Patriocivismo

Por Jesús Ausín | Ilustración: ElKoko

Es día de operación salida. Basílides y su familia, se han levantado temprano, aunque no mucho, porque no es cuestión de pegarse el madrugón. Ellos han alborecido tan pronto como otras tantas miles de familia que, sabiendo que tienen que emprender viaje de vacaciones han pensado que las nueve de la mañana, es una buena hora para no pillar atasco y llegar a destino con tiempo suficiente para dejar las maletas en la habitación y salir a cualquier chiringuito de esos que crecen en la playa como setas, a comerse una paella hecha para el prestigioso paladar del inglés de turno, que, después de los diez mojitos consumidos en la playa, se comería con la misma delicadeza una fideuá que una caldereta de judiones con tocino.

Como las nueve de la mañana es hora punta, porque todo el mundo ha pensado lo mismo, al llegar a la altura de Rivas, han empezado los parones. La carretera está saturada y al paso que van, no llegan a Gandía, ni para la cena. Los niños van detrás, dormidos. Benita, la esposa de Basílides sufre en silencio en el asiento del copiloto, mientras su marido jura en hebreo porque no le han hecho caso y deberían haber salido con al menos dos horas de adelanto. Por la radio, la locutora de turno, una gran profesional con salario estratosférico, le cuenta al personal que la escucha a través de las ondas, que los presos catalanes van a perder sus actas de diputados por la acusación del Supremo. Basílides, ya caliente porque no aguanta el atasco, le suelta a la radio un improperio y comenta en voz alta que lo que tenían que hacer es encerrarlos de por vida y tirar la llave. Porque la ley es sagrada y ellos se la han saltado a la torera.

Ahora, parece que se mueven un poquito. Pero solo es un espejismo. Otra vez parados. A su derecha está la salida de Rivas Urbanizaciones. Basílides gira el volante y se mete de lleno el el carril de deceleración. Sube a la rotonda y vuelve a la A-3 que sigue atascada. Ha ganado cincuenta metros. Pero está muy orgulloso de la maniobra porque él es más listo que los demás. El atasco continúa. Un kilómetro recorrido en la última media hora. Llegan a la salida de La Poveda. Esto Basílides lo conoce. Se mete en la antigua nacional tres y continúa camino por el centro de Arganda. Tiene que ir despacio porque hay semáforos y pasos de peatones levantados que impiden correr, pero al menos no están parados. Saldrán de nuevo a la A-3 justo donde acaba la autopista de peaje R-3 y entonces espera que el atasco se haya difuminado.

Todo le ha salido a pedir de boca. A la altura de Perales la circulación empieza a fluir y el viaje empieza a ser un poco menos pesado. Ya llevan casi tres horas en el coche y los niños se han despertado. El pequeño huele a caca y el mayor dice que tiene ganas de miccionar. Así que, a pesar del juramento de Basílides, a petición de su mujer Benita, han parado en una vía de servicio. Mientras ella cambia el pañal a su hijo pequeño, y el mayor mea junto a un árbol porque su padre le ha dicho que mejor allí que en los baños que estarán llenos de mierda, él se ha ido a tomar un sol y sombra al bar, para calmar los nervios. Cuando vuelve, a Benita que sabe que su marido está cabreado porque no le gusta parar en los viajes, se le han quitado las ganas de tomarse un café, que es lo que le apetece, y le dice a su esposo que continúan el viaje. Basílides se ha encontrado el pañal sucio en su asiento. Así que lo ha tirado con desprecio al suelo del aparcamiento. Lo de buscar una papelera no va con él porque estos cabrones del bar le han cobrado cinco euros por el sol y sombra. ¡que se jodan y lo limpien, piensa!

Por fin han llegado al hotel. Gandía está hasta el bote de gente. No hay plazas de aparcamiento así que Basílico no se lo piensa dos veces y mete el coche a la sombra en una plaza de minusválido que hay cerca de la puerta del hotel. No entiende porque hay tantas plazas para una gente que casi nunca conduce y que siempre están vacías. Para eso paga él impuestos, para poder aparcar sin problemas.

Claro que desde fuera, bien podría rebatírsele el argumento de los impuestos, porque Basílides es abogado autónomo en un bufete en el que solo trabaja él. Sin embargo los impuestos van a nombre de una SA de la que él es único accionista. A la mayor parte de sus clientes, no les hace factura. Los ahorros los tiene invertidos en capitales especulativos de uno de esos fondos buitre que se dedican a comprar casas públicas y cuya sede está en Luxemburgo o las Islas Caimán.

El gasoil que le echa al coche, lo carga como gastos del bufete y el vehículo no pagó IVA por ser coche de empresa.

Ya han elegido chiringuito para comerse la paella. Al entrar, un cartel en valenciano les recibe: “Benvingut”. La familia da media vuelta y se va hacia otro en el que ondea una bandera de España.

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Patriocivismo

Hace unos pocos días, se ha celebrado la noche de San Juan. Las imágenes de las playas del día después recuerdan a uno de esos basureros de Guatemala o del Perú en los que los pobres se afanan en rebuscar algo con lo que sacar unas monedas con las que subsistir. Pero no. Esto es el primer mundo. Un primer mundo lleno de personas sin educación y lo que es peor, sin conciencia cívica. Personas acostumbradas a que otros hagan el trabajo sucio. Y no solo es en las playas. Hace un mes, veía la misma foto en un paraje de la ciudad de Burgos llamado “El Parral” en el que, tras la celebración del Curpillos, todo eran bolsas de plástico, botellas y basura sobre el césped de la gran campa.

Lo peor de todo es la reacción que nos provocan imágenes como las que se han producido en Rusia dónde aficionados japoneses recogían la basura de los asientos aledaños, tras la finalización de un partido de fútbol en el que jugaba su selección. En mi trabajo, cuando comentaban el vídeo que corrió por whatsapps como la pólvora,  solo vi risas y carcajadas como si los nipones fueran estúpidos.

Reconozcámoslo vivimos en un país asocial e incívico. Un país en el que el habitante medio solo tiene derechos, la mayor parte de ellos inventados a gusto del consumidor. Quien tiene la desgracia de trabajar en un lugar como en el que yo trabajo, un edificio en el que hay más de mil personas, sufrirá como sufro yo para ir al baño. Desde gente que utiliza el lavabo del trabajo para recortarse la barba y el pelo y dejar el aguamanil lleno de cabellos, hasta situaciones de puro incivismo asqueroso cuando alguien defeca en el baño y no se para a pensar que si a él le da asco coger la escobilla y limpiar su mierda, al personal de limpieza de turno le deben dar arcadas. (Pido perdón por lo escatológico, pero creo que es necesario).

Nos ponemos muy gallitos y patriotas cuando vemos imágenes de Magaluf o de Benidorm o de Salou en la que decenas de turistas borrachos gritan y beben en la calle, dejándolo todo sucio o molestando al personal, pero si  te quejas porque unos cuantos españoles pasados de cervezas invaden hasta las tantas de la madrugada las calles de tu ciudad porque su equipo ha ganado no se qué copa o porque España ha ganado no se qué mundial, entonces es que eres un idiota. Aquí solo vale el civismo de la mayoría. Y no te digo nada si tu vecino tiene perro y este se pone a ladrar cuando le dejan solo y te dan las tres de la mañana en pie, oyendo al bicho hasta que vuelve su amo de copas o del cine o de donde quiera que venga. Y si le dices algo, te suelta eso de que en su casa su perro hace lo que le sale de los cojones.

No nos engañemos. Los españoles nos saltamos el atasco de la carretera circulando por el arcén, aparcamos donde nos sale de dentro y da igual si es una plaza de minusválidos porque nunca nos ponemos en el lugar del otro y siempre nos creemos en posesión de la razón. Justificamos nuestros desmanes en la comisión de otros del vecino que nos parecen igual o más graves. Llevamos cinco siglos viviendo de la picaresca y justificándola porque nuestros gobernantes son mucho más ladrones, sinvergüenzas y caraduras que nosotros. Pero no hacemos nada para echarlos y que los siguientes no sean iguales.  Nuestra moral aprendida en decenas de generaciones sometidos al catecismo, a la jerarquía eclesiástica, parangón del “haz lo que te digo y no lo que yo hago”,  y a la tiranía de una nobleza ignorante y sátrapa, nos lleva a comportarnos siempre como el Lazarillo que ve como su amo come las uvas de dos en dos, y en lugar de pararle los pies, calla y empieza a comerlas de tres en tres. Porque nosotros siempre somos más listos que el vecino. Eso sí, si quién nos la juega es un pobre hombre, uno igual que nosotros, entonces deseamos para él todo el peso de la ley y todo el mal posible.

Escuchaba el otro día en Carnecruda a Elvira Lindo, justificar, de nuevo, al exministro Maxim Huerta y a todos los que como él han intentado engañar al fisco con triquiñuelas, ingeniería fiscal alegal o directamente ilegal para cotizar en tablas mucho más laxas como las de la empresas (alrededor del 5 %, mientras cualquier trabajador con esos ingresos debe pagar entre el 23 y el 30 %.). Y como si careciera de importancia, desciende la gravedad del delito de fraude, a un simple olvido en la renta o a un despiste en su imputación. Y la gente traga. Porque en España todo el que puede, paga al fontanero, al carpintero o al albañil sin factura. Justificando precisamente el fraude en el hecho de que constructoras y famosos le deban al fisco 15 300 millones de euros.

Y aquí entra otro diferencial de exculpación. No es lo mismo que el deudor sea Miguel Bosé que Cristiano Ronaldo. No es lo mismo que el defraudador sea Rodrigo Rato que Maxim Huerta. A unos se les pasa por alto, primero porque los medios, en su interés en acallar las tropelías de este hijoputismo liberal, les sacan en primera plana durante días, mientras que de los otros omiten la información o la dan con cuentagotas y de pasada, y segundo porque en la estupidez más supina, a los que son contrarios a nuestras ideas políticas los tratamos como se merecen, como delincuentes sin escrúpulos, mientras que a los de nuestra cuerda o a nuestros ídolos, los justificamos, de nuevo, con el consabido, “¡todo el mundo lo hace!”.

Se quejaba el otro día el gran Daniel Seijó en un estupendo artículo aquí en NuevaRevolución.es  de  que en la tele, las tertulias se manipulan no porque lo que dicen los opinadores esté pactado, sino porque en todos estos formatos, siempre se monta un dos contra dos o un tres contra tres en los que los tertulianos, son siempre favorables al sistema del hijoputismo liberal. Unos liberales o socioliberales y otros directamente fascistas, incluso nazis. Tertulianos que tratan a Podemos como si fueran de extrema izquierda y a Ciudadanos como si fueran de centro derecha. El día que en una tertulia pueda ver a Carlos Enrique Bayo, o a Eduardo Garzón, Manuel Monereo, Alejandro Sánchez Moreno, Francisco Silvera, Daniel Bernabé, Víctor Arrogante, Stéphane M. Grueso, Jonathan Martínez o catedráticos como Joaquim Urías o Javier Pérez Royo, ese día la TV habrá dado un gran paso hacia la pluralidad y la independencia.

Pero nuestra falta de civismo y de convivencia social, está intensamente reñida con la tolerancia y con la educación. Un país que ha dejado que sus gobernantes durante quinientos años les robasen, les explotaran y les llevaran a la pobreza absoluta y que en el único intento de modernización se aliaron con la iglesia y los golpistas para truncar la experiencia, no puede ser sino un país de ignorantes y de retrógrados. Un país que a pesar de haber dejado que un falso mesías le dejara sin tejido industrial, que vive de servir copas a los demás, pero que se cree el hoyo del Donuts y que vive en la ilusión de que como aquí no se vive en ningún sitio, es un país condenado al fracaso y a la mediocridad. Claro que este tipo de programas están hechos para que el pueblo chusco se reafirme más en sus posturas intolerantes y para vender la moto de un sistema que, a la mayoría, nos lo quita todo mientras unos pocos se hacen inmensamente ricos a nuestra costa. Pero nos venden el sueño de que nosotros podemos ser de los ricos (hay una posibilidad entre un millón) y por tanto, nos comportamos como verdaderos estúpidos defendiendo los privilegios de una minoría, justamente por si nosotros llegamos a ser de la élite que explota y se enriquece.

Nos van a hacer falta unas cuantas generaciones de educación en el civismo no solo para que la gente no crea que la calle es su papelera sino para que se respete a los demás y sobre todo para tener la capacidad de ponerse en el lugar del vecino y pensar que lo que a ti te molesta, al vecino no le va a hacer gracia. Se llama empatía y respeto.

Hoy más que nunca, salud, república y más escuelas.

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