El poder de las palabras

Por Sara Curto Domeque

En el proceso de aprendizaje que se desarrolla desde que nacemos hasta que morimos, las palabras nos llegan como estímulos sociales que presentan poderes contrapuestos teniendo una gran repercusión sobre nuestras actitudes y conductas: sobre nuestra educación. Tienen la fuerza de ayudar a las personas a autorealizarse incrementando su motivación y autoestima, pero también pueden ser un arma destructiva que ponga barreras hacia nuestro desarrollo personal.

Un fenómeno muy interesante a favor del poder que la sociedad tiene sobre nuestra conducta es el efecto Pigmalión, acuñado por Rosenthal en 1965, nos muestra cómo las expectativas sociales correlacionan directamente con nuestro rendimiento. Esta teoría fue estudiada en el aula, donde a un profesor se le creaban unas expectativas altas o bajas sobre el rendimiento de su alumnado, e inconscientemente trataba mejor aquellas alumnas de las que tenía mejores expectativas, con un discurso más positivo y otorgándole más oportunidades a demostrar su conocimiento. Y estas alumnas conseguían mejores cualificaciones, cumpliéndose de este modo la autoprofecía. Si tu empleas un discurso positivo ayudas a que las personas incrementen su motivación, y puedan conseguir sus objetivos, favoreciendo de esta forma su desarrollo personal.

No esta bien visto que los hombres muestren facetas débiles, vulnerables y sentimentales porque se pondría en cuestión el rol que nuestro sistema patriarcal ha designado al geńero masculino

Relacionado con el efecto Pigmalión existe la asociación que se ha dado a lo largo de la historia, de  la mujer con el sexo débil, y del hombre con el sexo fuerte. Esta teoría tan arraigada en nuestra cultura es reflejada en mensajes sociales cuando desafiamos los roles de género que nos han sido impuestos. Todas hemos tenido que oír frases como: «no llores como una niña», «no sea mariquita», «no te pongas eso que pareces un hombre», «mejor juega con las muñecas y no con los camiones», “ el color azul para el niño y el color rosa para la niña”, y la lectura común de todas ellas es que las mujeres somos débiles, vulnerables y sentimentales.

Sin embargo, no esta bien visto que los hombres muestren estas facetas, porque en el fondo todas sabemos que son considerados rasgos negativos de la personalidad, y además se pondría en cuestión el rol que nuestro sistema patriarcal ha designado al geńero masculino. Trabajo con niñas/os y constantemente oigo este discurso de padres a hijas/os, que lo único que consiguen es  reforzar  esta profecía generacionalmente y obstaculizar el pleno desarrollo del niña/o causándole una gran frustración y ansiedad por no poder ser ellas/os mismas/os.

Sobre esta teoría, que nos hace diferentes a mujeres y hombres, hay que preguntarse, ¿cuánto se debe a la predisposición innata y cuánto se debe a la educación?, es decir, el comportamiento ¿se hereda o se crea?. Todos los seres humanos desarrollamos plasticidad neuronal, lo cual conlleva que las conexiones neuronales se van adaptando en función de nuestras necesidades ambientales, pudiendo nuestros propios pensamientos internos reordenar nuestras neuronas. Por ello, es la interacción entorno-cerebro quien consolida nuestra conducta. Esto quiere decir que los roles de género que consideramos «normales» los hemos aprendido socialmente, no es que nosotras tengamos una predisposición innata e inmutable a ser más débiles, sentimentales o empáticas que los hombres, el problema se encuentra en nuestra sociedad machista que nos ha asignado este rol y, por ello, muchas veces cuando las mujeres o los hombres desafiamos estos roles se nos da un toque de atención con mensajes como los anteriormente mencionados.

Como personas tenemos el derecho de expresar libremente nuestras actitudes y conductas. Y tenemos la fuerza de desafiar y acabar con estos estereotipos de género impuestos por el patriarcado

Tenemos que concienciarnos del poder que tienen nuestras palabras, ya que todas las personas interiorizamos los mensajes sociales, ya sea de forma consciente o inconsciente, y que muchas veces nuestro discurso puede estar generando ansiedad o poniendo límites al desarrollo de otras personas. No podemos basarnos en los roles sociales para determinar lo que debe hacer un hombre y lo que debe de hacer una mujer. No son innatos. Como personas tenemos el derecho de expresar libremente nuestras actitudes y conductas. Y tenemos la fuerza de desafiar y acabar con estos estereotipos de género impuestos por el patriarcado.

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