Este domingo, 30 de abril, el pueblo paraguayo debe acudir a las urnas para decidir quién será el próximo presidente, en un contexto de profundización del modelo neoliberal y bajo la injerencia ya tradicional del imperialismo norteamericano.
Por Ana Dagorret / La tinta
El domingo 30 de abril, Paraguay celebra elecciones presidenciales. Los más de 4,7 millones de personas habilitadas para votar deberán elegir entre 13 fórmulas, en unos comicios en los que, además, se definirán 17 gobernadores, 45 senadores, 80 diputados, 257 miembros titulares de Junta Departamental y 257 suplentes. En total, son 768 cargos en disputa.
La elección presidencial es la principal y, si bien hay una abundante variedad de candidatos, las encuestas muestran que la decisión estará entre los dos partidos tradicionales del país: la Concertación para un Nuevo Paraguay, cuyo presidenciable es el ex ministro de Obras Públicas durante el mandato de Fernando Lugo, Efraín Alegre, y el Partido Colorado, con quien fuera ministro de Hacienda del expresidente Horacio Cartes, Santiago Peña.
La Concertación para un Nuevo Paraguay, una alianza de 14 partidos y organizaciones opositoras, ha optado por una campaña política enfocada en las críticas a otros candidatos, principalmente a su adversario más próximo, Santiago Peña, así como la lucha contra la corrupción como principal batalla.
“Setenta años hemos visto del gobierno (oficialista). Que nos den una oportunidad a la Concertación y vamos a demostrar que podemos realmente ver el otro Paraguay, el del trabajo, el del esfuerzo, un Paraguay solidario que tenga una respuesta a las grandes necesidades de la gente”, apuntó Alegre en un reportaje, que disputa el cargo por tercera vez.
Del lado del Partido Colorado, se impulsa a Peña como la “oposición” al actual gobierno, encabezado por Mario Abdo Benítez. A su vez, la campaña está enfocada en fortalecer la seguridad, al mismo tiempo que se destacan valores tradicionales y conservadores, como el concepto de familia y su importancia para el pueblo paraguayo.
“Empleo, inversión en capital humano, salud, educación. Los próximos años pueden ser los mejores años para el Paraguay. Pero tenemos que poner en práctica todo nuestro conocimiento, nuestra experiencia y nuestra determinación”, declaró Peña en una entrevista.
Ambas campañas impulsan la idea de “cambio” como principal eslogan. Alegre ha optado por el lema “Dale una oportunidad al cambio”, mientras que Peña promueve: “Vamos a estar mejor”. Sin embargo, pese a la proximidad de la disputa, el clima electoral en las calles de la capital, Asunción, es casi nulo. El motivo no es de extrañar: tanto los eslóganes vacíos como el descontento de la población con la clase política juegan fuerte en esta elección.
Y no es para menos. Según el Instituto Nacional de Estadísticas, un cuarto de la población del país vive por debajo de la línea de pobreza (aproximadamente 1,9 millones de personas), cifra que aumenta en áreas rurales. El hecho de que las alianzas en disputa están conformadas por partidos tradicionales, responsables de la situación de pobreza estructural que padece Paraguay, es uno de los principales motivos de dicho desencanto.
Algunos analistas consideran que las posibilidades de gobernar sin sobresaltos están dadas en la medida en que resulte victorioso el candidato del Partido Colorado. En caso de que ocurra lo contrario y Efraín Alegre alcance la presidencia, los colorados tendrán fuerza para ejercer una oposición fuerte debido a su presencia en el Poder Legislativo, donde se espera que haga una buena elección, así como en muchas de las instituciones que conforman el Estado paraguayo.
Igualmente, las investigaciones contra Horacio Cartes -dirigente del Partido Colorado- en Estados Unidos por hechos de corrupción han golpeado directamente a la candidatura de Peña, quien se ha enfocado, sobre todo, en una campaña interna para lograr superar a Alegre en la disputa.
En esta elección, la injerencia del imperialismo norteamericano es un factor central. Recientemente, el postulante del Partido Colorado llegó a reunirse con el embajador de Estados Unidos, tras lo cual declaró que, de ser electo, la prioridad de su política exterior estaría encaminada a fortalecer las relaciones de Asunción con Estados Unidos, Israel y Taiwán.
Esto no es una novedad. Lejos de tratarse de una elección decisiva, la disputa en Paraguay determinará fundamentalmente quién será el nombre a cargo de continuar con el proyecto de sometimiento del pueblo guaraní en manos de los intereses de la Casa Blanca en la región. Tanto Alegre como Peña ya dejaron en claro su alineamiento, tras reunirse con el embajador estadounidense, Marc Ostfield, y dejar registrado el encuentro en sus redes sociales.
Paraguay es un país de gran importancia debido a su ubicación geográfica en el corazón de Sudamérica. Es también el principal enclave estratégico para la influencia estadounidense y su proyección geopolítica en América Latina. Se trata de una zona de especial interés en la “triple frontera”, donde confluyen los territorios de Brasil, Argentina y el propio Paraguay.
Durante la década de gobiernos progresistas en la región, con Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Cristina Fernández en Argentina, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia, Washington buscó afianzar su influencia en Paraguay bajo el supuesto compromiso de paz, seguridad, estabilidad y fortalecimiento de los “valores democráticos”.
En 2016, Estados Unidos instaló una base militar en la triple frontera, con el fin de asegurar su presencia en la región donde se encuentra la mayor reserva de agua dulce del mundo, el Acuífero Guaraní, que se extiende por Paraguay, Argentina, Brasil y Uruguay. El objetivo no es menor: en un contexto de escasez de este recurso, el imperialismo busca asegurarse el acceso a un bien que, en el futuro no muy lejano, se presenta en falta, así como también a una enorme biodiversidad única.
Teniendo en cuenta la importancia estratégica por sus recursos, no resulta extraña la penetración estadounidense en el territorio y en la política paraguaya. Si bien, durante la campaña electoral, Efraín Alegre deslizó que, de ser electo, su gobierno establecería relaciones más estrechas con China, muchos analistas apuntan que esto no pasa de ser una maniobra electoral para aproximarse a los y las votantes más progresistas, con el fin de consolidar su victoria.
Lo cierto es que es dudoso que el impacto de un eventual posicionamiento en política exterior tenga el potencial de favorecer a un candidato, sobre todo, si se tienen en cuenta las preocupaciones de una población que padece la profundización de las desigualdades con la continuidad del modelo neoliberal.
La elección en Paraguay, si bien promete modificaciones entre quienes conforman los poderes Ejecutivo y Legislativo a nivel nacional y provincial, no se presenta como una lucha por la soberanía. La importancia del país para los intereses estadounidenses hace de Paraguay un enclave estratégico, cuyos comicios presidenciales tienden a profundizar el modelo vigente pese a los discursos electoralistas de los candidatos.
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