Pastos

Por Jesús Ausín

Exuperancio lleva toda su vida haciendo lo que le ha dado la real gana. Único hijo de una familia en la que su madre tuvo siete abortos, tres hijos nacidos muertos y otros cuatro que no llegaron a cumplir la primera semana de vida, siempre fue tratado con demasiada condescendencia lo que convirtió a “El Renacío”, como le conocen en el pueblo, en una persona tirana, ególatra, egoísta y déspota.

Su constitución además siempre le ayudó a comportarse como un botarate bravucón. De complexión fuerte, anchos hombros, cabeza más bien grande y altura superior a la media de sus congéneres, siempre ha utilizado su fuerza para imponer su criterio.

En la escuela, casi desde el principio, se dio cuenta que era mejor ocultar su verdadero carácter ante los maestros. Cuando ellos no estaban presentes, actuaba con el poder de sus puños para ejercer de líder. En su presencia, se comportaba como un niño retraído y meloso.

Ya de mayor, a base de chanchullos y miedo, consiguió hacerse con el ayuntamiento del pueblo. Un cargo que utiliza en su beneficio. Las tierras mancomunadas, las cañadas, los montes municipales y hasta el agua del arroyo de Las Tres Encinas, son utilizadas por El Renacío como si fueran una parte de su patrimonio, repartiendo, explotando y administrando con abuso e interés propio.

Hace unos años, se instaló en la villa Hwan Ho Tsé, un coreano que nadie sabía de dónde venía, que compró el viejo molino derruido situado junto a la cascada del Enebral, y que, con mucha paciencia y sabiduría, lo convirtió en un hotel rural que se ha acabado convirtiendo en uno de los lugares de peregrinación gastronómica de la provincia. Juanjo, como conocen en el pueblo al señor servicial y afable de ojos rasgados, estatura más bien baja y rechonchilla, contrató como cocinero a Jacinto, el hijo del Mulas, que había sido el hazmerreír del pueblo porque desde pequeño decía que quería ser cocinero, y su madre, La Manuela, para  enviarlo a estudiar al Basque Culinari Center, tuvo que vender parte de las fincas heredadas de su difunto marido para sufragar los gastos. Jacinto resultó ser un impresionante cisne negro envuelto en ese halo cateto que consiguió, en tres años, poner en el mapa de la Guía Michelin, al pueblo que le vio nacer con una de las estrellas que otorga la prestigiosa guía gastronómica.

El Chino, apodo con el que, como al resto de habitantes, le bautizaron en el pueblo, resultó ser un tipo encantador que no dudaba en hacer favores a quien se lo pidiera. A El Renacío no le gustó desde el primer momento. Quizá porque nunca tuvo la impresión de que Juanjo le tuviera miedo como los demás. Quizá porque era todo lo contrario a él. Un tipo rechoncho pero afable, servicial y encantador frente a un matón de pueblo de cabeza gorda que como saludo te pega un bufido. O quizá porque, al principio él y sus convecinos se descojonaban de risa cuando se enteraron de que un extranjero incauto había comprado cuatro paredes y un tejado semiderruído lleno de zarzas, arroyo abajo, que en poco tiempo había convertido en un bonito paraje con un salón de comidas con suelo trasparente por el que los clientes ven discurrir el agua y mover la rueda que además produce parte de la electricidad del hotel y en un próspero negocio.

Juanjo lleva mucho tiempo mosqueado porque, en verano, el alcalde desvía el agua del cauce del arroyo de Las Tres Encinas y lo utiliza para regar las huertas. La suya que es la más grande situada en el mejor terreno comunal y la de otros vecinos a los que cobra un canon tanto por el alquiler de la huerta, como por el uso del agua. Antes, las huertas que están situadas al pié de un chortal, se regaban con el agua que manaba del humedal. Pero Exuperancio lo primero que hizo al llegar a la alcaldía fue encauzar el agua hacia las tierras bajas en las que pastaban sus vacas. Así que, para regar las huertas, desde entonces, en verano, desvían el agua del arroyo.

Los primeros veranos, Juanjo, entre que estaba ocupado en lanzar el negocio y que los inviernos habían sido muy lluviosos, apenas si notó que el caudal mermaba. Pero este año, la sequía ha menguado el cauce de tal manera que en el mes de julio, se ha quedado seco. La comida sin agua que discurra debajo del suelo está igual de rica pero el encanto no es el mismo y está perdiendo clientes.

El alcalde se niega a compartir el agua con El Chino y ha sacado un bando de la alcaldía, que en función de la emergencia, es prioritario regar las huertas. Juanjo estaría dispuesto a compartir el agua pero el alcalde se niega en redondo.

Así que, aconsejado por Jacinto, el cocinero, ha denunciado en los tribunales A El Renacío. Exuperancio no se lo ha tomado nada bien y le ha abordado en la plaza. Tras un par de atropellados bufidos, el puño del alcalde no ha llegado a impactar incomprensiblemente en la cara de Juanjo que lo ha esquivado en un abrir y cerrar de ojos. El segundo intento ha acabado con Exuperancio aullando de dolor porque su brazo ha sido retorcido. No ha habido un tercer intento. Los testigos han declarado a favor de Juanjo cuando ha llegado la Guardia Civil.

 

Ahora que el alcalde ha perdido el juicio en los juzgados, ha llamado al Chino para que se avenga a negociar el uso del agua.


Pastos

Durante años, milité en una de las facciones de CCOO que, mientras se embolsaba parte de los fondos de formación de mi empresa, nos decía que era mejor un mal acuerdo que un buen conflicto. Así, poco a poco, nos fue quedando un convenio recortado en derechos que se ajustaba mucho más a las propuestas de la empresa que a las necesidades de los trabajadores.

Los pactos están sobrevalorados. Nos han inculcado que un pacto es la resolución a una situación en la que dos posturas en conflicto y en posición de igualdad, ceden cada una por igual para llegar a un acuerdo que beneficia a las dos. Nada más lejos de la realidad. Nunca existe una negociación en igualdad. El que tiene el poder, si puede, no negocia. Y el que no lo tiene, si se siente imprescindible, retuerce hasta lograr cotas que no le corresponden. Solo quiere negociar aquel que considera que está en inferioridad y que cree que, perdiendo algo que no le afecte directamente a él, puede seguir ejerciendo el poder como lo hacía antes. Lo importante para mi sindicato no éramos los trabajadores sino poder seguir contando con unos fondos de formación, que entre otras cosas, ayudaba a quien se sentaba en la mesa de negociación a seguir estando liberado y no tener que fichar todos los días. Lo importante para mi empresa era que, sabiendo que el acuerdo era vinculante, aunque apenas estuviera firmado por la representación del 60 % de la plantilla, podían publicitar que el acuerdo estaba respaldado por uno de los sindicatos mayoritarios.

El acuerdo que se pretende desde las filas del PSOE en Barcelona únicamente consiste en apartar del gobierno de la ciudad de Barcelona de ERC

La semana pasada se ha estado comentando por la prensa servil del régimen, la necesidad de que Colau pacte con el PSC y obtenga la alcaldía con la abstención de los tres ediles afines a Valls de los seis que tienen los nacionalistas españoles de Ciudadanos. El acuerdo no pretende una mejor administración del Ayuntamiento de Barcelona, ni una mayor atención a los problemas de la ciudadanía (para eso está el PSC, para impedirlo). El acuerdo que se pretende desde las filas del partido del Régimen del 78, el PSOE, con la publicidad y connivencia de la máquina del fango de los gacetilleros macarras, únicamente consiste en apartar del gobierno de la ciudad de Barcelona de ERC, una formación considerada peligrosa, a ojos del nacionalismo español, por su apuesta por una vía que lleve a decidir si Catalunya quiere o no, ser una República independiente del estado español.

En Madrid la situación es bastante diferente. Aquí la idea era, en un principio, que la nueva izquierda de McMadrid, apoyara a Villacís a la alcaldía para que el afable Gabilondo fuera elegido Presidente de la Comunidad con el apoyo de los de Errejón y la abstención de los nacional fascistas de Ciudadanos. Pero parece que los McMadrid no están por la labor de perder el poder en la capital y pretenden un pacto en el ayuntamiento a tres bandas que les restablezca al frente de la Alcaldía de Madrid.

Se trata de desarticular la izquierda díscola, la que quiere acabar con los impuestos indirectos que perjudican a todos pero con más incisión en los que menos tienen

Curiosamente el cínico Errejón, el niño bueno de talante dialogante, el político de miras que tanto gusta a los macarras que loan al Régimen del 78 a través de sus columnas y sus tertulias televisivas, dice que el objetivo es que los franquistas neonazis no entren a formar parte ni del Ayuntamiento ni de la Comunidad.

Os juro que a mi estos señores de caballo y las pistolas me dan terror. Pero cuando escucho a Errejón decir que quiere sentarse en la misma mesa que Villacís, una ultra con las mismas ideas de los del mamandurrias de Abascal, (hasta el punto de que estuvo a un tris de entrar en sus filas en 2015, pero llegó una mejor oferta del falangista), me pregunto, ¿dónde está la diferencia?

Si en la negociación se tratara de beneficiar a los habitantes de Madrid, no hay diferencia entre tratar con Ciudadanos o con los de la COZ. Ambos son ultras del nacionalismo español. Ambos son ultras del hijoputismo liberal (véase como muestra al despreciable y ruin Marcos de Quito en sus filas y lo que les hizo a los compañeros de @Cocacolaenlucha). Ambos pretenden convertir Madrid en un sinfín de pisos turísticos. Ambos creen que los pobres solo dan problemas y que hay que beneficiar a los ricos. Ambos están de acuerdo en que cercenar derechos y libertades es el mejor camino para someter a la población levantada por las injusticias. Ambos son propensos a la privatización de lo público para que amigos y colaboradores puedan vivir del presupuesto de todos sin exponer ni uno solo de sus euros. Entonces, ¿En qué beneficiaría un pacto con Ciudadanos a los Madrileños? Pues básicamente en que Carmena podría seguir con sus operaciones especulativas inmobiliarias estrella como Chamartín y Los Berrocales y que el ambicioso Errejón tendría visibilidad en un gobierno regional en el que le comería la tostada a Gabilondo y desde ahí podría llevar a cabo su proyecto político personal, ese que él ha denominado nueva izquierda, que es el mismo que el de la vieja rosa, pero con él de protagonista. En definitiva se trata de desarticular la izquierda díscola, la que quiere acabar con los impuestos indirectos que perjudican a todos pero con más incisión en los que menos tienen, la que quiere que, quien más tiene, pague más, la que lucha por los salarios justos, la que fuerza a la subida del salario mínimo hasta los 925 euros, la que cree en los derechos de los trabajadores y los deberes de los empresarios, la que no quiere que un comisionista sea impune, la que cree en la justicia igualitaria, la que no cree en los derechos por nacimiento, la que es capaz de prestar los servicios públicos bajo la tutela directa de la administración, ahorrando presupuesto y evitando chanchullos, la que facilita la vida al 99 % de las personas, frente a ese 1 % que está devorando el planeta y nuestras vidas.

Ojo con los “tontos” que siempre se acaban metiendo en casa. Los que van de frente, al menos se les ve a la legua.

Ahora a las Magdalenas les llaman Muffins. Pero siguen siendo agua, harina y aceite de palma pero con mucho más azúcar en la decoración, lo que las hace mucho más peligrosas para la salud.

Salud, feminismo, república y más escuelas, públicas y laicas.

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