Perdimos tu mirada entre las dunas, Lawrence

La cosa es que hay algunos que, aparte de durar más en el ring, propinan mejores golpes.

Por Juan Doporto | 16/11/2023

Seguramente para cuando esto se haya publicado, se hayan dado un par de sucesos simultáneos que casan muy bien con la corriente creativa actual: la llegada de The Killer de David Fincher a Netflix, y la publicación del celebradísimo Random Access MemoriesDrumless Edition, de Daft Punk.

Si hablo hoy de esto es porque el hype nos está aniquilando de todas las formas que cree oportunas. Un día te despiertas, lees acerca de las últimas novedades que rodean a la macroindustria del cine -que acostumbra, de forma sarcástica, a golpearnos con el puño de la megalomanía más irascible– y decides que hoy el objeto de tu rito mañanero de éxtasis cinematográfico será el de la contemplación de tu propia imagen, sentado en una butaca de tu cine de confianza (si es que queda alguno), observando asombrado la última genialidad de tu director fetiche. En términos hollywoodienses, me apropiaré en este caso de las figuras de Scorsese y el ya mencionado Fincher, por ser las más cercanas en el tiempo, pero podría centrar el discurso en Ridley Scott, que estrena en un futuro cercano, o en James Cameron, que lo hizo el año pasado, con su arrogante, pedregoso y masivo proyecto-complejo vitamínico para personas con adicción a los sobreestímulos de apps como TikTok, también llamado Avatar 2.

Si enlazo a Daft Punk con estos dos, podría establecerse una relación errónea de conceptos o ideas, como el inmenso talento que tienen, o han llegado a tener. Y es que en estos casos, de tamaña incomodidad para mí, por tener que plasmar mis cavilaciones de una vez por todas, siempre me gusta volver a aquella parte de Trainspotting en la que Sick Boy le comenta a Renton su teoría de la vida, en la que deja claro que hay un momento en que las estrellas poseen ese brillo efervescente, intenso, gracias al cual sellan su nombre en esa avenida de Los Ángeles que lleva su nombre, pero, debido a factores tan ignominiosos como el tiempo, dejan de tenerlo.

La cosa es que hay algunos que, aparte de durar más en el ring, propinan mejores golpes. No voy a ocultar mi predilección por Scorsese sobre Fincher, porque creo que quedaría pedante y no es lo que pretendo, pero es que cuanto más pienso en la mirada de cada uno, más me cuesta no poner la mirilla en el coloradino. Porque cuanto más pienso en lo que intenta transmitir Martin, y por más que no acabe de salirle del todo, más evidente se me hace su sinceridad. De ti, David, no puedo decir lo mismo. A una persona que defiende modelos tan nocivos para el público como lo es el de Netflix, no se le puede llamar otra cosa que no sea cínico. Cínico o mentiroso, porque la bala espiritual que carga su pistola es la salvación del cine, algo de lo que Scorsese se enorgullece de corazón, y acto que hace valer con el World Cinema Project.

Está claro que Netflix es su gran valedor, no por nada los defiende a capa y espada, ya que proyectos como Mank o la última, The Killer, no hubieran visto la luz si la gran N roja no estuviera respaldándolo con ingentes cantidades de dinero.

Pero, ¿ha merecido la pena?

La cuestión es que, con el paso de los años, se ha convertido en una especie de rehén, víctima del síndrome de Estocolmo que supone regodearse en su propia pataleta.

The Killer está bien. Cumple, pero es una de tantas supuestas superproducciones que se ahogan por culpa de un medio que, realmente, no está hecho para dar rienda suelta a la locura absoluta y totalitaria del brainstorming de alguien que se presupone, es un genio contemporáneo. Lo veo, en esta última película, perdido, amodorrado en un vago intento de darle forma a un ser humano totalmente normal – a excepción del hecho, obviable, de ser un sicario – una aureola de carisma envenenado, para completar su hagiografía personal.

Pese a que tiene escenas muy disfrutables, dignas de un híbrido entre Misión: Imposible y Los Soprano, no puedo llegar a adorarla o idolatrarla, aunque hablo con total franqueza cuando digo que me gustaría, porque de haberla pillado hace tiempo, seguramente se hubiera situado entre mis favoritas. Su problema es la época que le ha tocado vivir. Quién sabe, igual de no haber existido jamás Tyler Durden; o de haberse estrenado antes que Se7en en un cineclub de mala muerte de Nueva York, The Killer se situaría en el podio fincheriano que todos conocemos (o no).

Al fin y al cabo, al director y a Daft Punk los une el haber tomado una decisión más que cuestionable, que decidirá el devenir de la segunda parte de sus ya maduradas carreras, aunque persista esa pequeña gran diferencia de que los DJs lo hicieran por voluntad propia, y el americano porque no le quedaba de otra si quería ver nacer sus proyectos.

Filmes grises, proyectos mal pasteurizados y almas en pena, es todo lo que vislumbro en Hollywood a día de hoy, con alguna que otra excepción, claro está.

¿Cuándo perdimos tus ojos, Lawrence de Arabia? ¿Cuándo nos los arrebataron, y los cambiaron por la fría mirada de un asesino?

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