Por mucho menos que treinta piezas de plata

la mascarada del reformismo es de nuevo utilizada por la burguesía española como una forma de mantener el control y aplacar las demandas sociales más radicales en un contexto político en el que la implosión de la pax americana se hace ciertamente evidente

Por Dani Seixo

Comencemos esta pequeña pieza dejando claro que no pretendo menospreciar la importancia de finalizar la importante conexión por autovía entre Santiago-Lugo, ni desdeño los pactos en materia de protección social, las negociaciones vinculadas con el fin del desquite españolista contra los líderes del procés catalán o cualquier otro acuerdo que logre mejorar la vida de la clase trabajadora y se pueda poner sobre la mesa con un Partido socialista Español capaz de prometer el cielo, con tal de garantizarse otros cuatro años de reinado en el purgatorio de la mal llamada democracia burguesa.

Si bien reconozco que todos estos acuerdos tiene cierto potencial a la hora de lograr ejercer un efecto directo sobre la vida de miles de personas, como puede ser la consecución de una mayor regulación laboral, la ampliación de la cobertura social de amplias masas de pertenecientes a la clase trabajadora o la mejoría temporal de las condiciones de vida de parte de la población debido a la renovación o implantación de infraestructuras básicas. Resultaría sumamente cándido por mi parte no alertar acerca de la imposibilidad de lograr garantizar la más mínima mejoría real y estructural para la clase trabajadora del estado español en medio de una crisis sistémica que hace que la burguesía española precise de reestructuraciones todavía más sangrantes de cara a lograr garantizarse en el ámbito local el trozo del pastel de las tasas de ganancia que hoy le han sido vetadas en la desmedida disputa de un tablero global sumamente cambiante y competitivo.

En resumen: la mascarada del reformismo es de nuevo utilizada por la burguesía española como una forma de mantener el control y aplacar las demandas sociales más radicales en un contexto político en el que la implosión de la pax americana se hace ciertamente evidente.

Y es que seamos claros, los acuerdos de investidura entre dirigencias, los pactos entre formaciones socialdemócratas o socioliberales y las fotos con pomposas firmas entre políticos profesionales, cuyos compromisos acostumbran a ser tan volátiles como cualquier otro acontecimiento inserto en una sociedad desde hace mucho tiempo acostumbrada a primar el golpe de efecto frente a la reflexión pausada, suponen a día de hoy escasa o nula garantía de cambio en aras de un mayor compromiso con políticas que garanticen una senda firme de transformación social.

Décadas de reformas dentro del sistema capitalista y políticas ejercidas a espaldas del trabajador en los despachos de los gobiernos europeos, finalmente han terminado soterrando el potencial revolucionario del proletariado del viejo continente, cooptando e integrando al mismo en un macabro juego desarrollado, sin escapatoria aparente, en el interior mismo de la bestia. Bajo la ficción de que las medidas y los pactos sociales de mínimos son capaces de mejorar las condiciones de vida de los trabajadores o incluso lograr transformaciones profundas en sus condiciones de vida, hoy la zángana democracia burguesa abraza lentamente a la proletaria rana en un baño de agua tibia, que sin piedad dibuja el cruel destino de nuestra clase social. Eso es precisamente el reformismo, la vana ilusión de que se pueden cambiar las estructuras sociales y económicas existentes mediante la participación electoral o la protesta pacífica.

Y únicamente bajo el asfixiante manto de esta nefasta ensoñación uno puede llegar mínimamente a explicar la narcolepsia que ha llevado a gran parte del proletariado del estado español a aceptar como adecuados, inevitables o incluso satisfactorios, los acuerdos destinados a facilitar un gobierno del PSOE. Una formación política que mientras escribo estas líneas, sigue catalogando a la resistencia palestina como terrorista y prestando apoyo directo a los esfuerzos bélicos sionistas en la consumación de un genocidio sin precedentes por lo evidente, cercano y profundamente cínico que lo hace la posibilidad de contemplar en tiempo real el asesinato sin contemplaciones de miles de hombres y mujeres no combatientes, ancianos y niños.

El colaboracionismo con la crueldad de nuestras propias burguesías, cimentado mediante un sistema aparentemente democrático, realmente diseñado para proteger los intereses de la clase dominante y perpetuar la explotación de la clase trabajadora, ha logrado perpetuar de tal forma la aparente imposibilidad de cualquier tipo de ejercicio revolucionario de insurrección o toma del poder de un modo ajeno al marco electoral, que incluso en un claro contexto de vehemente avance del fascismo, cimentación de las tácticas de represión y control social, crisis económica y ampliación sin medida del belicismo de un imperialismo en franca huída hacia delante, la farsa electoral sigue dibujando en nuestras sociedades un marco capaz de legitimar el sistema existente y brindar la ilusión de participación y representación política. Mientras que en realidad, la toma de decisiones fundamentales, el control sobre la economía y los medios de producción e incluso la capacidad de decidir entre la vida o la muerte de todo un pueblo, sigue únicamente en manos de la burguesía blanca.

Incapaces de navegar estas contradicciones de forma sincera y coherente y ni mucho menos de lograr establecer una hegemonía cultural y política propia, las formaciones socialdemócratas en el estado español, anteponen hoy tramos de carretera, rebajas fiscales y otras falsas promesas de diversa índole a la mera decencia humana y el más mínimo compromiso internacionalista exigible a quienes aparentemente pretenden eliminar la explotación inherente al sistema capitalista. Hoy todas las formaciones de nuestro arco parlamentario, abandonan a su suerte al pueblo palestino por mucho menos que treinta piezas de plata.

Al centrarse en cambios cosméticos dentro del sistema existente sin abordar la construcción de una nueva cultura política y la conquista del poder real, una nueva generación de políticos muy alejados de la altura moral e intelectual que resultaría precisa en los tiempos que estamos viviendo, deciden de motu proprio manchar sus manos de sangre palestina por un puñado de inútiles votos, a la espera de que cuando vayan a buscarlos, no haya nadie más que pueda protestar.

Mientras tanto, muchos otros seguiremos apuntando a la raíz del problema, conscientes de que sin vías alternativas de escape para los viejos poderes coloniales, la suerte de los pueblos trabajadores del Sur global se encuentra irremediablemente encadenada a nuestra propia suerte. Su resistencia, su sufrimiento, su rebeldía, debiera ser por tanto irremediablemente la nuestra.

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