Por Ana Mosquera
En 1960, Xosé Velo, un revolucionario gallego tomó el mando, junto con otros compañeros gallegos y portugueses, de un barco cargado de emigrantes, el Santa María, para denunciar las dictaduras de Franco y Salazar. Su acción de propaganda resultó eficaz, pues bastantes años después en las aldeas de Galicia aún se recordaba esta acción y, a pesar de la propaganda franquista, lo ocurrido en el Santa María, rebautizado en esa travesía como “Santa Liberdade”, siempre fue contado como una aventura positiva.
Hoy en día no es preciso hacerse con el control de un barco de pasajeros para que una noticia circule de boca en boca. Gracias a las redes sociales y a los móviles, podemos hacer llegar nuestra información si actuamos de forma inteligente. Los teléfonos móviles podrían llegar a ser como ya los ha afirmado algún periodista las “nuevas kalashnikov del pueblo”. Cada persona tiene una cámara para grabar y medios para transmitir en segundos al extranjero cualquier acto de brutalidad, como ya ocurrió durante el golpe de Estado de Bolivia, y esto tiende a limitar sin duda las acciones violentas de los golpistas.
Pero cuando hablamos de Venezuela nuestro trabajo de información tiene además que atravesar una serie de barreras y prejuicios que van más allá de la desinformación y los tópicos.
En primer lugar, hay que tener en cuenta la relación casi colonial de Venezuela con Estados Unidos. Venezuela es un ejemplo para el resto de los países de Latinoamérica y así se demostró en los últimos veinte años.
Se busca que Venezuela siga vendiendo petróleo en crudo, y otras materias primas a buen precio y siga siendo dependiente en todo lo demás.
En la época de los petrodólares, años setenta, las élites venezolanas ya habían decidio que su producción industrial estaría ubicada en el Puerto de la Guaira, es decir, que se limitarían a comprar productos terminados y a vender petróleo.
Carlos Andrés Pérez, en 1974 en una campaña muy vistosa con toda Caracas llena de enormes pancartas, “nacionalizó” el petróleo que hasta ese año era propiedad de las multinacionales norteamericanas. Pero esa nacionalización lo fue en realidad de los gastos de producción, que pasaron a ser asumidos por el Estado venezolano, manteniendo las empresas norteamericanas las ganancias.
En segundo lugar, la actual revolución le devolvió la dignidad al pueblo. Hoy el pueblo soporta muchas penurias por causa del bloqueo, pero muchos también recuerdan los años en que no existían oficialmente porque no se les reconocía la condición de ciudadanos. Circunstancia que nunca se menciona en los medios cuando hablan de Venezuela.
Desde la época de Carlos Andrés Pérez, e incluso desde antes, había barrios enteros de Caracas que, a pesar de ocupar una gran superficie, no figuraban en las cartografías de la ciudad. Barrios que se venían abajo en la estación de lluvias con sus casitas, entonces de latas y cartón, hoy de ladrillo. Cuando los habitantes de los cerros quedaban sepultados bajo los aludes de tierra, las víctimas no se computaban como muertos, simplemente porque oficialmente no estaban vivos. Barrios que no desaparecían porque no estaban en el mapa.
Recuerdo estar presente en un pueblo, Güiria, en Oriente, cuando se produjo una amenaza de maremoto, causada por la explosión de un volcán en una isla próxima. Durante toda la noche un vehículo con megafonía mantuvo a los vecinos alerta por si hubiese que evacuar el pueblo. Pero a la mañana siguiente mis padres me llevaron a la playa, a unos pocos km y preguntaron en los poblados de chozas al lado del mar como habían pasado la noche. Nadie había acudido a avisarles de que corrían peligro. Ellos tampoco habrían muerto, ni habrían desaparecido, porque probablemente tampoco estaban en el mapa.
Que estas personas pasasen a ser considerados ciudadanos de pleno derecho es una de las claves de que se mantenga el apoyo popular al proceso venezolano. La explicación más didáctica me la ofreció sin desearlo, en el año 2001, un emigrante gallego: “Chávez -me dijo- es un dictador. Gana las elecciones solo porque le votan los de los ranchitos”. Es su forma de entender la democracia.
Este emigrante no comprendía que “los de los ranchitos”, léase, los habitantes de los barrios humildes, que acababan de ganar el derecho al voto al ser legalizados y censados, eran mayoría en el país.
Estas personas pasan penurias y sufren por el bloqueo pero se acuerdan de cuando “no existían”. Muchas de ellas vieron un médico por primera vez en su vida cuando Chávez llegó al poder. Gracias a las misiones de escolarización la Unesco declaró a Venezuela libre de analfabetismo. La misión vivienda entregó tres millones de viviendas en un país de 30 millones de habitantes.
La oposición no democrática, Leopoldo López Mendoza y su corte de Madrid, no comprenden que estas personas pueden estar descontentas en temas puntuales, pero que no permitirán una marcha atrás, a la época que esa derecha considera su tiempo de gloria. Algunos de estos descontentos pudieron haber votado a la oposición en las anteriores elecciones a la Asamblea Nacional, pero en el momento en que esta oposición mostró su cara los más dudosos se volvieron atrás, igual a lo que ocurrió en Bolivia.
El pecado original del chavismo es dar la voz a los humildes. Al tener acceso a la educación se le están abriendo puertas de poder a clases sociales que hasta hace veinte años no eran tenidas en cuenta.
En tercer lugar y puesto que escribimos desde el Estado español no es imposible negar la amalgama de intereses económicos en el país venezolano. Intereses en su momento capitaneados por Felipe González y el Grupo Prisa, amigo íntimo del empresario Cisneros y de Carlos Andrés Pérez. Cisneros se vio premiado en 1984 con la venta a precio de saldo de Galerías Preciados, por parte del Gobierno de González por 1.000 millones de pesetas. En 1987 Cisneros vendió la empresa a la firma británica Mountleigh por más de treinta veces su precio de compra.
Estas turbias relaciones económicas en las que participa el grupo PRISA, en la actualidad en manos de un fondo de inversión norteamericano, explican la extraña obsesión de algunos dirigentes, de la vieja guardia del PSOE con el Gobierno de Venezuela, llegando al extremo de desautorizar a su observador internacional en el país, José Luís Rodríguez Zapatero.
A esto sumamos la obsesión de la derecha con Venezuela en sus campañas de propaganda, aprovechando la presencia indiscutidamente negativa en los medios tradicionales. Como es sabido en el madrileño barrio de Salamanca está asentada una colonia de “venezolanos-miameños” con mucho dinero para repartir y para comprar influencias. Uno de ellos es el propio padre de Leopoldo López, actual diputado europeo por el PP y nombrado coordinador de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo.
Estas elecciones venezolanas no serán reconocidas por Estados Unidos, ni por sus aliados. Estos solo las aceptarían si tuviesen la certeza de que las va a perder el chavismo. Buscan elecciones a la carta, en el momento y condiciones que les interesen, con indiferencia de la legalidad venezolana.
Interesa que no se resuelva el conflicto de la Asamblea Nacional saliente, buscan una pequeña grieta jurídica para justificar el masivo bloqueo económico y financiero, y también el expolio de la empresa Citgo, o la expropiación de dinero del Estado venezolano, llevados a cabo desde los Estados Unidos con la complicidad Juan Guaidó y la excusa de la Asamblea Nacional.
A Leopoldo López y su Corte de Madrid, no le importan Venezuela ni el pueblo venezolano.
Por la contra si existe una derecha en Venezuela que cuando piensa en instaurar un modelo liberal, piensa en su país. Esa derecha concurre a las elecciones. Demasiado fragmentada, pero concurre.
La derecha violenta y golpista sin embargo, que ahora se ha instalado en Madrid, no acudirá, porque en realidad no mira a Venezuela, ni le importan los venezolanos, busca recuperar los antiguos privilegios y la enorme desigualdad de la cuarta república. Olvidan que el pueblo tiene memoria, que pueden presionar, que se puede retroceder un tiempo, pero la historia no camina hacia atrás.
*Ana Mosquera es la Presidenta de la Agrupación Xose Velo, constituida como Asociación gallega para la solidaridad con América Latina. Esta Agrupación tiene entre sus fines contrastar la información de los medios “oficiales”.
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