Se cumplen 75 años de la anexión forzosa de Baluchistán por parte de Pakistán, ocho meses después de declarar su independencia en agosto de 1947.
Por Karlos Zurutuza | IPS Inter Press Service
Hamburgo, Alemania – Geólogos de todo el mundo la describen como la región más parecida a Marte sobre la Tierra. Se trate de violentas tormentas de arena o del hielo encontrado en su superficie, llegan más noticias del planeta rojo que de Baluchistán.
“No entiendo cómo un territorio dividido por las fronteras de Irán, Pakistán y Afganistán es tan desconocido para el resto del mundo; no me viene a la mente un pueblo que reciba tan poca atención como los baluches”, explica a IPS Martin Axmann.
Este doctor en Ciencias Políticas y autor de uno de los libros recientes más referenciales sobre la cuestión baluche –Back to the Future (Volver al futuro, Oxford, 2008)- apunta a un estratégico territorio del tamaño de Francia que esconde enormes reservas de oro, gas y uranio.
Axmann fue uno de los ponentes en una conferencia organizada por el Movimiento para un Baluchistán Libre -una organización política con un proyecto ”secular y democrático”- cuando se cumplen 75 años de la anexión forzosa de Baluchistán por parte de Pakistán, ocho meses después de declarar su independencia en agosto de 1947.
Hoy es su provincia más despoblada, la que tiene las tasas más altas de analfabetismo y mortalidad infantil y la más castigada por la violencia. También la más hermética.
“Simplemente no se habla de ello. Y si Baluchistán no está en el ojo mediático de Pakistán, tampoco llegara al exterior ya que la mayoría de los medios occidentales se nutren de las agencias de prensa”: Ahmed Rashid.
Este especialista de nacionalidad alemana no habría podido acceder a la zona de haber sido periodista. Los pocos que lo han intentado han sido expulsados del país y vetados.
Así le sucedió a Carlotta Gal, corresponsal de The New York Times cuando fue brutalmente golpeada en Quetta –la capital provincial, a 900 kilómetros al sureste de Islamabad- en 2006 por un grupo de hombres que se identificaron como “miembros de una sección especial de la policía pakistaní”.
Le dijeron que no tenía permiso para estar en Quetta.
Tras nueve años como corresponsal en Islamabad para The Guardian y The New York Times, Declan Walsh fue expulsado del país en 2013 por “actividades indeseables”. Había escrito un artículo sobre los desaparecidos baluches en Pakistán.
Ante ese cortafuegos contra los medios extranjeros, la responsabilidad de informar recae exclusivamente sobre los periodistas locales. Así lo cuenta Ahmed Rashid, periodista y reconocido escritor pakistaní.
“Los informadores sobre el terreno sufren constantes amenazas de los servicios secretos paquistaníes, de los movimientos baluches y de los grupos sectarios. A menudo, nunca llegamos a saber quién está detrás muchos de los ataques”, explica Rashid a IPS, vía telefónica, desde su residencia en la ciudad paquistaní de Lahore
Ante este escenario, Rashid asegura que muchos de sus colegas optan por la “autocensura”.
“Simplemente no se habla de ello. Y si Baluchistán no está en el ojo mediático de Pakistán, tampoco llegara al exterior ya que la mayoría de los medios occidentales se nutren de las agencias de prensa”, puntualiza.
En su último informe sobre la libertad de prensa en el mundo, Reporteros Sin Fronteras (RSF) sitúa a Pakistán en el puesto 157, describiéndolo como “uno de los países más peligrosos del mundo para los periodistas”.
El Sindicato de Periodistas de Baluchistán apunta a más de 40 periodistas muertos en Baluchistán entre explosiones de bombas y asesinatos selectivos, algunos de ellos cometidos fuera del país.
En abril de 2020 se encontró el cuerpo sin vida de Sajid Hussain Baloch en un río a las afueras de la ciudad sueca de Uppsala. RSF apuntó entonces a la posibilidad de que fuera obra de las agencias pakistaníes.
Ocho meses más tarde se rescató de las aguas del lago de Ontario, en Canadá, el cadáver de Karima Baloch, una activista y defensora de los derechos humanos. La BBC, la cadena pública británica, llegó a incluir en su lista de “las 100 mujeres más inspiradoras e influyentes” de 2016.
Desde la “zona cero”
“Cuando eres periodista en Baluchistán son las agencias de seguridad las que te contactan directamente: te llaman por teléfono, te abordan cuando cubres una rueda de prensa, o una protesta en la calle…”.
Así comienza el relato de Ahmad, un periodista baluche en el exilio que prefiere no dar ni su nombre completo ni su país de residencia a IPS para evitar represalias a su familia en su localidad de origen.
“Una de las historias más sensibles es la de las desapariciones forzosas. A los ojos de las agencias, el simple hecho de hablar con sus familiares significa que trabajas contra el Estado”, subraya el baluche por videoconferencia.
Tan solo en 2022, Amnistía Internacional denunció más de 2000 casos en Pakistán, un fenómeno que la organización humanitaria califica como “frecuente” en la provincia de Baluchistán.
Ahmad recuerda lo complicado que era cubrir noticias sobre Baluchistán, y también aquella llamada de teléfono mientras cubría la historia de un colega asesinado.
“Sabemos quién eres y quiénes son tus hermanos. También que tienes dos hijos, a qué colegio van… ¿Quieres que sigan con vida?”, le dijeron. Tras aquello, el baluche descubrió que le seguían. Pocos días después, fue atropellado cuando iba en moto a la redacción.
“Tuve suerte de salir ileso y de que hubiera mucha gente alrededor. El coche dio media vuelta y se fue”, recuerda el periodista, que acabaría abandonando el país.
Fueron las mismas amenazas que empujaron al exilio Kiyya Baloch, un reconocido periodista baluche con numerosas publicaciones en The Guardian, The Telegraph o la BBC.
“Aquella presión acabó afectando a mi familia. No podían quitarse de la cabeza que podía ser asesinado en cualquier momento”, explica a IPS, vía telefónica, este reportero que prefiere no revelar sus coordenadas actuales.
“Las amenazas han llegado hasta aquí”, se disculpa, antes de apuntar a otras medidas de coacción.
“El gobierno también presiona a los medios para que no te contraten o seas despedido; te ahogan económicamente hasta cortarte las alas como periodista hasta que, finalmente, acabas abandonando el país”, matiza Baloch.
Escuchar los canales de radio de la BBC y la Voz de América en casa desde muy niña fue lo que despertó la vocación de Zeynap. “Es un nombre al azar”, dice.
Habla desde la “zona cero”, y de una posición “mucho más frágil” que la de sus colegas hombres, por lo que pide no ser identificada.
“Compartimos con ellos el miedo a la vigilancia del Estado, pero luego están esas barreras culturales a las que solo nosotras nos enfrentamos”, explica la reportera a IPS, vía telefónica.
Un ejemplo, continúa, es la percepción que se tiene de las mujeres en esas protestas en las que los hombres son mayoría.
“Quieres hacer tu trabajo, pero, al mismo tiempo, quieres respetar la cultura local así que acabas dependiendo de tus fuentes. Aunque estés cerca del lugar de los hechos, acabas llamando por teléfono a otros en vez de ir tú misma”, explica.
Zeynap apunta a temas “humanos” más allá de los puramente políticos. “¿Sabías que aquí más de la mitad de las niñas no van a la escuela? Pocos temas se me antojan más importantes que ese”, subraya.
¿Cómo conseguir que esa y otras historias de Baluchistán lleguen al resto del mundo?
La reportera recuerda el veto sobre las oenegés internacionales, y tampoco ve un cambio a corto plazo en las políticas del gobierno de Islamabad hacia los periodistas.
“La comunidad internacional y las organizaciones de derechos humanos tendrán que intervenir en algún momento”, dice la periodista. “No veo otra solución”, sentencia.
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