Periodismo y precariedad, inmolarse o resistir

La revolución no será televisada y hoy no existen periodistas de izquierda en sus pantallas. Si así lo consideran, recuerden de nuevo las palabras de Antonio Maestre asegurando que nunca se inmolaría mordiendo la mano que le da de comer.

Por Dani Seixo

“El periodismo es libre o es una farsa.”

Rodolfo Walsh

Cerca de un 35% de la población del estado español asegura evitar las noticias cuando le resulta posible. Bien sea debido a que los informativos los deprimen, los enojan o simplemente porque no los consideran mínimamente fiables, sino un mero espacio para el entretenimiento y el consumo, sin reflejo alguno con la realidad material, el porcentaje de personas que deciden abstraerse de la profesión periodística parece aumentar irremediablemente con el paso de los años.

Llegados a este punto, en estas líneas podríamos alertar al lector acerca que de los peligros que para una sociedad democrática supone el hecho de sustituir la información periodística por la jungla de noticias sin contrastar, los bulos y la mera propaganda volcada en las redes sociales y en portales de internet de dudoso origen e intereses. Podríamos hacer gala de un fanatismo corporativista con la profesión y escribir párrafo a párrafo, un alegato sentimentaloide y totalmente engañoso acerca del derecho a una información veraz, la defensa de la pluralidad y directamente tras ese amarillista alegato, enlazar sin miramientos una cuenta de PayPal en la que ustedes podrían contribuir a sufragar la pluma y la cesta de la compra del que aquí escribe. Podríamos hacerlo y sin lugar a dudas esto conllevaría un debate profundo acerca de la moralidad del que aquí escribe, la profesionalidad de nuestro medio y nuestra verdadera responsabilidad en lo que a todas luces sería un gran engaño.

Alarmar a la población acerca de los peligros de buscar sus propias fuentes de información en medio de una jungla capitalista en la que el espectáculo y los márgenes de beneficio hace mucho tiempo soterraron bajo toneladas de sensacionalismo y pura propaganda los más mínimos restos de cualquier ética periodística, sería más un acto sumamente egoísta y narcisista que un llamado a la prudencia o un gesto de responsabilidad colectiva. Cuando en nuestra parrilla de televisión Eduardo Inda puede aparecer con apenas horas de diferencia engañando a su audiencia acerca del fichaje de Kylian Mbappé por el Real Madrid o la supuesta e inexistente relación económica de la formación política Podemos con el gobierno iraní o la Revolución Bolivariana de Venezuela, únicamente por intereses comerciales o políticos que nada tienen que ver con la verdad o el periodismo, el menor de los problemas para el conjunto de la población es el de tener que dedicar un tiempo extra a la hora de bucear y contrastar fuentes de información alternativas. Si realmente buscan la verdad, sin duda alguna comiencen ustedes por expulsar a los mercaderes del templo de la información.

No olvidemos que pese a los continuos informes y advertencias de las autoridades europeas acerca del peligro que el creciente aumento de la concentración mediática en el estado español supone para la libertad de prensa y el derecho a la información, el aplastante cortijo de la burguesía en materia mediática, parece avanzar de forma imparable, llegando a controlar en apenas seis grandes grupos mediáticos el 80% de las audiencias de televisión y radio del país, cuya “línea editorial” depende únicamente de cuatro consejos de administración.

Los dos grandes conglomerados privados, Mediaset y Atresmedia, tienen la capacidad de decidir la información que el 58% de la audiencia española recibe en sus hogares cada día, obteniendo por ello el 89% de los ingresos por publicidad de la televisión en formato abierto. Por tanto, debemos reparar en que la tentación de observar la información como un mero producto y al espectador como un simple consumidor, transformando de esta forma al periodismo en un lucrativo negocio en el que las diferentes empresas tienen la última palabra mediante la inversión en publicidad y su participación en el accionariado de los conglomerados mediáticos, parece evidente. La ética, la profesionalidad y los más mínimos principios del Código deontológico del periodista, quedan soterrados en el reino del cinismo.

En un sistema capitalista, regido con mano de hierro por los márgenes de las tasas de ganancia y la creciente acumulación de poder, la competencia es despiadada y la moral escasa. Mientras espacios de poder burgués como el Grupo Planeta, Telefónica, el Grupo Prisa o la Iglesia Católica acumulan benéficos económicos y políticos traficando con la información y manipulando hasta la saciedad la realidad social, miles de trabajadores, miles de profesionales de la información se ven abocados a un mercado laboral cainita, precario y francamente suicida para cualquier persona íntegra o comprometida con el deseo de cimentar un cambio social que repercuta en el bienestar y la justicia colectiva.

El aumento del cierre de medios de comunicación, la creciente presencia de los expedientes de regulación de empleo como realidad cotidiana en el sector, los recortes extremos en las plantillas, la dependencia de las subvenciones y el beneplácito institucional, siempre terreno abonado para el caciquismo, la aplastante realidad del colaborador y el freelance como método de uberización de la profesión, la insultante falta de medios, los raquíticos sueldos, incluso en las zonas de conflicto armado y la creciente foxnewrización de los contenidos, elaborados cada vez en mayor medida con materiales robados a los propios espectadores y emitidos sin contexto o verificación alguna, han dejado al periodista al pie de los caballos. Arrojado a la precariedad como norma y la sumisión y manipulación como última esperanza para conseguir un mínimo de estabilidad dentro de la profesión. Hoy el periodismo español tan solo es lugar para mercenarios, el periodista integro, el militante o el soñador, carecen de posibilidades para sobrevivir en un mundo que en el mejor de los casos les es ya ajeno y en la mayoría de ellos se les presenta hostil.

Por todo ello, he de reconocer que no me sorprende ni lo más mínimo las palabras de Antonio Maestre reconociendo en el programa de radio “Carne Cruda”, dirigido por Javier Gallego, que a la hora de informar acerca de las corruptelas y oscuras tramas políticas en las que se encontraba inmerso su jefe, el periodista, presentador y directivo de televisión español, Antonio García Ferreras, decidió no inmolarse y pasar de puntillas sobre el asunto, evitando con ello un despido que podía afectar significativamente a su carrera y con ello al nivel de vida y consumo al que el todavía periodista de La Sexta debe estar habituado.

No es sorprendente que el mismo periodista que únicamente abandonó un cortijo tan reaccionario como “El programa de Ana Rosa” una vez dejó de ser útil para la manipulación mediática matinal de Telecinco o que ha compartido espacio con Inda o Marhuenda cada sábado noche haciendo de la información política un show deleznable y sumamente alienante, decidiese a su vez abandonar un medio independiente como La Marea y aferrarse a La Sexta para evitar la precariedad y el frío de la coherencia de clase en el mundo capitalista. Lo que sin embargo sí resulta sorprendente e incluso insultante, es que para algunos de ustedes, personajes como este sigan suponiendo un ejemplo, un referente o incluso un líder en la trinchera contra el sistema capitalista y sus nocivos efectos para el conjunto de la clase obrera. Resultaría en realidad un fenómeno con difícil explicación si no atendiésemos a que quienes manejan los hilos de esta marioneta periodísitica controlan el 80% de la información y los mensajes que ustedes reciben, estableciendo con ello el rol de cada personaje en este sainete trágico en el que se ha transformado nuestra existencia:

El fascista recalcitrante que con sus salidas de tono y exabruptos deja al sádico ultraliberal en buen lugar, el comunista trasnochado que únicamente grita incongruencias populistas a la sionista independentista, haciendo con ello del marxismo y la defensa del derecho de autodeterminación una burda caricatura en horario de máxima audiencia, el joven político radical que en su papel de tertuliano terminará renunciando a la revolución y compartiendo vecindario con los directivos de la cadena, el periodista izquierdista que es capaz de negar que Stepán Bandera fuese un colaborador del nazismo y aplaude al régimen de Zelenski con el Guernica de Picasso tatuado en su brazo, el siempre presente ex falangista transformado en político campechano nunca muy alejado de la patronal correspondiente, la presentadora que cuenta las horas para ser desechada en su profesión poco después de verse obligada a renunciar también al amor de Leonardo DiCaprio, el experto en volcanes, pandemias y geopolítica, todo ello concentrado en la misma persona…

Cientos son los papeles presentes en una eterna obra en la que siempre ha carecido de espacio la voz y el sentir real de la clase trabajadora. La revolución no será televisada y hoy no existen periodistas de izquierda en sus pantallas. Si así lo consideran, recuerden de nuevo las palabras de Antonio Maestre asegurando que nunca se inmolaría mordiendo la mano que le da de comer. Quizás esa sea la única verdad absoluta que hayan escuchado de la boca del periodista y documentalista español.

En su campaña contra los CDR, cuando coqueteaba con la gestión de Feijóo, cada vez que señaló a Venezuela, Rusia o Siria como regímenes indeseables, en su papel en las intrigas políticas del parlamentarismo del estado español o en los numerosos silencios que nunca conoceremos. En cada una de esas ocasiones Antonio Maestre corroboró inconscientemente las acertadas palabras del ensayista y novelista ecuatoriano, Juan Montalvo, reproducidas posteriormente por el expresidente de Ecuador, Rafael Correa, en un popular incidente con la periodista Ana Pastor: Desde que se inventó la imprenta, la ‘libertad de prensa’ es la voluntad del dueño de la imprenta.

Y quizás la decisión de aceptar el chantaje, el abrazar la oferta del sistema, sea comprensible para algunos de ustedes, quizás no todos podamos ser o exigir a otros que sean tan coherentes e íntegros como Julian Assange, como Pepe ReiJosé Félix Azurmendi y tantos otros que en la profesión periodística, la militancia política, cultural o en sus entornos de trabajo, decidieron dar un paso al frente e inmolarse por unos ideales, complicando sumamente con esa decisión sus vidas. Renunciando a la tranquilidad profesional, la comodidad de un sueldo seguro a final de mes y la capacidad de consumo propia de quienes deciden huir de los márgenes y la pelea continua contra el sistema. Quizás no podamos seguir sobreviviendo a base de héroes y personas que sacrifican sus proyectos vitales por una causa común. Quizás no, pero sin duda alguna no necesitamos a más mercenarios, arribistas y meros oportunistas que dicen querer salvar nuestra causa, cuando simplemente pretenden lucrarse con ella. A ellos, nunca los hemos necesitado.

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