El presidente outsider empieza su mandato frente a un establishment atemorizado dispuesto a reventar su presidencia.
Perú vive en una constante crisis institucional desde las elecciones de 2016, cuando la victoria del presidente Pedro Pablo Kuczynski desencadenó intensos conflictos con un Congreso liderado por Keiko Fujimori. La crisis se intensificó con el escándalo de corrupción que llevó a la renuncia de Kuczynski en marzo de 2018. En septiembre del año siguiente, su sucesor, Martín Vizcarra, disolvió el Congreso, que a su vez suspendió al presidente por un año por “incapacidad temporal”.
Los meses siguientes estuvieron marcados por la falta de gobernanza. Para diversos sectores de la población, la vacancia de Vizcarra simbolizó el abuso de poder por parte de los parlamentarios, un reclamo atenuado por la crisis social y económica desencadenada por la pandemia de Covid-19. Cuando el Congreso designó a Manuel Merino como presidente interino en 10 de noviembre de 2020, los peruanos tomaron las calles de diversas ciudades para protestar contra el “Congreso usurpador”. Como resultado, Merino duró cinco días en el cargo, y fue reemplazado por Francisco Sagasti.
Finalmente, en abril de 2021, los peruanos acudieron a las urnas con la tarea de elegir al que sería el sexto presidente de Perú en cinco años. Los comicios estuvieron marcados por la polarización y descontento de la población con el status quo. El profesor y candidato outsider de una izquierda rural Pedro Castillo ganó la primera vuelta con un escaso 19% de los votos. Él disputó la segunda vuelta en junio contra Keiko Fujimori, candidata muy escorada a la derecha, que conquistó un escuálido 13% de los votos. La fragmentación de los bloques tradicionales hizo que fueran los extremos los que pasarán a segunda vuelta.
Después de un mes convulso en que Fujimori denunció fraude, la victoria de Castillo fue confirmada en julio. Profesor rural y provinciano, sin ninguna experiencia previa de gobierno ni alianzas políticas fuertes, Castillo empezó su mandato presidencial sin ser del todo consciente de los formidables obstáculos a los que se enfrentaría, con una clase política dividida y muy corrupta, un establishment atemorizado dispuesto a reventar su presidencia, unos pactos muy difíciles para legislar en el Congreso, y una agenda urgente en muchos frentes.
Castillo acentúa la inestabilidad de Perú
En sus primeros seis meses en la presidencia, Castillo ha nombrado hasta cuatro gabinetes diferentes, lo que hace del suyo el “peor arranque” de un gobierno electo en décadas. La más reciente remodelación de su gabinete se dio ahora en febrero, cuando Castillo tuvo que volver a buscar un nuevo primer ministro porque Héctor Valer, renunció en medio de acusaciones de violencia doméstica.
En sus primeros seis meses, Castillo ha nombrado cuatro gabinetes diferentes, lo que hace del suyo el ‘peor arranque’ de un gobierno electo en décadas
El año ya empezó con dificultades para Castillo, que pasó a ser investigado por la fiscalía en enero por tráfico de influencias, demostrando que los problemas legales del presidente no se quedarían en el 2021.
La incapacidad de Castillo para gobernar efectivamente en estos primeros meses ha confirmado las dudas sobre la capacidad de este ex líder sindical de poner fin a la inestabilidad que parece haberse instalado permanentemente en la vida política de los peruanos.
En octubre, con apenas tres meses de gobierno, Castillo ya se enfrentó a un intento de vacancia presidencial, orquestado por un grupo de empresarios con el fin de “sacar al comunismo” del gobierno. El siguiente mes, Fujimori anunció que su partido, Fuerza Popular, apoyaría una moción para destituir a Castillo.
Aunque la iniciativa no tuvo mucho recorrido legal, ayudó a aumentar la inestabilidad del gobierno y a sacar escándalos a la luz. Durante las investigaciones de destitución, en noviembre las autoridades encontraron 20.000 dólares escondidos en un baño del palacio presidencial. El secretario de Castillo, Bruno Pacheco, reivindicó el dinero, afirmando ser una combinación de su salario y ahorros. A pesar de negar que hubiera cometido cualquier delito, Pacheco renunció al cargo para proteger a Castillo.
De igual manera, las investigaciones también pusieron el foco en el caso Casa de Breña, un inmueble en Lima en donde Castillo supuestamente se encontraba con políticos y empresarios sin registro público de visitas, lo que podría constituir una violación de las normas de transparencia.
En diciembre, el Congreso votó por no llevar la moción de vacancia adelante. A pesar de sobrevivir esa intentona de destitución, Castillo sigue siendo incapaz de gobernar. La gran mayoría de los peruanos tampoco está contenta. Una encuesta de 13 de febrero muestra que Castillo tiene una tasa de reprobación popular del 69%, un aumento de 9% con relación a enero. Solo el 25% de los encuestados lo respalda.
La polarización sigue fuerte
La misma encuesta también muestra que, a pesar de ser alto, el rechazo a Castillo se concentra primariamente en Lima y entre los estratos sociales más altos del país. Entre el sector más popular de la población, la aprobación del gobierno Castillo alcanza un 40%, siendo considerablemente más alta que la media nacional del 25%. De esa forma, el gobierno Castillo confirma la vieja grieta histórica entre el Perú urbano y el Perú rural y amazónico.
A pesar de sobrevivir esa intentona de destitución, Castillo sigue siendo incapaz de gobernar
Castillo también asumió la presidencia como el único presidente de izquierdas en décadas de gobierno. Cuando la mayoría de sus países hermanos latinoamericanos voltearon a la izquierda en los años 2000 durante la Marea Rosa, Perú se mantuvo inamovible en el centro-derecha.
Castillo no parece tener las herramientas para promover las reformas sociales necesarias en el país, algo que se hace aún más evidente con la ruptura interna que ha sufrido con su propio partido, Perú Libre. Desde que llegó a la presidencia, Castillo se viene alejando de la izquierda de la que venía, moviéndose cada vez más hacia al centro, con algunos críticos afirmando que ya hasta se encuentra en la derecha del espectro político.
Esa sospecha se acentuó a principios de mes, cuando Castillo se reunió con el ultraderechista brasileño, Jair Bolsonaro, que viene presionando a Castillo para que permita la construcción de una carretera que dé al gigante brasileño acceso al Pacífico. Semejante proyecto se ha topado con oposición en Brasil, donde ecologistas y fiscales federales han advertido que la carretera atravesaría 110 kilómetros del Parque Nacional da Serra do Divisor, una de las zonas más vírgenes y biodiversas de Brasil.
Pedro Castillo, solo y aislado, demuestra no tener la experiencia necesaria para gobernar una clase política y económica decidida a mantener el status quo. Pero frente a un Congreso derechista que tampoco cuenta con el apoyo de la población, el novicio tiene algunas ventajas, especialmente la de la legitimidad. Al fin y al cabo, Castillo fue elegido democráticamente por los peruanos, algo que sus tres antecesores no pueden decir. Castillo necesita buscar consenso político, empezando por su círculo inmediato.
A pesar de los importantes tropiezos iniciales que ponen en cuestión su capacidad como gobernante, a Castillo todavía le queda tiempo – pero tiene que empezar a arreglar la casa de manera inmediata si quiere tener éxito en el empeño de construir su castillo en la arena de la profunda inestabilidad peruana.
Se el primero en comentar