Para que ningún dolor me resulte ajeno (reseña de Morir para contar)

Por Angelo Nero

“Hace ya tiempo que estoy alejado de la primera línea (…) el cosquilleo solo regresa cuando veo en mi televisión imágenes de barrios devastados por las bombas, de milicianos armados agazapados en una trinchera, de civiles sufriendo las consecuencias de un nuevo conflicto bélico. (…) Solo pasé cinco años saltando de guerra en guerra. Un tiempo muy corto comparado con el de la mayoría de mis admirados colegas, pero más que suficiente para sentir ese periodismo tan puro correr por mis venas… provocando la misma adicción que la peor de las drogas. ¿Por qué engancha tanto ese durísimo oficio?.” Este fragmento es parte de la reflexión que el reportero Carlos Hernández, escribió en la sección Zona Crítica, de eldiario.es, a propósito del estreno del último documental del argentino Hernán Zin, “Morir para contar” (2018). Cuenta, el periodista y escritor madrileño –autor del reciente libro “Los campos de concentración de Franco: Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas”- que se vio desplazado a cubrir los frentes de guerra, cuando fue apartado de la redacción de informativos de Antena 3, en los tiempos en que estos estaban dirigidos por el infame Sáenz de Buruaga, y que acabó siendo testigo de los conflictos de Palestina, Kosovo, Iraq o Afganistán, todos ellos sin una resolución efectiva. Allí trato de contestar a su pregunta de por qué enganchaba tanto ese oficio, a la vez que le surgían muchas más preguntas, para constatar que cada uno tiene sus propias respuestas. Una galería de respuestas (y de preguntas sin responder) es lo que nos ofrece el trabajo de Hernán Zin, a través de las voces de un buen puñado de corresponsales de guerra.

En lo que parecen coincidir Ramón Lobo, Gervasio Sánchez, Manu Bravo, Mónica G. Prieto o Carmen Sarmiento, es en la necesidad de dar testimonio de las atrocidades de la guerra, en mostrar a las víctimas y nombrar a los verdugos, “si no estuviésemos allí para contarlo, sería mucho peor”, dice uno de ellos, en servirnos con el café de la mañana o con las sobras de la cena un viaje al corazón de las tinieblas, con ánimo de conmover nuestras conciencias.

En esta declaración de buenas intenciones, tan sincera en el director del documental como en la mayoría de los entrevistados, se obvia –y me parece la mayor falta del film-, todas las veces que los reporteros se han jugado la vida para unos minutos escasos en el telediario, comprimidas entre las noticias que las direcciones de la cadena de turno, por intereses políticos y/o económicos, deciden priorizar en ese momento, todas las veces que se han arriesgado escribiendo desde la línea de fuego extensos y detallados artículos, que fueron luego recortados para dar espacio a los atractivos gráficos realizados en la redacción de sus periódicos, dónde nos mostraban otra realidad, como aquellos que llenaron los diarios españoles en la víspera de la invasión de Iraq, presentándonos al poderoso ejército de Saddam Hussein –incluyendo unas armas de destrucción masiva, que nunca existieron- y que se reveló incapaz de ofrecer una mínima resistencia a la maquinaria bélica americana.

Solo esto tengo que apuntar en contra de “Morir para contar”, porque a favor tiene todo lo demás, que es mucho, ya que Hernán Zin tiene mucha habilidad para llevarnos al infierno de la mano, como hizo antes en las sobresalientes “Nacido en Gaza” (2014) y “Nacido en Siria” (2017), dónde nos hace caminar por los paisajes devastados por la guerra a través de sus protagonistas más vulnerables: los niños. Aquí da una vuelta de tuerca en su visión de estas pequeñas (o no tanto) réplicas del Apocalipsis, poniendo el foco en los que la viven (y en ocasiones) mueren para contarlas: los periodistas. Algunos testimonios, como el de Ángel Sastre, “Yo pensaba que me iban a matar o me iban a vender, porque ellos mismos me lo decían”, secuestrado durante 300 días en Siria por el Frente al Nusra (una facción de Al Qaeda), junto a sus compañeros José Manuel López y Antonio Pampliega, son estremecedores, y revelan las heridas, muchas veces invisibles, que estas experiencias traumáticas dejan incluso en los que, cómo ellos, van de forma voluntaria a los escenarios del horror y de la miseria humana. Otro de los protagonistas, David Beriain, afirma que “el dolor es cómo un gas, aunque sea pequeño, tienen a ocuparlo todo”, una frase que resume, como pocas, los traumas que una guerra causa en las personas que la han vivido.

También se muestra, aunque de refilón, la diferencia entre los que conocieron los tiempos en los que esta profesión tenía un reconocimiento laboral y económico, como los más veteranos, Ramón Lobo, José Antonio Guardiola o Javier Espinosa, y la generación más joven, como Roberto Fraile, Mónica Bernabé o Manu Brabo, que ya comenzaron en este trabajo en la precariedad. “Creo que tienen un mérito muy especial porque han crecido profesionalmente en medio de la precariedad laboral que también se ha instalado en esta profesión. Los viejunos teníamos un sueldo digno y el respaldo de medios de comunicación que aún creían en la necesidad de enviar a «sus periodistas» a los lugares de conflicto; y lo hacían dotándonos de los medios económicos y de seguridad necesarios para minimizar riesgos.” Reflexionaba sobre esto Carlos Hernández, en el citado artículo de Zona Crítica. Ahora los reporteros de guerra se pagan sus aviones y sus estancias en las zonas de conflicto, sus intérpretes y hasta sus chalecos antibalas, y además tienen que vender a su regreso sus foto reportajes, sus vídeos y sus artículos, a unos medios cada vez menos interesados en voces independientes, y subsisten, muchas veces, gracias a esa nueva prensa representada en proyectos como eldiario.es o Público, entre los medios digitales, o en proyectos como La Marea, El Salto o Luzes, o incluso creando sus propios canales como Eulixe, dónde publican sus estupendos reportajes sobre Ucrania o Kurdistán Juan Teixeira y Pablo González.

“Morir para contar” dedica un capítulo especial para quienes, efectivamente, dieron su vida para contar la muerte de otros, como Julio Fuentes, que después de cubrir durante diez años conflictos como los que asolaron la ex Yugoeslavia u Oriente Medio, fuese asesinado en Afganistán; o como José Couso, camarógrafo gallego que también encontró la muerte en Bagdad, al ser bombardeado su hotel, el Palestine –que albergaba numeroso periodistas-, por un tanque estadounidenses; o como Miguel Gil, que sin experiencia previa se fue a cubrir el conflicto de los Balcanes en una moto, siendo una de las voces imprescindibles en el cerco de Sarajevo, y que acabó revelándose como un periodista de raza en las guerras de Kosovo, Congo, Liberia, Ruanda, Sudán, Chechenia y Sierra Leona, dónde finalmente fue asesinado en una emboscada de un grupo guerrillero. Muertes, secuestros, y una larga colección de cicatrices son las que acumulan las dos decenas de reporteros que aparecen en la película de Hernán Zin, alguna de cuyas vidas merecerían protagonizar no ya un documental, sino una serie completa, como “Homeland”.

Vidas como las de la periodista Mónica García Prieto, corresponsal durante veinte años en lugares como Jerusalén, Beirut, Moscú o Bangkok, golpeada por el asesinato de su marido, Julio Fuentes, durante la invasión de Afganistán, y por el secuestro de su segundo marido, Javier Espinosa, en Siria, durante más de seis meses. Mónica también estaba en Bagdad cuando fue asesinado Julio Couso, pero todas estas tragedias no le quitaron fuerzas para cobrar una larga lista de conflictos, de Chechenia a Georgia, de Macedonia a Líbano, del levantamiento zapatista a las revueltas de la Primavera Árabe.

El documental de Hernán Zin, abre las heridas de este puñado de reporteros, las expone a la luz y al viento, empezando por las suyas, y nos hace reflexionar sobre esa profesión que intenta traernos a nuestra casa los horrores de la guerra, para que entendamos sus causas y sus efectos, aunque en estos tiempos de (des)información masiva parezca más difícil que nunca.

Como apunte final, decir que tanto “Morir para contar”, cómo los otros trabajos de Zin citados aquí, “Nacido en Gaza” y “Nacido en Siria”, están disponibles en una de las plataformas más populares de entretenimiento audiovisual, por lo que, si perdiste su estreno en los cines, puedes ver allí los emocionantes y estremecedores trabajos de este cineasta argentino, que también tiene en esta plataforma otro de los documentales de los que hablaremos en otra ocasión: “La guerra contra las mujeres”.

Director: Hernán Zin. Guionista: Hernán Zin. Productor: Nerea Barros, Andrés Luque, Hernán Zin. Música: Marcos Bayón. Fotografía: Ignacio Barreto. Montaje: Alicia Medina.

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