Lejos del poder, en las calles de Stepanakert se escuchaban este fin de semana los chicos que lograron salir de los bunkers y buscaban algo con qué hacer fuego. Exhaustos y estresados aun así todo lo toman como un juego. Las secuelas se verán “después”. Mientras tanto, sus madres empacaban lo poco que podrían llevar. Lo que cabía en una bolsa. “Mamá, ¿me voy a morir mañana por la guerra?”, preguntó uno y se hizo un largo silencio.
Por Magda Tagtachian
En 48 horas se recibieron en Artsakh denuncias de 600 personas desaparecidas pero hay muchísimas más. Gente que a causa de los desplazamientos forzosos, los bombardeos y ataques, la precaria atención en el hospital central de Stepanakert que redobló esfuerzos, no sabe si sus parientes están vivos o muertos. Si están vivos y se encuentran, se alegran. Y si están muertos también, aunque les devuelvan parte de ellos, porque saben que los podrán enterrar, aunque los tendrán que dejar en estas tierras. Las escenas de los días posteriores de sepultura colectiva son desgarradoras. Ningún pueblo se merece semejante tortura y sufrimiento. Otro crimen de lesa humanidad que se podría y debía haber evitado.
Por otra parte está el aspecto más oscuro de la limpieza étnica y eliminación sistemática de personas y de la población armenia de Artsakh: las listas negras. Se sabe que los servicios de inteligencia de Azerbaiyán las vienen elaborando y por eso detuvieron ilegalmente en el Corredor de Lachin, los días previos al ataque y durante el bloqueo ilegal, a pacientes que eran trasladados por Cruz Roja a recibir atención médica en Armenia. Acusaron a varios de ellos de haber participado en la guerra de 2020 y hasta de los 90. Se los llevaron ilegalmente detenidos y por muchos días no se supo nada de ellos. A tres jóvenes los devolvieron. En cambio a Vagif Khachatryan, de 68 años, que participó en la guerra de los noventa, no. Su familia lloraba e imploraba que lo devolvieran y lo dejaran morir en su casa. Vagif enfrenta hoy un juicio en Azerbaiyán bajo falsos cargos por supuestos crímenes de guerra. Y esto es lo que les espera a muchos de los hombres de Artsakh. Me da terror de sólo escribirlo. Porque investigué para mis novelas qué sucede en las cárceles de Aliyev.
Justamente, algunas fuentes revelaron estos días que Azerbaiyán comenzó a construir cárceles para “alojar” a los prisioneros políticos de su nueva presa, Karabagh. ¿O alguien piensa que las autoridades de Artsakh y los varones que defendieron nuestras tierras en la guerra iniciada por Azerbaiyan en 2020 van a llegar tranquilamente al otro lado de la frontera? Cualquiera que haya leído los informes de Amnistía Internacional o del Instituto por la Paz y la Democracia que funcionaba en Bakú y ahora lo hace con sede en Países Bajos, sabe lo que les espera. Los fundadores del Instituto, los historiadores de Bakú, Leyla y Arif Yunus, fueron perseguidos y torturados por el régimen de Aliyev. Los Yunus, mayores los dos, lograron salir con gravísimos problemas de salud ocasionados por las torturas, y bajo protección de Amnistía. Ahora viven con asilo político en Países Bajos y Azerbaiyán pide su extradición. Arif y Leyla Yunus denuncian y narran su calvario en su libro “The price of freedom”. En la web del Instituto hay mucha información, incluida la lista de prisioneros políticos y funcionarios denunciados por corrupción.
Mientras tanto, en la asediada Stepanakert, donde la entrada de los azeríes es inminente, este último fin de semana, domingo 24 se vieron las escenas más desgarradoras. La gente quemaba sus casas para no dejarlas a merced de sus verdugos, como en 1915. Las familias también retiraron las fotos de sus seres queridos, caídos en las guerras de los 90, la de 2016 y la de 2020. El mural en la plaza de Stepanakert quedó vacío, sólo rodeado de flores y honor. Los niños salieron de los refugios y buscaban lo que fuera entre la basura y la casa para hacer leña. Incluso las familias quemaban su propia ropa, libros, papeles, todo, para no dejar evidencias. Total, nada se podrían llevar, más que lo que cabe en una bolsa. Además usaban ese calor para hornear pan con la “harina humanitaria” que ahora sí entregó Rusia, tras la rendición total de Artsakh y el desplazamiento forzoso de la población, no “reubicación” como dicen ellos, utilizando los mismos eufemismos que empleados por el Imperio Otomano en 1915.
Como otra ironía macabra, Armenia esta vez “no intervino”. Desde julio sus 20 camiones cargados con 400 toneladas de ayuda humanitaria quedaron varados a la entrada del Corredor de Lachin, como si por arte de magia o de bondad, Aliyev los dejara ingresar, a pesar del pedido de diversas organizaciones no gubernamentales y de derecho internacional. Aliyev no sólo hizo oídos sordos sino que los rusos -apostados en Lachin desde 2020- también miraron hacia otro lado. La misma “suerte” de los camiones humanitarios de Armenia corrió el convoy francés que lideró la alcaldesa de Paris, Ana Hidalgo.
Al margen de las sinrazones de la política y la geopolítica, mientras Stepanakert se desmembra y vacía, un adolescente vendado en el Hospital Central contaba cómo los azeríes mataron delante suyo a su hermano de 16 años y a su padre.
Somos 10 millones de armenios en la diáspora. Cuando ultrajan a uno, nos ultrajan a todos. Vuelven a ultrajar a nuestros abuelos. Quieran entenderlo o no, el plan panturquista en el Cáucaso Sur ya está en marcha y constituye una seria amenaza. También para Europa y Occidente. Tras la Asamblea General de Naciones Unidas, el mismo día que Azerbaiyán bombardeaba Artsakh, el presidente de Turquía, Erdogan declaraba ante un periodista:
Recién me reuní con mi hermano Ilham (Aliyev). Me agradeció por mi discurso y me confió: esta gente (por los armenios), probablemente ya no puedan volver a respirar en esta tierra (por Artsakh). El trabajo está hecho.
Monte Melconian, el héroe de la causa armenia en los años 90, escribió: “Si no existe Artsakh, no existirá Armenia”. Y es que ahora con la sociedad cada vez más explícita e impune de Erdogan y Aliyev, y “devorada” Artsakh, irán por el sur de Armenia para conectar “sin trabas”, Azerbaiyán con Turquía, abaratar el transporte de gas y comerciar (y sobornar) a sus clientes, Europa y resto. Será clave el rol de Rusia que -como tablero de ajedrez- no es inocente en el Cáucaso. Después de hacer nada durante estos 10 meses de bloqueo, ni para frenar el ataque a gran escala del 19 y 20 de septiembre, seguramente reclamará lo suyo y ahí la dupla Aliyev + Erdogan se las tendrá que ver con Putin.
Por de pronto, las revueltas en Armenia, donde los familiares de la población de Artsakh salieron a las calles a manifestarse y pedir la renuncia del Primer Ministro Nikol Pashinian, muestran un desorden total y graves incidentes con la policía, “los boinas rojas”. Entre esas imágenes, se ve como varios agentes toman por la fuerza a Levon Kocharyan -hijo del ex presidente Robert Kocharyan, ambos nacidos en Stepanakert- mientras participaba de una de las protestas callejeras. “Todo un mensaje”. La fuerza pública introduce a Kocharyan hijo en el patrullero y le pegan duramente según se ve en el video que circula en redes y también publicó su esposa, Sirusho, la famosa cantante armenia. Levon Kocharyan terminó hospitalizado con conmoción cerebral de acuerdo al testimonio de Sirusho, quien aseguró que seguiría yendo sola a las siguientes marchas en Ereván.
Qué sucederá con el gobierno de Armenia es otro punto clave para analizar el futuro de la región y la concreción o no del plan “panturquista”. Pero habrá que enfocar también la mirada en Rusia y Estados Unidos. Ver qué papel adopta cada potencia. Ni el presidente de Estados Unidos, Joe Biden (que reconoció el Genocidio Armenio), ni su secretario de Estado, Anthony Blinken, se mostraron eficazmente activos para frenar el segundo genocidio armenio. Hicieron alguna declaración y llamado telefónico pero con este panorama desolador y la limpieza étnica siendo un hecho real y concreto, todo parece haber quedado en palabras.
De acuerdo con eso, Artak Beglaryan, ex secretario de Estado de Artsakh, denunciaba el día del ataque a gran escala:
Hey mundo, hoy que están reunidos en la Asamblea General de Naciones Unidas, dejen de hablar y comiencen a actuar. No sean ciegos…
Vociferaba desde el Hospital Central de Stepanakert, bajo los estruendos y mientras seguían llegando heridos y reportes de asesinatos. El propio Beglaryan es no vidente, por las heridas causadas bajo fuego en su participación en la guerra de los noventa. Pero quizá nadie vea más que él y son elocuentes sus cicatrices en el rostro. Qué será de este hombre y de todos los hombres de Artsakh ahora que Azerbaiyán está por hacerse de la capital Stepanakert. Pienso en lo más horroroso.
En tanto, lejos del poder, en las calles de Stepanakert se escuchaban este fin de semana los chicos que lograron salir de los bunkers y buscaban algo con qué hacer fuego. Exhaustos y estresados aun así todo lo toman como un juego. Las secuelas se verán “después”. Mientras tanto, sus madres empacaban lo poco que podrían llevar. Lo que cabía en una bolsa. “Mamá, ¿me voy a morir mañana por la guerra?”, preguntó uno y se hizo un largo silencio.
En la última fogata del barrio, ardían también las fotos de Mary junto a los papeles donde se la veía sonriente en recortes de entrevistas. Se advertían también las ropas de los vecinos y los trajes de camuflaje. Entre las llamas y la madrugada de este lunes 25, el periodista Marut Vanyan que cubrió los diez meses de bloqueo con posteos llenos de astucia y sarcasmo quizá para protegerse del dolor, blanqueaba la tristeza: “No puedo más con este infierno”, escribió en la red social Twitter, X, y posteó un video donde se oyen los gritos y el llanto de la gente mientras deja Stepanakert para siempre, aún no está claro para establecerse en dónde.
En este fin de semana, unas cinco mil personas, mayoría de niños, mujeres y adultos llegaron a Goris, Armenia, trasladados por las fuerzas de paz rusas y asistidos por Cruz Roja. Armenia no dio a conocer aún un plan para la cantidad de “desplazados”. Esto es y será un gravísimo problema humanitario y también político. Nadie en Artsakh quiere vivir bajo la bandera de sus verdugos. Todos se van, Armenia no exhibe un plan, Rusia los maltrata… ¿Cuál es su destino?
En la negrura y la neblina, Marut Vanyan arrastra la pequeña valija. Las rueditas golpean el pavimento. Ese azote lastima el corazón. La calle desierta y los pies de Martut avanzan quién sabe hacia dónde. Escribe en X: “Quizá esta sea mi última noche en Stepanakert”. La cámara panea. No se ve un alma. Ropa abandonada. Más neblina. Las rueditas que siguen insoportablemente golpeando el asfalto y el pecho. Marut ya no ironiza. Recuerdo uno de sus posteos, días antes del ataque, bajo el bloqueo. El vídeo mostraba una bandada de pájaros que surcaba el cielo de Stepanakert. “Buen viaje, queridos. Cuidado en el Corredor de Lachin”, escribía Marut y uno no podía más que sonreír y llorar al mismo tiempo.
Esta noche no hay lugar para risas. Escribo y sigo escuchando en mi teclado las rueditas de la maleta de Marut. Sigo viendo arder la cara de Mary en esos papeles de la última fogata. Su foto del ropero vacío. Las perchas sin ropa. La donó a la poca gente que queda en los refugios. En Instagram escribió que hace un año había venido a vivir a Artsakh trayendo su guardarropa, creyendo que iba a reconstruir su tierra. Su casa. María, que es @mary8black en Instagram, decidió llevarse sólo lo puesto y tres libros. En la portada del primero se ve el monumento icónico de Artsakh, los abuelos Dadik y Papik. En el segundo, la Catedral Ghazanchetsots, de la majestuosa y también usurpada ciudad de Shushí; y en el último, las cruces milenarias de piedra jatchkar, patrimonio cultural de la UNESCO.
Nadie sabe a dónde irán Marut ni Mary. Busco noticias de ellos a cada minuto en las redes. Me cuesta separarme del teléfono. No los conozco en persona pero quiero saber dónde y cómo están. Me angustian ellos y todos los hermanos de Artsakh. Es de lo único que hablamos con mis amigos armenios y familia armenia en Argentina y el mundo. No hay otro tema. Desolación y tristeza. Rabia. Bronca. Impotencia. La repetición del genocidio. Nuestros abuelos.
Azerbaiyán, como otro de sus actos de cinismo, la noche del domingo 24 restituyó la electricidad y el abastecimiento de combustible “para facilitar que todos se puedan ir”. El plan de limpieza étnica es un éxito. Y el mundo ha fracasado una vez más, sin pudor ni remordimiento.
Magda Tagtachian
Escritora y periodista
Autora de Nomeolvides Armenuhi, Alma Armenia, Rojava y Artsaj
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