Ya no estoy aquí.
Aunque aparezca mi reflejo
quien retrocede no es mi yo.
Quien vuelve sobre sus pasos
no es mi orgullo. Es el llanto
del camino desandado y sucio.
Miro desde el balcón.
La Ventosa calle queda inerte.
Villacís revolotea sobre Galileo
y junto a Almeida, hacen fotos,
pisotean, ríen a pierna suelta.
En la bajeza de sus gestos
se hace grande
la destructiva venganza
camuflada de azul, verde,
y el prepotente naranja.
Se abren la caverna y el abismo.
Un nuevo aire amargo y pesado
colapsa el viejo viento del centro.
Miro hacia abajo.
Oscuridad hastiada de sonido.
Lo público, enjaulada mercancía
y el arte, comercialismo extremo.
Me coloco frente al espejo.
Está empañado. Ya no veo mi reflejo.
Ya no respiro bien aquí.
Han cerrado el cielo limpio.
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