Por Victor Chamizo
Era el silencio, golpeando duramente en la memoria,
las horas de espera. Las toses desgarradas de los compañeros,
el recuerdo imborrable de los muertos
la lenta agonía del tiempo,
los minutos, detenidos, en todas las esferas
de todos los relojes.
Era eso. La eternidad encerrada en unos pocos metros.
La resignación de los otros,
la valentía y el coraje de unos pocos
rugiendo desde las entrañas “La Internacional”,
“¡Viva la República!”,
antes de que un estallido de fusiles,
como un golpe solo,
dejase luego,
un silencio y un tiro seco,
expandiéndose por todos los compartimentos,
por el interior ensortijado del cerebro.
Era eso. Eran los llantos de las madres, de los hijos, de los hermanos,
de todos los presos.
Era eso. Era la sangre roja y negra estampada sobre un muro blanco.
Una noche de muertos sin entierro.
Era eso.
Era la fría madrugada en que los hombres volvían a su encierro.
Los muertos hacinados en un agujero.
Los que esperaban su suerte, de nuevo a sus pensamientos.
Era eso.
Y ahora quieren que siga escondido, podrido, en el tiempo.
Fotografía de J. G. Hinchado
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