No consigo recordar en qué momento
ignoramos el sigiloso vuelo de unas nubes
empujadas por el viento.
¿Cuánto tiempo necesitamos
para entender la distancia que nos separa
del final de una línea para nadie infinita?
Deberíamos guardar en el bolsillo
unos segundos y observar
el vértigo que produce caminar
sobre esta línea discontinua.
Urge romper las cadenas de una inmediatez
que lo esconde todo
y nos impide distinguir con calma
olores, sonidos, colores, matices…
Paso firme sobre suelo tecnológico,
nos dicen.
Y de repente, un mal nos despierta
y deja el horizonte limpio.
Manantial diluido entre los dedos.
Mutación de peces en seres urbanos.
Frágil exaltación de uno mismo.
Pulmones llenos
para acceder al fondo del mar
o caminar descalzos sobre el hielo.
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