Por Javier DG
Es invierno en Moria.
El termómetro bajo cero
arropa
con áspera suavidad
a niños y mayores en Lesbos.
Acaricia su rostro
dejando la piel tersa
y suave. Quebrada por dentro.
Es invierno en Samos.
Grecia amanece
llena de pijamas de cartón
decorados
con dibujos de hombre araña,
tendidos a secar
entre grises telarañas.
Unos críos
posan junto a un muñeco
con virtual relleno
de arena blanca.
Es invierno
en Vasilika y Oreokastro.
Es invierno.
Lo sé,
porque cada rama vacía
de cada árbol seco
espera la primavera.
Lo sé
por el alimento seco
y las mentiras de un mercado
que solo lanza huesos.
Lo sé
porque en la frontera de Europa,
en la Europa fraternal,
la población sufre
de un corazón helado
hasta el extremo.
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