclusión social mediante la orientación de recursos sociales, la gestión y la coordinación. Llevo treinta años trabajando en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, los últimos diez en Salud Mental -seis en la Unidad de Agudos de Psiquiatría, cuatro en el Centro de Salud Mental de Moratalaz-.
En el plano de la escritura me formé en talleres de escritura desde el año 1999, en los que aprendí algo de técnica y eso tan importante que es disciplina. Los talleres son un espacio que recomiendo encarecidamente, pues permiten compartir y poner en común con otras personas que asisten a los mismos, semana a semana, el trabajo que uno va haciendo en solitario.
Aunque no vivo de la escritura, ésta no supone un mero hobby o pasatiempo sino mi forma más genuina de estar en el mundo. Escribo para sacar a la luz realidades invisibilizadas del pasado, de ahí mis relatos relacionados con la Memoria Histórica con la que por razones familiares me siento vinculada, pero también del presente. El trabajo en la Unidad de Agudos de psiquiatría me permitió escribir la mayor parte de los Trazos de sombra.
Dicha Unidad es un eslabón más de la atención psiquiátrica, pero no el único. Está integrada en los hospitales generales. En ella se atiende a pacientes que están en crisis, descompensados, cuando los síntomas están, podríamos decir, a flor de piel. El paciente permanece ingresado unos días, semanas, a veces meses, hasta su estabilización y retorno a la comunidad. Pero no siempre fue así. La reforma psiquiátrica en España se inicia en el año 1985 y supone el pasó de un modelo de hospitalización crónica para el paciente psiquiátrico -hablamos de los antiguos manicomios como el de Conxo, muy cerca de aquí-, hasta entonces sin aspiración rehabilitadora, a un modelo comunitario e inclusivo, centrado en las aspiraciones y recursos personales/potencialidades de cada paciente.
Trazos de sombra
Trazos de sombra lo constituyen cuarenta relatos relacionados con los desórdenes de la mente y el sufrimiento psíquico que esos desórdenes provocan en quienes los padecen. A través de las historias anónimas que se cuentan en el libro, en las que se mezclan elementos de la realidad y la ficción, hago un recorrido por distintas patologías mentales sin nombrarlas, sin etiquetar, sin cosificar. No me interesa como se llama lo que les pasa a los protagonistas de las historias, el DSM, CIE-10, clasificaciones de diagnósticos en EEUU y la OMS, respectivamente, sino cómo se sienten por dentro. Como dijo Irene Vallejo hablando de discapacidad cuando se trata con personas resulta sumamente injusto que éstas queden reducidas a un simple diagnóstico.
Trazos de sombra son cuarenta relatos, pero son también cuarenta citas y cuarenta fotografías del artista leonés Óscar García Bárcena, que además de aportar un plus de calidad al libro funcionan como puertas de entrada a cada una de las historias que se cuentan. En mi opinión, son relatos para ser leídos despacio, de uno en uno. Recomiendo abrir el libro por una página cualquiera y empezar a leer.
En el año 2017, cuando llevaba cuatro años trabajando en la Unidad de Agudos, me hice un planin de los temas que creía que estaba en condiciones de tratar. Se lo presenté a Eloísa Otero, cofundadora de la revista cultural leonesa Tam Tam Press y le hice la propuesta de publicar un relato al mes. Ella buscó al artista Óscar García Bárcena e iniciamos una aventura que va desde febrero de 2017 con el relato Atrincherada y concluye en septiembre de 2019 con el relato Claudicación. En la publicación en digital salen treinta relatos. Sin embargo, me propuse dar un paso más y publicarles en un libro. Es cuando les planteó a los editores de Marciano Sonoro, Cristina Pimentel y Jesús Palmero con quienes ya había trabajado antes, su edición que tiene lugar en diciembre de 2021. En la misma aparecen diez relatos más. Son textos más corregidos respecto a la publicación digital.
Aunque como digo en los textos generalmente no se nombra el diagnóstico, a lo largo del libro, desfilan: el delirio de persecución; el delirio de filiación; las alucinaciones auditivas; el trastorno bipolar o enfermedad maniaco depresiva; el trastorno alimentario; el trastorno del espectro autista; el trastorno de personalidad; el trastorno obsesivo compulsivo; el síndrome de Diógenes; el síndrome de Down; la pérdida de memoria; el parkinson; la adicción al alcohol y esa otra dependencia más moderna que es la dependencia a redes, cuyas consecuencias aún no hemos podido calibrar; la ideación autolítica; la violencia de género que no es enfermedad pero que también he querido abordar; la celotipia o delirio de celos; hay una tipología de enfermos llamados tumbaos que un día se metieron en la cama y ya no se levantaron más. Este fenómeno en Japón recibe el nombre de hikikomori y se ha acrecentado durante la pandemia; la discapacidad sensorial; la psicopatía; la dismorfofobia; la soledad o aislamiento extremos que son detonantes de comportamientos locos, extraños, chiflados, arriesgados, peligrosos… De este calibre son: Señorita corazón solitario, Amado pulpo, Compañía y Castillos de arena. Hay dos relatos de un tiempo pandémico que son: Una ventana y Pura realidad. Hay relatos también muy disparatados que son un guiño a la propia locura, porque con la locura es importante conciliarse y una forma de conciliarse es a través del humor: El hombre sin sombra, El hombre que tocaba las esculturas, De dinosaurios y elefantes son relatos de este calibre.
Todos los relatos tienen como denominador común el sufrimiento psíquico de la persona aquejada por un problema mental, y no solo de la persona sino también de la familia, que es quien más conoce la enfermedad y la sostiene y soporta como puede.
Para contar estas historias he intentado meterme en la piel de los protagonistas de las mismas. He usado en la mayoría de los relatos el narrador equisciente, esto es, un narrador externo pegado al protagonista que sabe lo mismo que éste. Pero hay también en algunos relatos un narrador en primera persona, un narrador en segunda persona, un narrador testigo. A veces algún relato está construido mediante un elenco de voces, como es el caso de Hermanos de leche; a través del monólogo interior en Aniversario; modo diario en Diario adolescente; usando el género epistolar en Carta al rey. Es frecuente que los pacientes ingresados pidan escribir cartas dirigidas a los profesionales, jueces, embajadas, abogados…
Los relatos transcurren en escenarios variados: la ciudad, el campo, la unidad de agudos, la playa en el caso de Amado pulpo, incluso hay uno, Un árbol, que tiene como escenario dicho elemento, y que además de ser un homenaje a ese fabuloso libro El barón rampante, de Italo Calvino, fue un caso real.
Transitan a lo largo de los Trazos de sombra niños, adolescentes, adultos, ancianas más que ancianos. En concreto hay veinticuatro relatos en los que los protagonistas son mujeres frente a quince en los que son hombres. En Castillos de arena los protagonistas son un hombre y una mujer.
Decía una profesora de escritura creativa, Magdalena Tirado, que el escritor solo podía contar desde una esquina, pues pretender contar la realidad global era una quimera. Yo cuento desde la esquina privilegiada que me ha permitido el hecho de trabajar en el campo de la Salud Mental. Pero no lo hago desde el conocimiento científico. Mi esquina es el lugar de la observación, de la escucha atenta, de la empatía, del esfuerzo por comprender, del compromiso, del acompañamiento, de la espera, a veces.
Objetivos de Trazos de sombra
Visibilizar realidades invisibilizadas, desconocidas, a veces estigmatizadas. Se define el estigma como la creencia negativa hacia el distinto que nos produce miedo, animadversión, rechazo. El estigma es un concepto cultural que se erradica desde el conocimiento, la aceptación, la normalización. Tendríamos que ver las enfermedades psíquicas lo mismo que se ven las físicas – un problema de corazón, un asma -, y la prensa debería tratar estos temas con rigor científico no exento de sensibilidad en las páginas de salud, no en las de sucesos.
Hay una delgada línea que separa salud de enfermedad que cualquiera de nosotros en cualquier momento podemos traspasar. Lo normal y lo patológico se rozan. ¿Quién no se ha obsesionado con algo? ¿Quién no ha pensado que le tienen manía, le vigilan o le quieren perjudicar? ¿Quién no se ha sentido triste o eufórico? El Dr. Melendo, en la presentación que se hizo en Madrid, el 17.12.2021, en la casa de León, hablaba de que en la lectura de este libro podemos ver espejados a vecinos, a amigos, a conocidos, a familiares, incluso algunos aspectos de nosotros mismos.
Cuento para comprender y entender mejor otras realidades psíquicas, y al tiempo que yo las comprendo que las entienda y comprenda también el lector. No es un libro de autoayuda, no busca soluciones, sino que nos genera interrogantes.
Cuento por necesidad personal, para liberarme, como desahogo, como válvula de escape. Recuerdo un día que en una sesión clínica se habló de una de esas historias terribles relacionadas con la amnesia psicógena que padecía una mujer tras una práctica sadomasoquista. Esa historia me escocía, no podía dejar de darle vueltas, así que lo único que podía hacer era ponerla en el libro. De ahí salió el relato Adelfa. Como diría la filósofa Hannah Arendt: Las penas son menos si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas.
Escribo para abrir debate con una cierta dimensión o perspectiva social. Creo que en la enfermedad mental hay una parte biológica, química, pero también una parte social. Así como es la sociedad en la que vivimos, una sociedad en crisis, inestable, que excluye a determinados colectivos sociales, en guerras permanentes, con mucha información cambiante, pero con cada vez menos comunicación directa, real, entre nosotros, sin expectativas y esperanzas para los más jóvenes, así somos los individuos que la formamos.
También hay una intención literaria, artística, para acercar desde la narrativa los problemas de Salud Mental al mundo no estrictamente profesional o clínico. Con estos relatos he intentado tender un puente entre lo que pasa en un intramundo que por motivos de trabajo he llegado a conocer un poco, y el mundo exterior.
Trazos de sombra está escrito para todo aquel que se quiere acercar a este tema de los desórdenes de la mente que, por otro lado, a raíz de la pandemia, ha suscitado un enorme interés social. Los enfermos mentales igual no están peor – muchas veces ellos viven permanentemente aquejados de peligros -, pero lo que parece una realidad es que las demandas de Salud Mental a partir del año 2020 han aumentado, de forma especial en la población más joven, también posiblemente la más sensible, vulnerable.
También quiero reseñar que no todo lo que se consulta en los Centros de Salud Mental recibe el diagnóstico de trastorno mental. Hay muchos malestares de la vida cotidiana – desesperanza, cansancio, estrés, soledad, conflictos laborales, conflictos paterno-filiales, duelos, separaciones, temas como la emigración-, que no son trastornos mentales y que demandan atención e incluso medicación. Hay una patologización de los malestares de la vida cotidiana. Hemos normalizado tomar café con Lormetazepam y en este punto rescato las palabras que muchas veces le he oído decir al Dr. Melendo: Los psiquiatras acabaremos atendiendo los pecados capitales.
Isamil9 nos va a leer un relato inspirado en un caso real, que pretende ser un homenaje a una generación que lo dio todo, no solo la vida. Hijos de aquellos que todavía esperan en las cunetas de nuestro país y a los que todavía cantamos sentados sobre los muertos, como dice el poema de Miguel Hernández.
5.231
Es el mal de estos tiempos, los locos guían a los ciegos.
‘El rey Lear’. Shakespeare
Al oír cantar en la sala de al lado a los niños del colegio de San Ildefonso el 34.956 -veinte mil eeeeeuros-, por un momento, Juana, te quedas extasiada, absorta tal vez en el recuerdo fugaz de otros niños y otras navidades, pero al instante lo olvidas para repetir, como en una letanía, que no eres pobre hasta que no llegas a viejo. Yo te digo que no, que no es verdad, no al menos en tu caso, mientras te muestro la carta que acaba de llegar con la noticia que durante muchos días llevamos esperando.
También tienes el 73.889 -cincuenta mil eeeeeuros-, que con voz angelical canta ahora un chaval menudo, aunque en tu monedero no tengas ni para una bolsa de pipas y en la cartilla un saldo deudor de menos cinco euros, pues tu hijo, autorizado en la cuenta, te dejó sin blanca. ¿Mi Juan? Preguntas abriendo los ojos como platos y en la boca suspendida la duda. Sí, tú Juan, pero no te desesperes ni pases mal rato, ya que a partir de ahora no vas a necesitar más el dinero.
Tampoco importa que no tengas casa donde ir después de que la tuya se quemara por dejar el infiernillo encendido junto a un paño de cocina, ni se cae el mundo porque tengas que pasar unos días más encerrada entre todos estos locos que, pese a su mala fama, son sin duda la mejor de las compañías… Ellos son los que te cantan estos días a golpe de palmas el “A Belén pastores”, te regalan postales-mandala con forma de abeto y tu nombre dentro, te señalan la calle desde la ventana enrejada cuando te angustias y no sabes dónde estás y crees que estás muy lejos, -¿lejos de dónde, Juana, lejos tal vez de ti misma?-… Además, en Nochevieja, las enfermeras te servirán una cena especial que en casa, ni en sueños, ibas a encontrar, habida cuenta de que has olvidado hasta los ingredientes de las gachas de pan, tan sencillas.
2.816 -sesenta mil eeeeeuros-, cantan ahora los niños del colegio de San Ildefonso, y te echas a reír cuando te digo que tienes todas las papeletas, ¿Yooooo?, preguntas poniendo énfasis en la o y en la boca suspendido el asombro. “Sí, Juana, tú”. “Pero si nunca juego”. “Este año sí”. “Ahhhh”, dices, y bajando la voz, casi en un susurro, añades: “Es que sabes, hija, a veces se me va la perinola, ya no valgo la tripa un cigarro”. Me quedo cuajada ante tu instante de lucidez, luego reímos: “No te preocupes, Juana, nos pasa a todos”, te digo a sabiendas de que miento, pues el test bastante simple del doctor Durán dio un deterioro cognitivo de libro. Estaba presente en la entrevista cuando te preguntó: “A ver, Juana, di casa, perro, coche”, y tú “Casa perro coche, qué cosas me dice doctor”. “Ahora cuenta del revés empezando por cien” y tú “Pues cien, noventa y nueve, noventa y ocho”, “Ahora los nombres del principio”, y tú cara de sorpresa mayúscula, “¿los nombres del principio, qué nombres del principio?”.
En cambio, tu pasado remoto permanece preservado, eso también lo pone el informe, como si lo hubieras guardado todos estos años en una cajita de tesoros. Por eso me cuentas una y otra vez, cambiando el orden cronológico de los acontecimientos, a los que yo trato de encontrar un orden lógico, que heredaste el oficio de modista de tu madre, que allá donde iba llevaba consigo una máquina de coser portátil, y que a tu padre, Juanillo Picardías, le fusilaron en las tapias del cementerio de Úbeda a los dos meses de que empezara la guerra, por derrochar alegría y por saber leer. “Ya ve usté, señorita”, añades bajito, modo confidencia, la boca hecha un piñón, “qué daño puede hacer tocar la guitarra y leer Mundo Obrero, como se llamaba el periódico que se estilaba entonces…”.
Un círculo cerrado como un búnker es tu cabeza, una cabeza que no permite, tal vez a posta, que seas consciente de lo sola que estás, que te previene de la cruda realidad, del desamparo. Y no es mala cosa, no creas, para lo que hay que recordar a veces.
Pero hoy, Juana, alégrate, como se alegran ahora los chicos de la sala de al lado que al oír el 5.231 -cuatrocientos mil eeeeeeuros-, contagiados de la algarabía de la tele, dan saltos de alegría… pues por fin, después de meses encerrada en un psiquiátrico -ya sé que no era el sitio, pero a ver dónde ibas a ir-, te han concedido la residencia que llevábamos esperando, y dentro de dos semanas, como si los Reyes Magos hubieran atendido nuestros deseos, ingresas en la residencia “El Buen Retiro”.
Y baila como si fueras joven, grita como si estuvieras sola en el mundo, da saltos de alegría como si fueras millonaria, pues hoy el gordo de la lotería, el número de la suerte, te ha tocado a ti.
Se el primero en comentar